sábado, 7 de marzo de 2015
Teresa de Jesús, mujer "barbada"
Ayer comenzamos a tratar de la situación de sumisión en que se encontraban las mujeres en el s. XVI y de la respuesta de santa Teresa de Ávila a esa realidad.
Las mujeres de la época no tenían acceso a los estudios reglados, incluso estaba mal visto que supieran leer.
La posibilidad de que alguna se atreviera a convertirse en maestra por medio de la palabra oral o escrita era algo absolutamente impensable.
Todos repetían que la mujer es débil por naturaleza, inclinada al mal y fácilmente manipulable por el demonio, por lo que se debía sospechar de ella.
La mayoría estaba convencida de que debía permanecer siempre tutelada por algún varón. Para ello se citaban tres autoridades, principalmente:
En primer lugar, el libro del Génesis, que dice que ella fue la engañada por el demonio en el momento del pecado original.
En segundo lugar, san Pablo, que pide a las mujeres que se sometan a sus maridos y que callen en la Iglesia.
Por último, santo Tomás que, siguiendo a Aristóteles, consideraba a la mujer un varón incompleto.
Todo esto lo conocía Teresa y se rebeló contra esa situación, aunque era plenamente consciente del peligro que corría al escribir sobre argumentos tan delicados; por eso recoge estos tópicos en sus escritos con aparente sumisión.
No deja de ser significativo que, cuando algunos contemporáneos de santa Teresa quieran alabarla, digan que «no parece mujer» o que «tiene ánimos de varón».
Ella misma lo reconoce así y recoge el parecer de los que dicen que su ánimo es más grande que el de las mujeres (cf. V 8,7).
Nos puede ilustrar lo que le sucedió al P. Juan de Salinas, provincial de los dominicos, que llamó la atención al P. Domingo Báñez, porque había escuchado que era amigo de Teresa, previniéndole de la excesiva confianza con mujeres, «cuyas virtudes hay que tener siempre por sospechosas».
El P. Báñez le dijo que, ya que él iba a predicar la cuaresma en Toledo y ella estaba allí, aprovechara para conocerla personalmente y así podría comprender su aprecio por ella.
Al regreso, Salinas reprochó a Báñez: «¡Me habías engañado! Me dijiste que era mujer y a fe mía que es varón ¡y de los muy barbados!».
A pesar de los prejuicios antifeministas de su época, la vida y los escritos de Teresa son una defensa a ultranza del derecho de la mujer a pensar por sí misma y a tomar decisiones: no quiere que nadie se entrometa en la vida cotidiana de sus monjas.
Hubo de realizar muchos esfuerzos para que ellas pudieran autogestionarse, para que tuvieran libertad de elegir confesores y consejeros y no estuvieran sometidas en todo a los varones; algo inconcebible en su época.
Lo vemos de una manera especial en su correspondencia de los últimos años: «Esto es lo que temen mis monjas: que han de venir algunos prelados pesados que las abrumen y carguen mucho» (Cta. 145,1); «en que perpetuamente no sean vicarios de las monjas los confesores pongo mucho [...]. Es también necesario que tampoco estén sujetas a los priores [...]. Nuestras Constituciones no es menester tratarlo en capítulo de frailes ni que lo entiendan ellos» (Cta. 359,1ss.); «en nuestras cosas no hay que dar parte a los frailes» (Cta. 360,4).
Quiso que sus monjas se formaran bien para que no tuvieran que depender siempre y en todo de los varones, para que pudieran ser libres, para que pudieran vivir con responsabilidad. Y les avisó para que huyeran como del mismo demonio de aquellos que pretendan convencerlas de lo contrario.
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