Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

sábado, 12 de agosto de 2017

Partimos de Dios en busca de Dios


En junio del año 2009 se publicó un poema inédito de Juan Ramón Jiménez, compuesto al final de su vida y apenas descubierto. Lo leí en la prensa y me impactó. Creo que es un texto fundamental para comprender la evolución religiosa del poeta. 

En las intenciones del premio Nobel, era la página conclusiva de su libro Dios deseado y deseante y, con él, de toda su obra literaria. 

Por algún motivo, tras su muerte se traspapeló entre sus manuscritos y permaneció ignorado hasta su redescubrimiento. 

En algunas de sus obras anteriores hablaba de un dios con minúscula, un dios interior, creado por uno mismo, distinto de la divinidad que proponen las religiones oficiales, y que se puede identificar con la propia conciencia. 

Aquí habla de un Dios al que tiene que poner con todas las letras en mayúsculas y repetirlo varias veces, porque la sorpresa ha sido demasiado grande. 

Un Dios que ha venido a su encuentro, sentido antes que pensado, que ha permitido que Juan Ramón atraviese el abismo hacia él, sobre la cuerda de la fe, que Dios mismo le ha tendido. El poeta suplica a Dios que no sople ni la retire, ya que teme caer en el vacío. 

Porque no podría volver atrás después del encuentro. Porque nada podría volver a ser igual. Nada podría tener ya sentido si faltara aquel sobre el que se construye hasta la propia libertad. 

Juan Ramón se encontró con el Dios que le anunciaron en su infancia, pero que entonces no interiorizó, que no hizo propio, que no experimentó personalmente, por lo que le pareció que no existía. 

En cierto momento de su vida, se le manifestó con toda su fuerza, provocando una certeza indestructible en su alma, que se siente acorralada por él.

Quiera Dios que cada uno de nosotros nos encontremos con él en el momento oportuno y que sepamos abrir nuestro corazón para acogerle cuando llegue.

Partimos de Dios
en busca de Dios,
sin saber qué buscamos

El dios con minúscula,
el dios bajo cielo,
el cielo que es mar,
sobre aire que es cielo,
¡entre aire y mar-cielo,
y que es pleamar, y que es plea-cielo!

El dios deseante,
el dios deseado,
-¡el dios deseado y deseante!-
me trae este Dios,
un dios Dios tan DIOS,
¡un dios: DIOS DIOS DIOS!
… que al cabo de todos los cabos,
que al borde de todos los bordes
un día encontramos.

Cada vez más suelto, y más desasido;
cada vez más libre, más ¡y más! ¡y más!
a una libertad de puertas de Dios.
Y entonces la puerta se abre… y  ¡más libertad!

Estoy pasando la cuerda,
cuerda que Tú me has tendido,
Dios mío, mi dios, ¡Dios mío!
¡Dios mío, no soples, Dios!

Siento la inminencia del dios Dios,
del Dios con mayúscula,
-el que nos enseñaron cuando niños
y no aprendimos-.
¡Dios se me cierne en apretura de aire!

¡Se me está viniendo Dios
en inminencia de alma!
¡Se me está acercando Dios
en inminencia de amor!
¡Se me está llegando Dios
en inminencia de Dios!

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