Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 1 de agosto de 2017

Edith Stein, hija de Israel


El 9 de agosto se celebra la fiesta de santa Teresa Benedicta de la Cruz, más conocida por su nombre de seglar: Edith Stein. Para conocerla mejor, es esta entrada hablo de sus orígenes.

Durante la persecución nazi contra los judíos, Edith Stein escribió un hermoso libro titulado Estrellas amarillas, en el que cuenta los recuerdos de la vida en su familia: sus orígenes, sus ocupaciones, sus relaciones, etc. 

Ella dice en el prólogo: «Yo quisiera narrar sencillamente mis experiencias de la humanidad judía». En realidad, hace un clarísimo análisis de la situación social, política, religiosa e intelectual de Alemania en la primera mitad del siglo XX. 

En sus páginas habla de sus parientes, del culto en la sinagoga y en las casas hebreas, del cuidado de los niños y de los ancianos, de economía doméstica e industrial, de la vida en el campo de batalla y en los hospitales durante la primera guerra mundial, de los estudios universitarios y de su relación con los principales pensadores de la época, de la ideología nazi y de sus prácticas antisemitas... En fin, nos encontramos ante una obra completísima, de una riqueza de datos y profundidad de contenidos sorprendente. Al mismo tiempo, está escrita con un estilo tan ágil, que se lee como una novela.

Sus bisabuelos, sus abuelos y sus padres fueron profundamente piadosos: observantes de todas las prescripciones judías, con un altísimo concepto de la honestidad y de la justicia, austeros y trabajadores, generosos en sus limosnas, ayunos y oraciones, y –al mismo tiempo– respetuosos de los que profesaban otra religión o tenían ideas diferentes (algo poco común en su época). 

Al hablar de la formación de su madre y de sus tíos en la escuela que su propio abuelo había fundado, dice: «Se les había inculcado siempre el respeto a todas las religiones y jamás debían decir algo contra una religión distinta de la de ellos». 

La gran pena de la señora Augusta era que no consiguió transmitir su profunda fe y vida de piedad a sus hijos.

Edith fue la última de los once hijos del matrimonio compuesto por Siegfried Stein y Augusta Courant (solo siete de ellos llegaron a edad adulta). 

Su padre murió cuando ella apenas contaba dos años. Los parientes de su madre le ofrecieron su ayuda e intentaron convencerla para que repartiera sus hijos entre ellos y vendiera la arruinada industria maderera que poseía en Breslau, pero ella decidió quedarse con su prole y hacerse cargo del negocio. 

Consiguió levantarlo con su esfuerzo, con su inteligencia, con sus atenciones a los clientes y, como a ella le gustaba repetir, «con la ayuda del Altísimo». Su serrería llegó a ser la más importante de toda la comarca.


Edith nació el doce de octubre 1891, que ese año coincidió con el Yom Kippur (fiesta judía de la expiación). 

Ella la describe así: «Una vez al año, en el día más grande y más santo del año, el día de la Reconciliación, entraba el sumo sacerdote al Santo de los Santos, a la presencia del Señor, para orar por sí mismo, por su casa y por todo el pueblo de Israel, para asperjar el trono de gracia con la sangre del macho cabrío sacrificado, purificando así el santuario de sus propios pecados y de los de su casa y de las impurezas de los hijos de Israel y de sus transgresiones y de todos sus pecados». 

Los judíos piadosos dedicaban el día entero al ayuno y a la oración, pidiendo a Dios el perdón y la misericordia para todos los pecadores (así lo hacen hasta el presente). 

Toda su vida consideró una señal la fecha de su nacimiento, convencida de que habría de marcar el desarrollo de su destino.

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