Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 10 de noviembre de 2019

La muerte no es el final del camino


El mes de noviembre comienza con la fiesta de todos los santos (el día 1) y la conmemoración de los difuntos (el día 2). Las lecturas de la misa del domingo 32 del Tiempo Ordinario, ciclo "c" nos hablan de la vida eterna y nos ayudan a fortalecer nuestra esperanza.

La primera lectura narra el martirio de siete hermanos en tiempos de los macabeos, en el Antiguo Testamento. Todos ellos prefirieron morir antes que renegar de su fe, ya que esperaban en la vida eterna y ponían sus vidas en las manos de Dios. Por eso afirmaban: "El rey del universo nos resucitará para una vida eterna".

En el evangelio, Jesús reafirma la fe en la resurrección y dice que nuestro Padre celestial "no es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos".

Jesús no explica detalladamente cómo es la otra vida. Lo que él nos dice es que, por un lado, cada persona conservará su identidad (por lo que también su historia y sus relaciones humanas, aunque purificadas y glorificadas) y, por otro lado, la vida eterna es distinta de la vida actual, ya que consistirá en vivir la vida de Dios para siempre, en perfecta comunión con él y con los hermanos.

¡Qué hermoso es recordar la meta de nuestro caminar! No nos dirigimos hacia la muerte, sino hacia la Vida en plenitud, aunque para llegar tengamos que pasar antes por la muerte.

Les invito a leer estas entradas, en las que profundizo en estos argumentos:

- "Creo en la resurrección de la carne". En la Biblia, la «carne» no es una parte del hombre, sino el ser humano completo, con su identidad personal. De hecho, confesamos que «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). Que se hizo «carne» significa que se hizo hombre como nosotros, sometido a nuestras limitaciones. Cuando confesamos nuestra fe en la resurrección de la «carne» estamos afirmando que cada persona conservará su identidad personal después de la muerte, que su historia personal no se perderá, sino que Dios la asumirá, corrigiendo los errores y las faltas y llevando a plenitud las cosas buenas.

- "Espero la vida eterna". Tenemos que aprender a mirar la muerte como el final de una etapa de nuestra existencia y el inicio de una nueva etapa, mucho más hermosa, mucho más plena, mucho más gozosa, fiándonos de la palabra de Jesús que nos dijo que en la casa de su Padre hay muchas moradas y que allí hay un sitio preparado para nosotros.

- "No es Dios de muertos, sino de vivos", con el bello canto "Mi Dios está vivo". 

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