Aunque los telediarios hablan poco de la situación de este país, hay que recordar que en Centro África hubo hace unos meses una especie de invasión de grupos islamistas provenientes de otros países cercanos. Se hicieron con el poder, robaron todo lo que pudieron en las misiones católicas y sembraron a su paso destrucción y muerte. Casi desde el principio, los padres carmelitas descalzos de Bangui se dedicaron a acoger a los refugiados que llegaban de todas partes, pasando de ser algunas docenas, a mil, dos mil, diez mil personas... El P. Federico (un carmelita de 35 años de la provincia de Génova) nos ha ido enviando a los frailes una serie de comunicaciones con lo que allí sucede. La que hoy he recibido es la número ocho. Si quieren saber lo que hacen los héroes verdaderos, los que no presumen de serlo ni son conscientes de que lo son, lean lo que viene a continuación.
Queridos amigos: Aquí estoy con lo actual del Carmelo de Bangui. Después de mis últimas noticias, el suceso más importante ha sido, el día 10 de enero, la dimisión del presidente Djotodia, subido al poder con un golpe de estado el pasado 24 de marzo. En toda Centro África ha sido como un gran suspiro de alivio colectivo, tan fuerte que quizá lo habéis notado también vosotros. Pero, después de alguna hora de alegría y de esperanza ‒y algún refugiado se ha permitido incluso una borrachera‒ la guerra de nuevo se ha hecho oír con disparos ‒e incluso muertos‒, saqueos y desórdenes en muchos barrios, algunos de los cuales están muy cerca de nuestro convento. Por eso, nuestros refugiados no se han permitido salir y han preferido quedarse con nosotros, en espera de tiempos mejores y de una paz más verdadera.
Según las últimas valoraciones oficiales, un centroafricano de cinco –lo que quiere decir casi un millón–, es actualmente un refugiado. Es difícil no dar razón a esta gente, ya demasiado acostumbrada a los juegos de prestidigitación de la política; difícil no admitir que Centro África, después de toda esta fea historia, merece algo más que esto. Quedarse aquí es una forma de protesta pacífica para exigir lo más pronto posible una paz verdadera y no una paz a medias. Ahora estamos todos esperando la elección de un presidente provisional; después se necesita desarmar a todos los armados irregulares que no obedecen a nadie y aterrorizan al país y, finalmente, llegar a tiempos razonables en las elecciones más o menos democráticas. Hay un país que reconstruir y mucho trabajo por hacer.
En nuestro campo de refugiados –cuyo número ha disminuido un poco, aunque siempre hay muchos– la vida discurre bastante normal… en cuanto puede decirse normal la vida de millares de personas obligadas a estar alrededor de un convento. Más que un campo de refugiados, el nuestro parece un campamento romano con un toque tropical. Ciertamente es interesante observar cómo se ha organizado la gente para sobrevivir en esta emergencia. Hasta se ha creado un pequeño –aunque no en tamaño– mercado de verdura, carne, géneros alimenticios de toda clase y demás cosas útiles. Hay nada menos que salones de peluquería, pequeñas farmacias, tiendas de artículos religiosos, una especie de juego de la loto, bares y tabernas siempre muy concurridos. Al prior anterior al infrascrito le gustaba ir con frecuencia al famosos Km 5, el mercado más concurrido de Bangui, para comprar a buen precio. Yo puedo decir que el Km 5 ha llegado aquí para mí.
Hemos hecho nada menos que un reglamento para ayudarnos a vivir mejor de día y descansar un poco mejor por la noche. El reglamento no siempre es respetado totalmente, pero tiene su utilidad (tanto, que otros campos de refugiados lo han tomado prestado). Quizá os parecerá extraño, pero en el cuarto paralelo del ecuador hay valores y principios de los que no hay que desentenderse por nada: la prioridad ontológica del niño y del anciano, más aún si están enfermos, en la distribución también de una manta; la importancia del respeto de un bien común, que pertenece y sirve a todos, aunque se trate de una silla; el trabajo hecho bien y gratuitamente en servicio de los demás; el respeto de la propiedad privada... sobre todo si la propiedad en cuestión es de los frailes. En la Edad Media los monasterios fueron para Europa células de cultura y democracia. En 2014, en África, los conventos de frailes y hermanas prestan todavía una fuerte contribución, con frecuencia menospreciada, en el desarrollo de los pueblos y en la promoción de valores humanos esenciales para vivir juntos sin causarse demasiados males.
Un comité emprendedor –con presidente, vicepresidente, secretario general, secretario adjunto, secretario separado, consejeros, ayuda de los consejeros, asistentes, ayuda de los asistentes, corredores de bolsa y mozos...– asegura las relaciones fluidas entre la comunidad de frailes y los refugiados, mediante la coordinación de las actividades. Y, falto a la verdad si no lo digo, existe también el sindicato para los derechos de los refugiados. En una palabra: alrededor del convento hay ahora una Centro África en miniatura, con todos sus vicios y sus virtudes. Y esta cohabitación forzada me ha permitido conocer mejor los primeros y apreciar más las segundas.
Por fortuna, para echarnos una mano, llega Pedro de vez en cuando, un coetáneo mío, originario de Lecco, que trabaja con gran pasión y competencia para la Cruz Roja Internacional. Ha sido enviado con urgencia de Afganistán a Centro África: un vuelco térmico y cultural ciertamente notable. Mis refugiados le quieren mucho porque hace algunos días trajo dos camiones de maíz, judías, aceite y sal. Cuando llega dice a todos que pertenece a mi misma tribu. Pero desde el momento en que Pedro mide dos metros de alto, es rubio y con ojos azules, nadie le cree.
Los nacimientos de niños, después de cuatro partos el día de Navidad, han disminuido. En compensación, tanto por no dejarse de acostumbrar a la idea, nuestra gata ha parido tres pequeñísimos gatitos en el armario de la sacristía. Hemos sabido que entre los cien mil refugiados del aeropuerto, a un recién nacido se le ha puesto de nombre François Hollande: como veis, cada uno tiene sus santos patronos o, quizá, no sabemos a qué santo encomendarnos.
Mientras tanto, además de a los santos, nos confiamos a los militares franceses, que están haciendo un meticuloso trabajo de desarme y pacificación entre los diversos grupos hostiles. Precisamente hace unos días, una patrulla vino a hacernos una visita. El sargento Thierry se detuvo a charlar un poco con nosotros para ponernos al día sobre la situación. Desgraciadamente todavía hay grupos de rebeldes que se esconden alrededor de la capital... y alrededor de nuestro convento; sin embargo, hay señales concretas de distensión. Esperamos que tenga razón. Nos asegura que está aquí por una misión de paz, aunque se han unido elementos que parecen decir lo contrario. ¡Casi me produce ternura este joven sargento! Antes de ser enviado aquí, entre los seleka y los antibalaka, ha estado en Afganistán, en el Líbano y en Mali. Nos cuenta que una noche, en una carretera de Bangui, tuvo que asistir con su patrulla al parto de una mujer: "Normalmente, nosotros militares vemos morir a la gente, y a veces nosotros mismos somos obligados a matar. Esa vez, por el contrario, nos tocó ayudar a nacer a un niño". Y después, un poco emocionado, me revela que desde hace unos días él mismo ha sido papá de dos gemelos y que aún no ha tenido la posibilidad de verlos.
Nuestro pequeño hospital de campo funciona a pleno rendimiento. Y no pecamos de orgullo, diciendo que es la niña de nuestros ojos. Con cuatro médicos jóvenes, cuatro enfermeros (entre ellos sor Renata, que llega todos los días haciendo una hora de carretera a pie) y otros ayudantes, logramos realizar centenares de consultas al día y no pocas intervenciones por la noche. Las medicinas nos las suministra gratuitamente un organismo. El depósito de las medicinas está en mi habitación y, por eso, me encuentro al dormir entre montañas de paracetamol, antibióticos y desinfectante. Hace pocos días, con la ayuda de una ONG, cuatro equipos de enfermeros vacunaron a más de dos mil niños contra el sarampión y la poliomielitis. Os dejo imaginar los gritos que hemos oído porque, también aquí, las inyecciones no gustan a nadie.
En nuestro campo de refugiados –cuyo número ha disminuido un poco, aunque siempre hay muchos– la vida discurre bastante normal… en cuanto puede decirse normal la vida de millares de personas obligadas a estar alrededor de un convento. Más que un campo de refugiados, el nuestro parece un campamento romano con un toque tropical. Ciertamente es interesante observar cómo se ha organizado la gente para sobrevivir en esta emergencia. Hasta se ha creado un pequeño –aunque no en tamaño– mercado de verdura, carne, géneros alimenticios de toda clase y demás cosas útiles. Hay nada menos que salones de peluquería, pequeñas farmacias, tiendas de artículos religiosos, una especie de juego de la loto, bares y tabernas siempre muy concurridos. Al prior anterior al infrascrito le gustaba ir con frecuencia al famosos Km 5, el mercado más concurrido de Bangui, para comprar a buen precio. Yo puedo decir que el Km 5 ha llegado aquí para mí.
Hemos hecho nada menos que un reglamento para ayudarnos a vivir mejor de día y descansar un poco mejor por la noche. El reglamento no siempre es respetado totalmente, pero tiene su utilidad (tanto, que otros campos de refugiados lo han tomado prestado). Quizá os parecerá extraño, pero en el cuarto paralelo del ecuador hay valores y principios de los que no hay que desentenderse por nada: la prioridad ontológica del niño y del anciano, más aún si están enfermos, en la distribución también de una manta; la importancia del respeto de un bien común, que pertenece y sirve a todos, aunque se trate de una silla; el trabajo hecho bien y gratuitamente en servicio de los demás; el respeto de la propiedad privada... sobre todo si la propiedad en cuestión es de los frailes. En la Edad Media los monasterios fueron para Europa células de cultura y democracia. En 2014, en África, los conventos de frailes y hermanas prestan todavía una fuerte contribución, con frecuencia menospreciada, en el desarrollo de los pueblos y en la promoción de valores humanos esenciales para vivir juntos sin causarse demasiados males.
Un comité emprendedor –con presidente, vicepresidente, secretario general, secretario adjunto, secretario separado, consejeros, ayuda de los consejeros, asistentes, ayuda de los asistentes, corredores de bolsa y mozos...– asegura las relaciones fluidas entre la comunidad de frailes y los refugiados, mediante la coordinación de las actividades. Y, falto a la verdad si no lo digo, existe también el sindicato para los derechos de los refugiados. En una palabra: alrededor del convento hay ahora una Centro África en miniatura, con todos sus vicios y sus virtudes. Y esta cohabitación forzada me ha permitido conocer mejor los primeros y apreciar más las segundas.
Por fortuna, para echarnos una mano, llega Pedro de vez en cuando, un coetáneo mío, originario de Lecco, que trabaja con gran pasión y competencia para la Cruz Roja Internacional. Ha sido enviado con urgencia de Afganistán a Centro África: un vuelco térmico y cultural ciertamente notable. Mis refugiados le quieren mucho porque hace algunos días trajo dos camiones de maíz, judías, aceite y sal. Cuando llega dice a todos que pertenece a mi misma tribu. Pero desde el momento en que Pedro mide dos metros de alto, es rubio y con ojos azules, nadie le cree.
Los nacimientos de niños, después de cuatro partos el día de Navidad, han disminuido. En compensación, tanto por no dejarse de acostumbrar a la idea, nuestra gata ha parido tres pequeñísimos gatitos en el armario de la sacristía. Hemos sabido que entre los cien mil refugiados del aeropuerto, a un recién nacido se le ha puesto de nombre François Hollande: como veis, cada uno tiene sus santos patronos o, quizá, no sabemos a qué santo encomendarnos.
Mientras tanto, además de a los santos, nos confiamos a los militares franceses, que están haciendo un meticuloso trabajo de desarme y pacificación entre los diversos grupos hostiles. Precisamente hace unos días, una patrulla vino a hacernos una visita. El sargento Thierry se detuvo a charlar un poco con nosotros para ponernos al día sobre la situación. Desgraciadamente todavía hay grupos de rebeldes que se esconden alrededor de la capital... y alrededor de nuestro convento; sin embargo, hay señales concretas de distensión. Esperamos que tenga razón. Nos asegura que está aquí por una misión de paz, aunque se han unido elementos que parecen decir lo contrario. ¡Casi me produce ternura este joven sargento! Antes de ser enviado aquí, entre los seleka y los antibalaka, ha estado en Afganistán, en el Líbano y en Mali. Nos cuenta que una noche, en una carretera de Bangui, tuvo que asistir con su patrulla al parto de una mujer: "Normalmente, nosotros militares vemos morir a la gente, y a veces nosotros mismos somos obligados a matar. Esa vez, por el contrario, nos tocó ayudar a nacer a un niño". Y después, un poco emocionado, me revela que desde hace unos días él mismo ha sido papá de dos gemelos y que aún no ha tenido la posibilidad de verlos.
Nuestro pequeño hospital de campo funciona a pleno rendimiento. Y no pecamos de orgullo, diciendo que es la niña de nuestros ojos. Con cuatro médicos jóvenes, cuatro enfermeros (entre ellos sor Renata, que llega todos los días haciendo una hora de carretera a pie) y otros ayudantes, logramos realizar centenares de consultas al día y no pocas intervenciones por la noche. Las medicinas nos las suministra gratuitamente un organismo. El depósito de las medicinas está en mi habitación y, por eso, me encuentro al dormir entre montañas de paracetamol, antibióticos y desinfectante. Hace pocos días, con la ayuda de una ONG, cuatro equipos de enfermeros vacunaron a más de dos mil niños contra el sarampión y la poliomielitis. Os dejo imaginar los gritos que hemos oído porque, también aquí, las inyecciones no gustan a nadie.
Un equipo holandés de Médicos sin fronteras, después de haber visitado nuestro ambulatorio y la sala de partos, quedó emocionado y nos saludó diciendo: “No podremos hacer nada por vosotros, porque nosotros no podemos hacer más de lo que ya estáis haciendo”. En la vida habría imaginado cualquier cosa menos llegar a ser el director sanitario de un hospital, abierto en un santiamén, en el refectorio de mi convento. A veces me viene casi el pensamiento de que, desde el momento en que nuestras casa tiene bien poco de la arquitectura típica de un convento carmelitano, el lugar en el que vivimos quizás sea más funcional como hospital. Mejor no pensarlo: esto es algo que no deja dormir al P. Anastasio y a nuestros bienhechores.
Me permito abrir un paréntesis sobre el P. Anastasio, porque quizá alguno de vosotros no tiene la fortuna de conocerlo. El P. Anastasio es el fundador y el alma de este paraíso que es el Carmelo de Bangui. Tiene más del doble de años que yo y el triple de mi entusiasmo. Desde 1998 vive en nuestro convento de Praga, pero desde 1975 su corazón está en Centro África. Este fraile encantador y sonriente, siempre armado con su máquina fotográfica, da vueltas al mundo a cien por hora, desde la India a los Estados Unidos, hablando muy bien –y en ocho lenguas distintas– de nuestros misioneros; me parece justo que, al menos una vez, algún misionero hable un poco bien de él. Sin él y sin su incansable animación misionera, nuestras misiones no serían lo que son y que todos nos envidian. Para dedicarse a esta misión, con un celo realmente sin igual, querría que los días fueran de treinta y seis horas.
Me permito abrir un paréntesis sobre el P. Anastasio, porque quizá alguno de vosotros no tiene la fortuna de conocerlo. El P. Anastasio es el fundador y el alma de este paraíso que es el Carmelo de Bangui. Tiene más del doble de años que yo y el triple de mi entusiasmo. Desde 1998 vive en nuestro convento de Praga, pero desde 1975 su corazón está en Centro África. Este fraile encantador y sonriente, siempre armado con su máquina fotográfica, da vueltas al mundo a cien por hora, desde la India a los Estados Unidos, hablando muy bien –y en ocho lenguas distintas– de nuestros misioneros; me parece justo que, al menos una vez, algún misionero hable un poco bien de él. Sin él y sin su incansable animación misionera, nuestras misiones no serían lo que son y que todos nos envidian. Para dedicarse a esta misión, con un celo realmente sin igual, querría que los días fueran de treinta y seis horas.
El P. Anastasio, dotado de una memoria increíble, ha sido durante muchos años profesor de Historia de la Iglesia. Esta memoria suya le ha permitido recoger rostros, historias y amistades de millares de bienhechores esparcidos por el mundo. Y pensar que, cuando comenzó este trabajo, no tenía a dónde ir y tampoco dinero para venir a África. Para quien no lo sepa, él es precisamente el inventor del mítico perfume de lavanda de los frailes de Arenzano que ha perfumado al mundo entero. El P. Anastasio tiene tres amores: el Niño Jesús (con preferencia el de Praga, en segundo lugar el de Arenzano), los pobre de Centro África (y si le dais un euro, estad seguros de que llegará) y luego un árbol local: los tecas (creo que ya ha plantado un número igual al de los habitantes de Centro África).
A finales de los años noventa compró un trozo de bosque, en la periferia de la capital de Centro África, pensando en un monasterio de monjas carmelitas. Pero las mojas desgraciadamente no llegaron. Y entonces el P. Anastasio transformó este trozo de bosque en un jardín, con una inmensa plantación de palmas de aceite y un frondoso vivero de tecas y otras plantas, diciendo: “El aceite podemos producirlo en poco tiempo, los tecas serán útiles en unos cuarenta años". A continuación, exactamente desde 2006, se instalaron los frailes, adaptando para convento las estructuras que en realidad estaban destinadas para una fábrica de aceite. De este modo se inauguró una presencia carmelita estable en la capital, desde hace tiempo deseada por muchos y por muchas razones.
Desde entonces el P. Anastasio viene al Carmelo más o menos cada tres meses para animarnos en nuestro trabajo y para controlar el crecimiento de los tecas. Cuando está entre nosotros, las recreaciones son animadas por los relatos de sus viajes y alegradas con un buenísimo chocolate que no falta nunca en sus maletas.
Yo estaba seguro de que, a pesar de nuestros recientes acontecimientos y la inseguridad que reina en el país, no habría faltado a esta cita. Hace unos días ha llegado nada menos que pasando por Marruecos. Antes de su llegada, yo lo había prevenido, un poco preocupado de que nuestros queridos refugiados se habían servido de los tecas y de las ramas de palma para construir centenares de pequeñas cabañas alrededor del convento. Pero, nada más llegar, me saludó y me aseguró, antes de que pudiera decirle algo: “Estate tranquilo, querido padre prior. Tú eres joven. Yo sé cómo es la guerra, porque la he visto desde pequeño. Pensaba que los tecas habrían sido útiles dentro de cuarenta años, cuando yo ya no estaré; y, sin embargo, han sido útiles antes y he tenido tiempo para verlo. Voy corriendo a hacer alguna foto". Este es el P. Anastasio. Aunque nunca ha sido misionero en sentido estricto, es difícil encontrar a alguien que ame a África más que él.
El día de año nuevo ha pasado sin demasiadas juergas y sin ningún petardo: se hubiera confundido con algún golpe de mortero o tiro de kalashnikov. Para la fiesta de Epifanía habría querido introducir en tierras de África una tradición italiana, sugiriendo a todos mis niños que presenten a sus padres sus zapatos para recibir algún pequeño regalo. Pero me paré a tiempo, cuando me acordé de que mis niños caminan casi todo el día descalzos y que pondría en serias dificultades a sus padres, porque tienen bien poco con lo que podrían llenar los zapatos de sus niños.
Gracias al directo interés de la senadora Puppato, que ha hecho que resuene en el Senado italiano el drama del pueblo centroafricano, el Ministerio de Asuntos Exteriores organizará un vuelo humanitario. Cuando lo he conocido, me puse tan feliz que, por la noche, he soñado que un avión de la aeronáutica militar italiana, pilotado por Emma Bonino, aterrizaba aquí en el Carmelo, cargado de pasta italiana, trufas, quesitos frescos a la pimienta, chocolatinas y galletas para todos mis huéspedes...
Durante estos días hemos recibido numerosas felicitaciones de estima del mundo entero y, sobre todo, de nuestros hermanos y hermanas de nuestra Orden. Tanta celebridad nos ha dejado un poco confusos. ¿Realmente merecemos todas estas felicitaciones? Os confieso que ni siquiera nos hemos dado cuenta de haber hecho algo tan extraordinario. También vosotros, en nuestro lugar, habríais hecho lo mismo. Además, está bien que sepáis que hay sitios en los que se viven situaciones semejantes a la nuestra e incluso con más refugiados. De todos modos, para evitar equivocaciones, me gustaría que no os imaginéis al que escribe esto siempre postrado, día y noche, a los pies de nuestros huéspedes. Al contrario, más de una vez he perdido la paciencia y a alguno de los refugiados más revoltosos o exigentes lo he mandado, más o menos afablemente, a paseo (lo que es, a pesar de todo, un fracaso para un sacerdote). Por fortuna el P. Mesmin, mi vice prior, me suple con una calma y una paciencia realmente excepcionales.
Como ya había ocurrido en el mes de marzo, también esta vez el papa Francisco se ha acordado de nosotros. Lo hizo una primera vez en día de Navidad, pidiendo el don de la paz para esta tierra: “Da paz, Niño, a la República Centroafricana, con frecuencia olvidada de los hombres. Pero tú, Señor, ¡no olvides a nadie! Y tú lleva la paz también a esa tierra, despedazada por una espiral de violencia y de miseria, donde muchas personas están sin casa, agua y comida, sin lo mínimo para vivir". Y después, una segunda vez, hablando, hace unos días al cuerpo diplomático en el Vaticano: “En África los cristianos están llamados a dar testimonio del amor y de la misericordia de Dios. No hay que dejar nunca de hacer el bien, aun cuando resulte arduo y se sufran actos de intolerancia, por no decir de auténtica persecución. Mi pensamiento se dirige especialmente a la República Centroafricana, cuya población sufre a causa de las tensiones por las que el país atraviesa, y que repetidamente han sembrado destrucción y muerte. Mientras aseguro mi oración por las víctimas y por los numerosos desplazados, obligados a vivir en condiciones de indigencia, espero que la implicación de la comunidad internacional contribuya al cese de la violencia, al restablecimiento del Estado de derecho y a garantizar el acceso de la ayuda humanitaria también a las zonas más remotas del país. La Iglesia católica, por su parte, seguirá asegurando su propia presencia y colaboración, esforzándose con generosidad para proporcionar toda ayuda posible a la población y, sobre todo, para reconstruir un ambiente de reconciliación y de paz entre todos los componentes de la sociedad". No podéis imaginar cómo estas palabras nos han animado y asegurado estar en el verdadero camino.
La sabiduría popular, de un modo quizá un poco ordinario, recuerda que el huésped es como el pescado que, después de tres días, huele mal. El Evangelio y la Regla de san Benito afirman, por el contrario, que el forastero y el huésped son Cristo. Por eso, incluso después de muchos días, forasteros, huéspedes o prófugos, nos dan el bueno olor de Cristo. Intentamos atenernos a esta norma, con todas nuestras limitaciones... ¡aunque ya han pasado cuarenta y cuatro días!
Hasta la próxima. P. Federico Trinchero, los hermanos del Carmelo y todos nuestros huéspedes.
El día de año nuevo ha pasado sin demasiadas juergas y sin ningún petardo: se hubiera confundido con algún golpe de mortero o tiro de kalashnikov. Para la fiesta de Epifanía habría querido introducir en tierras de África una tradición italiana, sugiriendo a todos mis niños que presenten a sus padres sus zapatos para recibir algún pequeño regalo. Pero me paré a tiempo, cuando me acordé de que mis niños caminan casi todo el día descalzos y que pondría en serias dificultades a sus padres, porque tienen bien poco con lo que podrían llenar los zapatos de sus niños.
Gracias al directo interés de la senadora Puppato, que ha hecho que resuene en el Senado italiano el drama del pueblo centroafricano, el Ministerio de Asuntos Exteriores organizará un vuelo humanitario. Cuando lo he conocido, me puse tan feliz que, por la noche, he soñado que un avión de la aeronáutica militar italiana, pilotado por Emma Bonino, aterrizaba aquí en el Carmelo, cargado de pasta italiana, trufas, quesitos frescos a la pimienta, chocolatinas y galletas para todos mis huéspedes...
Durante estos días hemos recibido numerosas felicitaciones de estima del mundo entero y, sobre todo, de nuestros hermanos y hermanas de nuestra Orden. Tanta celebridad nos ha dejado un poco confusos. ¿Realmente merecemos todas estas felicitaciones? Os confieso que ni siquiera nos hemos dado cuenta de haber hecho algo tan extraordinario. También vosotros, en nuestro lugar, habríais hecho lo mismo. Además, está bien que sepáis que hay sitios en los que se viven situaciones semejantes a la nuestra e incluso con más refugiados. De todos modos, para evitar equivocaciones, me gustaría que no os imaginéis al que escribe esto siempre postrado, día y noche, a los pies de nuestros huéspedes. Al contrario, más de una vez he perdido la paciencia y a alguno de los refugiados más revoltosos o exigentes lo he mandado, más o menos afablemente, a paseo (lo que es, a pesar de todo, un fracaso para un sacerdote). Por fortuna el P. Mesmin, mi vice prior, me suple con una calma y una paciencia realmente excepcionales.
Como ya había ocurrido en el mes de marzo, también esta vez el papa Francisco se ha acordado de nosotros. Lo hizo una primera vez en día de Navidad, pidiendo el don de la paz para esta tierra: “Da paz, Niño, a la República Centroafricana, con frecuencia olvidada de los hombres. Pero tú, Señor, ¡no olvides a nadie! Y tú lleva la paz también a esa tierra, despedazada por una espiral de violencia y de miseria, donde muchas personas están sin casa, agua y comida, sin lo mínimo para vivir". Y después, una segunda vez, hablando, hace unos días al cuerpo diplomático en el Vaticano: “En África los cristianos están llamados a dar testimonio del amor y de la misericordia de Dios. No hay que dejar nunca de hacer el bien, aun cuando resulte arduo y se sufran actos de intolerancia, por no decir de auténtica persecución. Mi pensamiento se dirige especialmente a la República Centroafricana, cuya población sufre a causa de las tensiones por las que el país atraviesa, y que repetidamente han sembrado destrucción y muerte. Mientras aseguro mi oración por las víctimas y por los numerosos desplazados, obligados a vivir en condiciones de indigencia, espero que la implicación de la comunidad internacional contribuya al cese de la violencia, al restablecimiento del Estado de derecho y a garantizar el acceso de la ayuda humanitaria también a las zonas más remotas del país. La Iglesia católica, por su parte, seguirá asegurando su propia presencia y colaboración, esforzándose con generosidad para proporcionar toda ayuda posible a la población y, sobre todo, para reconstruir un ambiente de reconciliación y de paz entre todos los componentes de la sociedad". No podéis imaginar cómo estas palabras nos han animado y asegurado estar en el verdadero camino.
La sabiduría popular, de un modo quizá un poco ordinario, recuerda que el huésped es como el pescado que, después de tres días, huele mal. El Evangelio y la Regla de san Benito afirman, por el contrario, que el forastero y el huésped son Cristo. Por eso, incluso después de muchos días, forasteros, huéspedes o prófugos, nos dan el bueno olor de Cristo. Intentamos atenernos a esta norma, con todas nuestras limitaciones... ¡aunque ya han pasado cuarenta y cuatro días!
Hasta la próxima. P. Federico Trinchero, los hermanos del Carmelo y todos nuestros huéspedes.
El comunicado 7 se puede leer aquí.
Aquí cuando aún eran solo 2000 personas refugiadas.
Aquí toda la información sobre las misiones carmelitanas en Centro África.
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