Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 28 de noviembre de 2012

La fundación de Duruelo


La fundación del primer convento de carmelitas descalzos tuvo lugar en Duruelo en 1568. Fue una obra conjunta de santa Teresa de Jesús (ideadora) y de san Juan de la Cruz (realizador).

Ya hemos dedicado dos entradas a hablar del encuentro entre los dos santos y de la preparación para la fundación, el "noviciado" de fray Juan en Valladolid. 

Con lo aprendido de las monjas y un nuevo hábito, que Teresa le preparó personalmente, a finales de septiembre fray Juan se dirigió a Duruelo (un lugar pobre y aislado, perdido en las estepas castellanas), donde habían regalado una casa a la madre. En realidad, más que una casa, era un barracón desvencijado, donde los segadores se recogían durante los tiempos de las cosechas. 

De hecho, cuando ella lo visitó el verano anterior, a sus acompañantes les pareció una locura hacer allí un convento y no se atrevieron a dormir en ella, por la gran suciedad, tal como cuenta ella misma: 

«Como el lugar es poco nombrado, no se hallaba mucha relación de él. Así anduvimos aquel día con harto trabajo, porque hacía muy recio sol. Cuando pensábamos estábamos cerca, había otro tanto que andar […]. Como entramos en la casa, estaba de tal suerte, que no nos atrevimos a quedar allí aquella noche por causa de la demasiada poca limpieza que tenía y mucha gente del agosto [se refiere a las pulgas que llenaban el local]. Tenía un portal razonable y una cámara doblada con su desván, y una cocinilla. Este edificio todo tenía nuestro monasterio. Yo consideré que en el portal se podía hacer iglesia y en el desván coro, que venía bien, y dormir en la cámara. Mi compañera, aunque era harto mejor que yo y muy amiga de penitencia, no podía sufrir que yo pensase hacer allí monasterio, y así me dijo: “cierto, madre, que no haya espíritu, por bueno que sea, que lo pueda sufrir. Vos no tratéis de esto”. El padre que iba conmigo, aunque le pareció lo que a mi compañera, como le dije mis intentos, no me contradijo. Nos fuimos a tener la noche en la iglesia, que para el cansancio grande que llevábamos no quisiéramos tenerla en vela» (Fundaciones 13,2-3). 

Los padres Antonio y Juan estaban tan ilusionados por empezar el proyecto que les presentó la Santa, que aceptaron el lugar. Ella les aseguró que sería algo temporal, mientras encontraban mejor acomodo. 

Durante dos meses, con la ayuda de su madre, su hermano y su cuñada, fray Juan adaptó la alquería para convento. Cuando los trabajos estuvieron terminados se le unieron el P. Antonio y otros dos compañeros. 

El nuevo convento se inauguró el 28 de noviembre de 1568, que ese año coincidió con el primer domingo de Adviento. Presidió la ceremonia el provincial de los carmelitas de Castilla, en cuyas manos profesaron los religiosos su deseo de vivir «según la Regla primitiva». Juan de san Matías cambió su nombre por el de Juan de la Cruz.

En Duruelo comenzó su andadura una nueva familia religiosa, aunque brotó del tronco del Carmelo, del que conservó sus valores esenciales, enriquecidos por la experiencia y las intuiciones de santa Teresa y de los primeros que se unieron a su proyecto. 

Conscientes de ello, a la Regla preexistente unieron unas Constituciones (que los padres Antonio de Jesús y Juan de la Cruz adaptaron de las que Teresa de Jesús había escrito para sus monjas).

Esta nueva realidad que surgió en la Iglesia tenía unos valores específicos e incluso una estética propia. No se trataba de la arquitectura solemne de la cartuja, a la que fray Juan quería marchar, sino de algo muy parecido a la casa de Fontiveros, donde él creció. 

Como había sucedido cuando santa Teresa fundó el monasterio de san José de Ávila, se trataba de un edificio preexistente, transformado en convento. En un lugar de pocos vecinos, pero en medio de las casas donde ellos vivían. 

De hecho, santa Teresa fundó todos sus monasterios en centros urbanos, con el deseo de que fueran puntos de referencia para la población local, que había de encontrar cercanas a sus monjas. 

Y lo mismo quería para sus frailes, aunque aceptó empezar en un lugar tan apartado, con la idea de trasladarse a la ciudad en cuanto fuera posible.

Los edificios carmelitanos debían estar construidos con materiales pobres, sin grandes pretensiones arquitectónicas y sin que consumieran demasiadas energías en su mantenimiento. No hacía falta que desafiaran el tiempo con el uso del mármol, de la piedra y del bronce. «Que hagan poco ruido cuando se caigan», escribió la Santa. 

Muros encalados, espacios bien iluminados, pequeños claustrillos, en torno a los cuales se desarrollase la vida conventual, iglesias sencillas y acogedoras (lugares de oración antes que museos), y –eso sí que nunca debía faltar– huerta y jardín con algunas ermitillas para descanso y desahogo. 

La arquitectura influye más de lo que creemos en la vida de sus moradores. La de Duruelo invitaba a una vida sencilla, no alejada de la gente ordinaria, centrada en lo esencial. 

Año y medio después, en 1570, la fundación se trasladó a Mancera, un pueblo algo más grande y con mejores posibilidades. Algunos años más tarde se establecieron en Ávila.

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