Jesús dijo: «Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11,28). Los que hemos experimentado muchas veces que Jesús nos da el descanso en nuestros afanes sabemos que sus palabras son verdaderas. Por eso, también nos fiamos de Él cuando dice: «El que cree en mí no morirá para siempre» (Jn 11,26). De hecho, ya hemos pregustado la vida eterna cada vez que hemos recibido su perdón. Porque creemos en Él y en sus promesas, queremos profundizar en su conocimiento. Porque Él es más valioso que la vida misma, queremos crecer en su amistad.
Hay muchas cosas que no comprendo y otras muchas de las que no tengo certeza, pero de lo que no me cabe ninguna duda es de que aunque yo soy infiel a su amistad, Jesús permanece siempre fiel a sus promesas. No me da su amor porque soy bueno, sino porque Él es bueno. No me da su perdón porque lo merezco, sino porque Él es misericordioso. No me acoge en su Iglesia porque soy digno de ello, sino porque Él es generoso.
El amor que manifestó a santa Marta y a san Juan de la Cruz, hoy me lo ofrece a mí. La misericordia que mostró con santa María Magdalena y san Francisco de Asís, hoy la manifiesta conmigo. La fortaleza y generosidad que regaló a san Pablo y a la madre Teresa de Calcuta, hoy me la quiere comunicar. Todo esto lo sé y también sé que no puedo vivir sin Él. Por desgracia, muchas veces no pongo en práctica sus enseñanzas y sigo diciendo como el poeta: "Mañana le abriremos... para lo mismo responder mañana".
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