martes, 25 de abril de 2017
¿Qué son los evangelios?
Hoy vamos a reflexionar sobre el origen de los evangelios y sobre su significado.
La palabra «evangelio» es la transcripción en caracteres latinos de una palabra griega que –simplificando mucho– significa «buena noticia». Encontramos la palabra «evangélion» tanto en la traducción griega del Antiguo Testamento como en los escritos griegos de la época.
En el Antiguo Testamento, el sustantivo hebreo «b.sòrâh» (traducido en la Biblia griega de los LXX por «evangélion») significa un ‘mensaje gozoso’ (2Sam 18,19-20.25.27; 2Re 7,9) y también la recompensa que se daba a quien transmitía un mensaje gozoso (2Sam 4,10; 18,22). La forma verbal hace referencia al anunciador de una buena noticia y al acto de anunciarla (Is 52,7; 61,1; Nah 2,1).
En el mundo griego, «evángelos» era el pregonero de buenas noticias, normalmente relacionadas con el emperador (su entronización, su visita a una ciudad, una victoria militar, el nacimiento de un heredero…).
Para el anunciante, el «evangélion» era la recompensa que recibía por el mensaje transmitido. Para los receptores, el «evangélion» era el mensaje gozoso, que iba acompañado de beneficios para ellos (banquetes, reparto de regalos, exención de impuestos…).
En el cristianismo primitivo se utilizó el sustantivo «evangélion» para referirse al anuncio oral de la salvación que Dios ofrece a los hombres por medio de Jesucristo.
Pablo usa el sustantivo 60 veces y el verbo, 21; hablando indiferentemente del «evangelio de Dios» (Rom 1,1; 15,16) y del «evangelio de Cristo» (Rom 15,19; 1Cor 9,12; 2Cor 2,12). Marcos una el sustantivo 7 veces; Mateo habla 3 veces de «evangelio del reino» y usa solo una vez el verbo; Lucas usa muchas veces el verbo en su evangelio y dos veces el sustantivo en los Hechos, para referirse a la predicación de Pedro (15,7) y a la de Pablo (20,24). Siempre se refieren a la predicación oral, no a textos escritos.
Lucas presenta su obra como un «relato» de cosas acaecidas (Lc 1,1) y Mateo como un «libro» del origen de Jesucristo (Mt 1,1). Por su parte, Marcos habla del «evangelio» de Jesucristo (Mc 1,1), para decir que Jesús es el Cristo, y que eso es una buena noticia. Al encontrarse esta palabra al inicio de su escrito, pasó a ser su título (algo común en la antigüedad) y, posteriormente, el de los otros escritos similares. Ya lo vemos consolidado en san Justino († 165) que habla indistintamente de las «memorias de los apóstoles» y de los «evangelios» para referirse a los textos que nosotros conocemos con ese nombre.
La escritura de los evangelios «canónicos» (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) supuso la fijación de la predicación sobre Jesús y la recopilación de distintas colecciones de enseñanzas suyas y recuerdos de varios autores, que no han llegado a nosotros.
Este proceso se llevó a cabo entre los años 60 y 100 de nuestra era. Son los escritos más importantes del cristianismo, pero no los más antiguos, ya que las cartas de san Pablo y las fuentes que ellos utilizan son anteriores.
Desde el siglo II comenzaron a circular otros textos que se hacían remontar a los apóstoles y recogían doctrinas cristianas. Algunos de ellos llevaban también el nombre de evangelios. Fueron llamados «apócrifos» (del latín «apocryphus», transcripción del griego «apokryphos», que significa ‘oculto’), porque iban destinados solo a los iniciados en la fe de un grupo o secta.
De hecho, varios intentaron poner bajo la autoridad de algún apóstol doctrinas gnósticas, principalmente. Otros «apócrifos» surgieron de la piedad de cristianos sencillos que deseaban conocer más cosas sobre Jesús, su madre y sus discípulos, y rellenaron con narraciones fantásticas las etapas que no estaban documentadas (la infancia de María y de Jesús, la vida de los apóstoles después de Pentecostés, etc.).
Orígenes (que vivió entre el año 185 y el 254) habla así de este tema: «En otro tiempo, entre los judíos, muchos pretendían tener el don de profecía, pero algunos eran falsos profetas [...]. Igualmente ha ocurrido en tiempos del Nuevo Testamento, en que muchos “han intentado” escribir unos evangelios, pero no todos han sido aceptados. Estas palabras “han intentado” contienen una escondida acusación contra los que, sin poseer la gracia del Espíritu Santo, se han lanzado a la redacción de evangelios. Mateo, Marcos, Lucas y Juan no han “intentado” escribir sino que son ellos los que, llenos del Espíritu Santo, han escrito los verdaderos evangelios [...]. La Iglesia posee, pues, cuatro evangelios; los herejes tienen gran cantidad de ellos [...]. Muchos “han intentado” escribir, pero solamente cuatro evangelios han sido aprobados; y es de éstos que debemos sacar, para ponerlo a la luz, lo que hay que creer de la persona de nuestro Señor y Salvador. Sé que existe un evangelio que llaman según Tomás, otro según Matías, y todavía leemos algunos otros para no dar la impresión de ser ignorantes, frente a los que se imaginan saber alguna cosa cuando conocen estos textos. Pero en todo ello no aprobamos más que lo que aprueba la Iglesia: solo se deben admitir cuatro evangelios». Homilías sobre san Lucas, 1,1-2.
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