El relato (Jn 11,1-45). Cuatro días después de la muerte de Lázaro, Jesús se dirige a Betania. Al llegar, Marta confesó que el cadáver «ya olía» a putrefacción. Se estableció un diálogo que terminó con la afirmación del maestro: «Yo soy la resurrección y la vida». Más tarde, Jesús dijo con autoridad al difunto: «¡Sal fuera!». El amigo lo hizo, envuelto en las vendas y el sudario.
Ante este signo, el último antes del definitivo – que será su propia resurrección – «muchos creyeron en Él».
Se produce el mismo proceso que en el relato del ciego de nacimiento: los que acogen con fe las palabras de Jesús pueden interpretar correctamente el signo; los que las desprecian se endurecen en su rechazo. De hecho, sus enemigos, «desde ese día, decidieron darle muerte» (Jn 11,53).
Él lo sabe, pero no huye porque, finalmente, «ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre» (Jn 12,23). La hora de su glorificación coincide con la de su muerte y sepultura. Solo así se realizará el plan divino de la salvación, al que Él se somete.
Al resucitar a Lázaro antes de su pasión, Jesús enseña que tiene poder sobre la muerte. También anuncia que no le quitan la vida, sino que Él mismo la entrega voluntariamente.
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