Hace pocos días, en la Eucaristía que el papa celebra cada mañana en Santa Marta, habló de lo que es la Misa, diciendo cosas tan interesantes como estas:
«El Señor nos habla a través de su Palabra, recogida en el Evangelio y en la Biblia; y a través de la catequesis, de la homilía. No solo nos habla, sino que también se hace presente en medio de su pueblo, en medio de su Iglesia. Es la presencia del Señor. El Señor que se acerca a su pueblo; se hace presente y comparte con su pueblo un poco de tiempo».
Esto es lo que sucede durante la celebración litúrgica que ciertamente «no es un buen acto social y no es una reunión de creyentes para rezar juntos. Es otra cosa» porque «en la liturgia eucarística Dios está presente» y, si es posible, se hace presente de un modo aún «más cercano». «Su presencia es una presencia real».
«Cuando hablo de liturgia me refiero principalmente a la santa misa. Cuando celebramos la misa, no hacemos una representación de la Última Cena». La misa «no es una representación; es otra cosa. Es propiamente la Última Cena; es precisamente vivir otra vez la pasión y la muerte redentora del Señor. Es una teofanía: el Señor se hace presente en el altar para ser ofrecido al Padre para la salvación del mundo».
Así, el Papa Francisco volvió a proponer, como lo hace a menudo, un comportamiento común en los fieles: «Nosotros escuchamos o decimos: “debo ir a misa, debo ir a escuchar misa”. La misa no se escucha, se participa. Y se participa en esta teofanía, en este misterio de la presencia del Señor entre nosotros». Es algo distinto de las otras formas de nuestra devoción, precisó nuevamente poniendo el ejemplo del belén viviente «que hacemos en las parroquias en Navidad, o el vía crucis que hacemos en Semana Santa». Estas son representaciones; la Eucaristía es «una conmemoración real: Dios se acerca y está con nosotros y nosotros participamos en el misterio de la redención».
El Pontífice se refirió luego a otro comportamiento muy común entre los cristianos: «Cuántas veces contamos los minutos... “tengo apenas media hora, tengo que ir a misa...”». Esta «no es la actitud propia que nos pide la liturgia: la liturgia es tiempo de Dios y espacio de Dios, y nosotros debemos entrar allí, en el tiempo de Dios, en el espacio de Dios y no mirar el reloj. La liturgia es precisamente entrar en el misterio de Dios; dejarnos llevar al misterio y estar en el misterio».
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