Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 24 de agosto de 2012

450 años de san José de Ávila


Como decíamos ayer, hoy se cumplen 450 años de la fundación de san José de Ávila. Los comienzos fueron muy difíciles. Julián de Ávila dice que hubo «tantas diligencias como se podían poner para apagar el fuego cuando está abrasando una ciudad». Las monjas de la Encarnación lo consideran una afrenta y dicen que podía ser Santa en su casa, por lo que la obligan a regresar; la sociedad civil rechaza un convento más que mantener y hasta el ayuntamiento pone pleito porque afirma que la tapia del conventillo da sombra a las fuentes públicas. La sociedad religiosa teme que se trate de un refugio de «alumbradas».

Algunos amigos la avisan de que hay quien quiere denunciarla a la Inquisición para acabar con su proyecto: «Iban a mí con mucho miedo a decirme que andaban los tiempos recios y que podría ser que me levantasen algo y fuesen a los inquisidores. A mí me cayó esto en gracia y me hizo reír, porque yo jamás tuve miedo de eso; que sabía bien de mí que en cosa de la fe, por los sacramentos de la Iglesia o por cualquier verdad de la Sagrada Escritura me pondría yo a morir mil muertes. Y les dije que de eso no temieran» (V 33,5).

Los pocos amigos que le quedaron se demostraron fieles en aquellos días terribles. Francisco de Salcedo llegó a sufrir con paciencia burlas y persecuciones por visitarlas y favorecerlas. El P. Domingo Báñez fue su único defensor en la reunión que convocó el consejo de la ciudad para tratar el caso. Cuando todos estaban dispuestos a deshacer el nuevo convento, advirtió que no podían, bajo pena de excomunión, ya que contaba con los oportunos permisos del obispo y de Roma. El sacerdote Gaspar Daza, que celebró la primera misa y dio el hábito a las primeras cuatro novicias, viajó hasta Madrid, pagándose él mismo los gastos, para defenderlas en el pleito que el ayuntamiento había interpuesto ante el rey. A los seis meses, el P. Pedro Ibáñez se desplazó a Ávila para interceder en su favor, y consiguió un permiso del provincial para que Teresa y otras monjas de la Encarnación se trasladaran a S. José.

Como ella misma dice, lo primero que hace es enseñar a las novicias a rezar el Oficio Divino. Las define como «cuatro pobres huérfanas», lo que nos hace suponer que antes tuvo que enseñarlas a leer, como sucederá también en ocasiones posteriores. Finalmente, puede poner en práctica el estilo de vida tan largamente deseado. El Señor mismo la consuela haciéndola oír en la oración que «esta casa es un rinconcito de Dios, paraíso de su deleite» (V 35,12). Cuando la gente fue conociendo la manera de vivir de Teresa y sus monjas, se vencieron todos los prejuicios y se aficionaron a ellas, transformándose en bienhechores muchos de los antiguos perseguidores: «Era mucha la devoción que el pueblo comenzó a traer con esta casa» (V 36,23). 

Mientras tanto, en S. José de Ávila se recogen los principios esenciales de la tradición carmelitana y se unen a otras intuiciones totalmente nuevas, para dar a luz lo que en el futuro será una de las más fecundas corrientes de espiritualidad que alimentan la Iglesia. Las monjas de S. José serán un «pequeño colegio de Cristo», compuesto por un máximo de 13 mujeres (12 y la priora, como los apóstoles en torno al Señor, aunque más tarde ampliará el número hasta 21). Pocas, pero firmemente vocacionadas. Mujeres que han encontrado en Cristo su amigo, compañero y esposo, con el que quieren gozarse, al que están dispuestas a consolar y por el que no les importa morir. Su austeridad de vida para centrarse en lo esencial, su alegría contagiosa y su constante oración por los que son defensores de la Iglesia, las convertirán en la sal, luz y levadura que el mundo necesita.

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