Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 8 de febrero de 2019

San Longinos de Bernini


El evangelio según san Juan habla de un soldado romano que atravesó el costado de Cristo con una lanza. San Marcos, por su parte, cuenta que un centurión romano, viendo morir a Jesús, exclamó: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios». 

La tradición ha unido los dos personajes y, desde la alta Edad Media, lo ha llamado «Longinos» (palabra que en origen significa, «el lancero», ya que «lonjé» significa lanza en griego).

Hay leyendas tardías que identifican los lugares de su nacimiento y de su muerte, así como de su sepulcro (reclamado por varias ciudades como el verdadero) y de las reliquias de la santa lanza.

El caso es que, entre 1628 y 1638, Gian Lorenzo Bernini esculpió para la basílica vaticana una impresionante estatua de más de cuatro metros de altura, que representa a san Longinos.

Como todas las obras de Bernini, esta escultura transmite una gran sensación de movimiento y gran dramatismo.

Cuando se la mira de cerca, se aprecian las telas, que parecen ser movidas por un fuerte viento. También el pelo y la barba.

A pesar de estar esculpidas en mármol, las telas parecen ligeras y su textura asemeja a la de vestidos verdaderos.

Los brazos se separan totalmente del torso y los músculos y los nervios están trabajados con detalle.

La cabeza del santo está ligeramente inclinada y sus ojos miran a lo alto, como si se encontrara a los pies de la cruz en el momento en el que brota sangre y agua del costado de Cristo y él se convierte.



Vista de la imagen desde abajo, cuando uno se sitúa a los pies de la estatua.


Vista de conjunto de la estatua en su contexto, en uno de los cuatro pilares que sostienen la cúpula central.



Detalle de la mano izquierda, con los dedos totalmente separados y trabajadas incluso las uñas y los pliegues de las falanges.



Detalle del expresivo rostro. Parece que los ojos se le fueran a salir por el asombro.



Detalle de los lazos de las sandalias y del casco colocado junto a los pies.

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