El poema que les propongo forma parte del libro El Dios en quien no creo, de Juan Arias, publicado en 1969. En aquellos momentos el autor pretendía escandalizar, enfrentándose a la imagen de un Dios lejano y castigador. Y lo consiguió. Hubo polémica y el libro se tradujo y publicó en varios idiomas. Independientemente de las circunstancias en las que esta poesía nació, siempre es importante que recordemos que a nuestro Dios le hizo y le hace frágil el amor, que ha querido entrar en nuestra historia, asumir nuestra carne, quedarse con nosotros y manifestarse en las cosas más sencillas y ordinarias. Él nos ayude a descubrirle siempre presente junto a nosotros.
Mi Dios es frágil,
es de mi raza,
y yo de la suya.
Él es hombre, y yo casi Dios.
Para que yo pudiera saborear la divinidad
él amó mi barro.
A mi Dios le hizo frágil el amor.
Mi Dios conoció la alegría humana,
la amistad, el gozo de la tierra y de sus cosas.
Mi Dios tuvo hambre y sueño y se cansó.
Mi Dios fue sensible...
Mi Dios se irritó, fue pasional.
Y fue dulce como un niño.
Mi Dios tembló ante la muerte.
Mi Dios se alimentó a los pechos de una madre
y sintió y bebió toda la ternura femenina.
No amó nunca el dolor,
no fue nunca amigo de la enfermedad.
Por eso curó a los enfermos.
Mi Dios sufrió el destierro.
Fue perseguido y aclamado.
Amó todo lo humano mi Dios:
las cosas y los hombres;
el pan y la mujer;
a los buenos y a los pecadores.
Mi Dios fue un hombre de su tiempo.
Vistió como todos,
habló el dialecto de su tierra,
trabajó con sus manos,
gritó como los profetas.
Mi Dios fue débil con los débiles y severo con los soberbios.
Murió joven por ser sincero.
Lo mataron porque le traicionaba la verdad en sus ojos.
Pero mi Dios murió sin odiar.
Murió excusando, que es más que perdonando.
Mi Dios es frágil.
Mi Dios rompió la vieja moral del "diente por diente",
de la venganza mezquina,
para inaugurar la frontera de un amor
y de una violencia totalmente nuevos.
Mi Dios, tirado en el surco, aplastado contra la tierra,
traicionado y abandonado, incomprendido,
siguió amando.
Por eso mi Dios venció a la muerte.
Y brotó como un fruto nuevo entre sus manos: la resurrección.
Por eso estamos resucitados todos: los hombres y las cosas.
Es difícil para tantos mi Dios frágil,
mi Dios que llora, mi Dios que no se defiende.
Es difícil mi Dios abandonado de Dios.
Mi Dios que debe morir para triunfar.
Mi Dios que hace de un ladrón y criminal
el primer santo canonizado de su iglesia.
Mi Dios joven que muere acusado de agitador político.
Mi Dios sacerdote y profeta
que sube a la muerte como la primera vergüenza
de todas las inquisiciones religiosas de la historia.
Difícil mi Dios, frágil, amigo de la vida,
mi Dios que sufrió los mordiscos de todas las tentaciones,
mi Dios que sudó sangre antes de aceptar la voluntad de su Padre.
Es difícil este Dios, este mi Dios frágil,
para quienes creen que solo se triunfa venciendo,
para quienes creen que solo se defiende matando,
para quienes creen que salvación es sinónimo de esfuerzo y no de regalo,
para quienes lo humano es pecado,
para quienes santo es igual a estoico y Cristo igual a ángel.
Es difícil mi Dios frágil
para quienes siguen soñando con un Dios
que no se parezca a los hombres.
Por eso curó a los enfermos.
Mi Dios sufrió el destierro.
Fue perseguido y aclamado.
Amó todo lo humano mi Dios:
las cosas y los hombres;
el pan y la mujer;
a los buenos y a los pecadores.
Mi Dios fue un hombre de su tiempo.
Vistió como todos,
habló el dialecto de su tierra,
trabajó con sus manos,
gritó como los profetas.
Mi Dios fue débil con los débiles y severo con los soberbios.
Murió joven por ser sincero.
Lo mataron porque le traicionaba la verdad en sus ojos.
Pero mi Dios murió sin odiar.
Murió excusando, que es más que perdonando.
Mi Dios es frágil.
Mi Dios rompió la vieja moral del "diente por diente",
de la venganza mezquina,
para inaugurar la frontera de un amor
y de una violencia totalmente nuevos.
Mi Dios, tirado en el surco, aplastado contra la tierra,
traicionado y abandonado, incomprendido,
siguió amando.
Por eso mi Dios venció a la muerte.
Y brotó como un fruto nuevo entre sus manos: la resurrección.
Por eso estamos resucitados todos: los hombres y las cosas.
Es difícil para tantos mi Dios frágil,
mi Dios que llora, mi Dios que no se defiende.
Es difícil mi Dios abandonado de Dios.
Mi Dios que debe morir para triunfar.
Mi Dios que hace de un ladrón y criminal
el primer santo canonizado de su iglesia.
Mi Dios joven que muere acusado de agitador político.
Mi Dios sacerdote y profeta
que sube a la muerte como la primera vergüenza
de todas las inquisiciones religiosas de la historia.
Difícil mi Dios, frágil, amigo de la vida,
mi Dios que sufrió los mordiscos de todas las tentaciones,
mi Dios que sudó sangre antes de aceptar la voluntad de su Padre.
Es difícil este Dios, este mi Dios frágil,
para quienes creen que solo se triunfa venciendo,
para quienes creen que solo se defiende matando,
para quienes creen que salvación es sinónimo de esfuerzo y no de regalo,
para quienes lo humano es pecado,
para quienes santo es igual a estoico y Cristo igual a ángel.
Es difícil mi Dios frágil
para quienes siguen soñando con un Dios
que no se parezca a los hombres.
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