Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Somos caminantes. Saludos desde Lérida - Lleida


Les saludo desde mi nuevo destino, en el santuario de santa Teresita del Niño Jesús en la ciudad de Lérida - Lleida.

Todos sabemos que Dios dijo a Abrahán: «Sal de tu tierra y  ve a la tierra que yo te mostraré» (Gén 12,1). Él se puso en camino sin saber a dónde iba, fiándose en la palabra de Dios. De esa manera se convirtió en padre de todos los creyentes, de quienes se fían de Dios y son conscientes de que no tenemos una patria permanente en la tierra, ya que nuestro hogar está en el cielo, junto a Dios.

A diferencia de los que no saben adónde se dirigen, los cristianos nos consideramos peregrinos, deseosos de llegar a nuestro destino, que es la patria verdadera, «el descanso definitivo reservado al pueblo de Dios» (Heb 4,9). 

La Carta a Diogneto, citando a san Pablo, afirma que los cristianos no podemos identificarnos totalmente con el lugar donde nacimos, porque «somos ciudadanos del cielo» (Flp 3,20): «Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su lengua, ni por sus costumbres. Toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo».

Quizás nadie ha expresado con más belleza el misterio de la vida humana comparándola con un camino como Jorge Manrique en el siglo XV: 

Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientra vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos,
descansamos. 

La morada final no es camino, sino ciudad permanente. Pero aún no hemos llegado, por lo que no podemos detenernos.

Mientras dura nuestra vida presente, la actitud correcta es la que describe san Juan de la Cruz, cuando canta:

Buscando mis amores
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré a las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.

No podemos detenernos a recoger flores (las cosas agradables y placenteras) ni debemos tener miedo de las fieras (los peligros y las dificultades). Tampoco podemos detenernos en los fuertes (los castillos, los lugares seguros), sino que hemos de cruzar fronteras, arriesgándonos porque, como san Juan de la Cruz explica en otro lugar:

Para ir a lo que aún no gustas, 
has de ir por donde no gustas. 
Para llegar a lo que no conoces, 
has de ir por donde no sabes. 
Para adquirir lo que no posees, 
has de ir por donde no posees. 
Y cuando lo vengas del todo a tener, 
has de tenerlo sin nada querer. 
Porque, si quieres tener algo en todo, 
no tienes puro en Dios tu tesoro. 
En esta desnudez halla el alma espiritual su quietud y descanso, porque, no codiciando nada, nada le fatiga hacia arriba y nada le oprime hacia abajo, porque está en el centro de su humildad.

Yo he dejado atrás mi etapa en Zaragoza, en la que tantas personas buenas he encontrado y tantos momentos felices he vivido. Ahora comienzo una experiencia nueva, en un lugar distinto, con personas a las que aún no conozco, pero sé que será un tiempo de gracia y de salvación para mí ya que, si voy adonde Dios me envía, él no me dejará de su mano.

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