Para los griegos, «espíritu» se opone a «materia», a «cuerpo». En la Biblia no es así; la ruah es la fuerza, el principio de acción que hay en Dios. No se opone a «cuerpo», sino a «carne», a la realidad terrestre del hombre, caracterizada por la debilidad y por su carácter perecedero: «El egipcio es un hombre y no un Dios y sus caballos son carne y no espíritu» (Is 31,3). La sanción del diluvio está preparada por la constatación de que los hombres quieren vivir solo de su propio principio terrestre: «No permanecerá para siempre mi espíritu en el hombre, puesto que él es pura carne» (Gen 6,3).
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el Espíritu no es un objeto: es la fuerza de Dios, que actúa en los hombres, pero que no puede ser dominado por ellos. Es libertad absoluta y fuente de libertad: «El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu» (Jn 3,8).
El Espíritu de Dios capacita a los hombres para que actúen como Él quiere, de manera que se realicen sus planes. Jesús lo promete y lo envía sobre los fieles, para que puedan vivir conforme al Evangelio. Es importante tener presentes estas nociones bíblicas para comprender lo característico de la espiritualidad cristiana. De hecho, «a menudo se habla de lo espiritual como si fuese lo mismo que lo inmaterial, identificando en el lenguaje común estas dos realidades. Esta identificación lleva a una comprensión parcial o errónea de lo que es verdaderamente espiritual» (M. I. Rupnik, En el fuego de la zarza ardiente, 9).
En el cristianismo, la espiritualidad es la manera concreta en que los individuos y los grupos, dejándose guiar por el Espíritu Santo, asumen y realizan en su propio contexto el estilo de vida propuesto por Jesús. Los contenidos generales de la vida cristiana son asumidos personalmente y vividos de una manera concreta por cada creyente.
En principio, hay solo una espiritualidad cristiana (la que presenta los valores esenciales del cristianismo, para que sean acogidos vitalmente, experiencialmente) y, al mismo tiempo, hay muchas espiritualidades (porque los cristianos, que vivimos en el espacio y en el tiempo, somos limitados en nuestra capacidad de acoger el evangelio y vivimos nuestra fidelidad a lo esencial con mentalidades y modalidades diferentes, poniendo el acento en determinados misterios de nuestra fe, en la práctica de algunas virtudes o en actividades concretas, según la propia vocación).
Estamos hablando de:
Vida. La espiritualidad no es algo teórico, sino que compromete todas las dimensiones de la existencia: Identidad, conciencia, actitudes, relaciones, escala de valores...
Vida cristiana. La persona y la enseñanza de Jesús son nuestro punto de referencia, por lo que hay unos elementos fundamentales comunes a todas las espiritualidades: El seguimiento de Cristo, los valores evangélicos, la eclesialidad, la vivencia sacramental...
Vida cristiana en el Espíritu. No hablamos de la oposición griega espíritu-materia, sino del Espíritu bíblico, la fuerza creadora de Dios, el Espíritu santificador, que Jesús envía a su Iglesia y a nuestros corazones.
Personalización de la vida cristiana en el Espíritu. Lo que significa asumir unos valores comunes, haciéndolos propios. Esto conlleva diversificación (según la propia sensibilidad, vocación y estado) y progresividad (desarrollo, crecimiento, maduración).
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