Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 15 de enero de 2013

Vida cotidiana en Nazaret


Este extraño cuadro fue pintado en 1926 por Max Ernst (1891-1976) y se titula La Virgen castigando al Niño Jesús ante tres testigos. Uno es el artista, los otros dos son los poetas André Breton y Paul Eluard, los mayores representantes de la corriente llamada “surrealismo”. 

En su día fue una obra escandalosa, que es lo que pretendía su autor, muy influenciado por Freud y el psicoanálisis, siempre envuelto en polémicas sobre la represión de los instintos y el ejercicio del poder en la sociedad. 

De hecho, el mismo padre del artista denunció la obra, que tuvo que ser retirada de la sala en que se exponía. En la época se veía normal que una madre castigara físicamente a su hijo tras una travesura. Entonces lo que escandalizaba era la provocación de representar a la Virgen María enfadada y al Niño Jesús demasiado humano. 

En nuestros días, la obra no sufriría censura por irreverencia, sino por maltrato infantil.

El cuadro está inspirado en la obra renacentista del Parmigianino Madonna del cuello largo y en otras similares. 

En la representación de la Virgen se da una continuidad con la iconografía tradicional (sentada, con aureola, traje rojo y manto azul) al mismo tiempo que una ruptura (su cara está en la sombra, aunque su gesto no refleja un enfado especial). 

Representar al Niño Jesús desnudo en el regazo de su madre tampoco es una novedad en la historia del arte, aunque en este caso esté en una situación incómoda. 

Ni los tres personajes que se asoman por la ventana (clara referencia a los tres Reyes Magos que se acercan al portal, aunque aquí parecen manifestar poco interés por la escena). 

Lo que sorprende (y a los católicos nos desagrada) es el mismo concepto de un Niño Jesús travieso y merecedor de un castigo (hasta la aureola se le ha caído por el suelo) y de una Virgen María violenta.

A su manera, el cuadro intenta unir lo divino y lo humano, lo sagrado y lo cotidiano, llevando la teología de la encarnación del Señor hasta las últimas consecuencias, presentando una escena de corrección de los hijos, que en la época del artista era habitual. 


Ciertamente, no es arte sacro, pero yo tampoco lo considero un cuadro irreverente ni mucho menos blasfemo. 

Puede resultar incómodo, aunque no tanto como lo fueron la Madonna dei palafrenieri y la Madonna dei Pellegrini cuando las pintó Caravaggio a principios del s. XVII. Hoy ambas son objeto de estudio, admiración y devoción. Aquí una recreación de la obra de Max Ernst.

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