Hace pocos días dediqué una breve entrada a exponer las que considero que son las tres ideas principales de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium ("La alegría del Evangelio") del papa Francisco. Hoy las desarrollo un poco más y añado de manera muy resumida los otros argumentos que el papa desarrolla en este documento.
Este no es un documento cualquiera. El mismo papa afirma que es un programa de actuación para el futuro de la Iglesia: “No ignoro que hoy los documentos no despiertan el mismo interés que en otras épocas, y son rápidamente olvidados. No obstante, destaco que lo que trataré de expresar aquí tiene un sentido programático y consecuencias importantes” (n. 25). Él es consciente de que “la humanidad vive en este momento un giro histórico” (n. 52), por lo que ya no sirven algunas propuestas que en otro tiempo fueron válidas. Por eso nos invita a “abandonar el cómodo criterio pastoral del «siempre se ha hecho así». Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades” (n. 33). Antes de estudiar los retos concretos de la Iglesia contemporánea y las propuestas de futuro, el papa desarrolla tres ideas principales:
La primera es una que me gusta mucho repetir desde hace años y que me dio mucha alegría encontrar en este escrito del papa Francisco: El cristianismo no es en primer lugar una lista de doctrinas que aprender ni una serie de normas morales que cumplir ni un conjunto de ceremonias en las que participar. Ante todo, el cristianismo es el encuentro con Jesús de Nazaret, que está vivo y ofrece plenitud de vida y salvación a los creyentes. Esto es lo más urgente y prioritario. Lo demás viene después. Cuatro breves citas lo explican:
"Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso". (n. 3)
"No me cansaré de repetir aquellas palabras de Benedicto XVI que nos llevan al centro del Evangelio: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»". (n. 7)
"Su centro y esencia [del anuncio cristiano] es siempre el mismo: el Dios que manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado". (n. 11)
"Todas las verdades reveladas proceden de la misma fuente divina y son creídas con la misma fe, pero algunas de ellas son más importantes por expresar más directamente el corazón del Evangelio. En este núcleo fundamental lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado". (n. 36)
La segunda es que el encuentro con Cristo es fuente de la verdadera alegría y lleva nuestra existencia a una plenitud que nos desborda. Él no nos quita nada. Al contrario, nos da todo. Recojo tres breves citas que aclaran esta afirmación:
“La alegría del evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”. (n. 1)
“Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. […] Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar. […] Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría”. (n. 3)
“Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero”. (n. 8)
La tercera es que quien se ha encontrado con Cristo se siente necesariamente impulsado a compartir con los demás lo que le hace feliz. Todo cristiano verdadero es evangelizador, misionero. Es la idea más desarrollada, pero la acompaño solo de dos citas:
“Si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?” (n. 8)
“El bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla. Por eso, quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien. No deberían asombrarnos entonces algunas expresiones de san Pablo: «El amor de Cristo nos apremia» (2Cor 5,14); «¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!» (1Cor 9,16)”. (n. 9)
A partir de aquí el papa habla de la necesaria renovación de la Iglesia (de las parroquias, de las diócesis y del mismo papado), analiza los retos de la sociedad contemporánea y propone líneas de actuación (como la mayor participación de los laicos y el acceso de mujeres a puestos de responsabilidad).
Después de una presentación general del argumento, en el capítulo segundo habla de “algunos desafíos del mundo actual” y de las “tentaciones de los agentes pastorales”.
El capítulo tercero trata concretamente del anuncio del evangelio, que corresponde a todos los cristianos, y se detiene en los contenidos y formas que deberían tener las homilías y las catequesis, así como en la importancia de la piedad popular.
El capítulo cuarto trata de “La dimensión social de la evangelización”.
El capítulo quinto (y último) desarrolla una espiritualidad de la misión, aunque el mismo papa aclara que ese capítulo no es un tratado completo de espiritualidad cristiana ni se detiene en todos sus contenidos, sino solo en algunos que él considera fundamentales: «En este último capítulo no ofreceré una síntesis de la espiritualidad cristiana, ni desarrollaré grandes temas como la oración, la adoración eucarística o la celebración de la fe, sobre los cuales tenemos ya valiosos textos magisteriales y célebres escritos de grandes autores. No pretendo reemplazar ni superar tanta riqueza. Simplemente propondré algunas reflexiones acerca del espíritu de la nueva evangelización». (n. 260)
En esta exhortación podemos encontrar los argumentos que más repite el papa Bergoglio en sus intervenciones, especialmente la invitación a redescubrir que «Dios no se cansa de perdonar» y que la misericordia es «la más grande de las virtudes»; por lo que nos invita a convertirnos en «misioneros de la ternura de Dios», evitando que en la predicación se oscurezca el mensaje de amor del Evangelio por insistir solo en «algunos acentos doctrinales o morales» que son secundarios. El papa nos recuerda la urgencia de abrir las puertas de la Iglesia para «salir hacia los demás» y llegar a «las periferias humanas» de nuestro tiempo, tocando «la carne de Cristo» en sus miembros sufrientes.
La exhortación hace un fuerte juicio sobre los actuales órdenes económico-financieros mundiales, que multiplican las desigualdades y la exclusión social, llegando a decir que «esa economía mata» y denunciando «la idolatría del dinero» y «la cultura del descarte» (que hace que las personas más débiles acaben excluidas de la vida social). También habla del necesario respeto por cada ser humano y por la naturaleza, del trabajo por la paz y el diálogo, subrayando la importancia del desarrollo integral de los más necesitados: «Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica». (n. 198)
El núcleo central del documento está dedicado a la actividad misionera y evangelizadora, que es tarea de todos los cristianos, invitándonos a entregarnos con entusiasmo, superando las «divisiones, envidias y celos», la «acedia egoísta», el «pesimismo estéril» y la «mundanidad espiritual».
Mañana, si Dios quiere, desarrollaremos las seis ideas principales del capítulo cinco, el que trata de la espiritualidad de la misión.
En esta exhortación podemos encontrar los argumentos que más repite el papa Bergoglio en sus intervenciones, especialmente la invitación a redescubrir que «Dios no se cansa de perdonar» y que la misericordia es «la más grande de las virtudes»; por lo que nos invita a convertirnos en «misioneros de la ternura de Dios», evitando que en la predicación se oscurezca el mensaje de amor del Evangelio por insistir solo en «algunos acentos doctrinales o morales» que son secundarios. El papa nos recuerda la urgencia de abrir las puertas de la Iglesia para «salir hacia los demás» y llegar a «las periferias humanas» de nuestro tiempo, tocando «la carne de Cristo» en sus miembros sufrientes.
La exhortación hace un fuerte juicio sobre los actuales órdenes económico-financieros mundiales, que multiplican las desigualdades y la exclusión social, llegando a decir que «esa economía mata» y denunciando «la idolatría del dinero» y «la cultura del descarte» (que hace que las personas más débiles acaben excluidas de la vida social). También habla del necesario respeto por cada ser humano y por la naturaleza, del trabajo por la paz y el diálogo, subrayando la importancia del desarrollo integral de los más necesitados: «Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica». (n. 198)
El núcleo central del documento está dedicado a la actividad misionera y evangelizadora, que es tarea de todos los cristianos, invitándonos a entregarnos con entusiasmo, superando las «divisiones, envidias y celos», la «acedia egoísta», el «pesimismo estéril» y la «mundanidad espiritual».
Mañana, si Dios quiere, desarrollaremos las seis ideas principales del capítulo cinco, el que trata de la espiritualidad de la misión.
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