Nuestro lenguaje es insuficiente para explicar el misterio de la resurrección de Cristo, por eso intentamos contarlo con símbolos y poesías. Pero eso no quita para que la resurrección sea es un hecho histórico (en el sentido de que verdaderamente ha sucedido en la historia), real, testimoniado y documentado.
De su historicidad depende la solidez de nuestra fe y de nuestra esperanza. Solo a partir de ella podemos seguir afirmando que el cristianismo no una leyenda.
La resurrección abre una puerta a la vida eterna y nos permite el acceso a la vida de Dios. En este sentido, va más allá de la historia, pero ha dejado su huella en la historia, en los testigos que se encontraron con el resucitado. No fueron los sueños de unos exaltados, sino verdaderos encuentros con una persona viva que también los vivificó a ellos.
En nuestro tiempo, algunos se sienten modernos porque consideran los evangelios relatos mitológicos, especialmente en lo que se refiere a la encarnación de Hijo de Dios en el seno de una Virgen y a su resurrección según la carne; es decir, en lo que más directamente afecta a nuestra historia concreta.
Los cristianos creemos que el Hijo de Dios se ha hecho carne de verdad, que ha entrado en nuestra historia y ha asumido nuestra realidad concreta. Y creemos que Cristo ha resucitado verdaderamente, que ha glorificado nuestra carne y que también resucitará la carne de cada uno de nosotros, su historia concreta y real, llevándola a plenitud.
Benedicto XVI trató el tema en muchas ocasiones, como cuando afirmó: «Es importante reafirmar esta verdad fundamental de nuestra fe, cuya verdad histórica está ampliamente documentada, aunque hoy, como en el pasado, no faltan quienes de formas diversas la ponen en duda o incluso la niegan. El debilitamiento de la fe en la resurrección de Jesús debilita, como consecuencia, el testimonio de los creyentes. En efecto, si falla en la Iglesia la fe en la resurrección, todo se paraliza, todo se derrumba. Por el contrario, la adhesión de corazón y de mente a Cristo muerto y resucitado cambia la vida e ilumina la existencia de las personas y de los pueblos». (Audiencia general, 26-03-2008).
La resurrección abre una puerta a la vida eterna y nos permite el acceso a la vida de Dios. En este sentido, va más allá de la historia, pero ha dejado su huella en la historia, en los testigos que se encontraron con el resucitado. No fueron los sueños de unos exaltados, sino verdaderos encuentros con una persona viva que también los vivificó a ellos.
En nuestro tiempo, algunos se sienten modernos porque consideran los evangelios relatos mitológicos, especialmente en lo que se refiere a la encarnación de Hijo de Dios en el seno de una Virgen y a su resurrección según la carne; es decir, en lo que más directamente afecta a nuestra historia concreta.
Los cristianos creemos que el Hijo de Dios se ha hecho carne de verdad, que ha entrado en nuestra historia y ha asumido nuestra realidad concreta. Y creemos que Cristo ha resucitado verdaderamente, que ha glorificado nuestra carne y que también resucitará la carne de cada uno de nosotros, su historia concreta y real, llevándola a plenitud.
Benedicto XVI trató el tema en muchas ocasiones, como cuando afirmó: «Es importante reafirmar esta verdad fundamental de nuestra fe, cuya verdad histórica está ampliamente documentada, aunque hoy, como en el pasado, no faltan quienes de formas diversas la ponen en duda o incluso la niegan. El debilitamiento de la fe en la resurrección de Jesús debilita, como consecuencia, el testimonio de los creyentes. En efecto, si falla en la Iglesia la fe en la resurrección, todo se paraliza, todo se derrumba. Por el contrario, la adhesión de corazón y de mente a Cristo muerto y resucitado cambia la vida e ilumina la existencia de las personas y de los pueblos». (Audiencia general, 26-03-2008).
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