En nuestros días no está de moda hablar del demonio. Incluso en algunos estudios sobre Jesús este tema se pasa por alto. Y, sin embargo, los evangelios testimonian abundantemente la oposición del diablo a la actividad de Jesús y la victoria de Jesús sobre el maligno. Los episodios de exorcismos son demasiado numerosos como para ignorarlos. Si ayer hablábamos de los milagros de Jesús, hablemos hoy (también brevemente) de su victoria sobre el mal. Mañana, si Dios quiere, hablaremos de su predicación.
¿Quién es el demonio? En el Antiguo Testamento, los términos "Satanás", "demonio" o "diablo" aparecen raramente. En el libro de Job, por ejemplo, aún no está clara su identidad, pero Satanás se manifiesta como el acusador del hombre ante Dios. Por eso, más tarde, el Apocalipsis lo presentará como «el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche ante nuestro Dios» (Ap 12,10). En realidad, acusando al hombre, pretende ofender a Dios: le dice que esa criatura, que Él ha formado a su imagen y semejanza, en la que ha depositado su amor, es una criatura miserable; que se ha equivocado al hacerla y al confiar en ella. Para demostrar su tesis, despoja a Job de sus bienes y de su salud, esperando que así se rebele contra Dios, aunque falla en su propósito. A su manera, este libro ya testimonia que el poder del diablo no es absoluto y que puede ser vencido.
El misterio del maligno se fue clarificando progresivamente, especialmente a la luz de dos relatos: la tentación de los primeros padres (Gen 3) y cuando se afirma que la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo (Sab 2,23-24). En tiempos de Jesús, todos creían en ellos y en que causaban daño a los hombres. Incluso les hacían responsables de las enfermedades y de otras desgracias.
En el Nuevo Testamento, las referencias al demonio van siempre unidas a la persona y actividad de Jesucristo, como representantes de dos mundos totalmente distintos; con la certeza de que donde está el uno no hay sitio para el otro. Por supuesto, el más fuerte de los dos es Jesús, que lo vence y expulsa.
El endemoniado de Gerasa. Al respecto es muy significativa la curación del geraseno. El acontecimiento tiene lugar fuera del territorio de Israel. Jesús expulsa los demonios de un pagano que vivía en el cementerio, incapacitado para relacionarse con los demás y haciéndose daño a sí mismo (imagen de los que viven alejados del Dios verdadero), los envía a la morada más humillante para un judío (a los cerdos, considerados animales inmundos, que causaban en los judíos la misma sensación de asco que las ratas entre nosotros ) y los hace precipitarse en el abismo, acabando con ellos (Mc 5,1-20). El mismo Jesús explica que su victoria sobre el mal es la manifestación de la llegada del reino de Dios: «Si expulso los demonios con el poder de Dios, es que ha llegado a vosotros el reino de Dios» (Mt 12,22-28). San Pablo cantará gozosamente: «Si Jesús ha vencido al mal, ¿quién puede separarnos del amor de Dios? Nada ni nadie» (cf. Rom 8,31-35).
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