Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

lunes, 14 de marzo de 2016

¿Quién es Jesús?


La Semana Santa de Jesús
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
7- ¿Quién es Jesús?

En el centro de los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) encontramos una pregunta que divide la historia de Jesucristo en dos partes: ¿Quién dice la gente que soy yo?

Como ya hemos indicado, en el evangelio de Marcos marca la mitad material del relato. Antes se narran los tres años de actividad pública de Jesús en Galilea. En esa primera parte son muchos los que lo siguen entusiasmados. En cierto momento tiene lugar el diálogo sobre la identidad de Jesús y el primer anuncio de la pasión. Después, se recoge el viaje definitivo de Jesús a Jerusalén, el de su muerte y resurrección. Cada vez son más los que lo abandonan y menos los que lo siguen, porque no responde a sus expectativas. 

El diálogo de Jesús con sus discípulos y la pregunta sobre su identidad tienen lugar en Cesarea de Filipo, la actual Banias, junto a las fuentes del Jordán, a los pies del monte Hermón, en uno de los paisajes más bellos de la Tierra Santa. Allí había, desde antiguo, un famoso templo en honor del dios Pan y de las ninfas. 

Herodes el Grande construyó una ciudad totalmente helenizada, con foro, estadio, teatro y otros lugares de diversión y con un santuario imponente en honor del emperador, del que se conservan algunas ruinas. Su hijo Herodes Filipo la transformó en la capital de su reino, dándole el nombre en honor a César Augusto y a sí mismo. 

En esa ciudad, los discípulos pudieron comprobar lo que les ofrecía la sociedad pagana de su época: abundantes bienes de consumo y numerosos entretenimientos. Precisamente allí, Jesús manifiesta que su destino es el sufrimiento y que los que quieran ser sus discípulos también tienen que abrazarse a la cruz y caminar tras él, eligiendo entre seguir a Jesús o seguir al mundo.

En primer lugar, Jesús pregunta qué dice la gente de él (Mc 8,27-30; Mt 16,13-20; Lc 9,18-21). En el evangelio, las opiniones están divididas: unos piensan que es un santo y otros que está endemoniado, algunos que es un profeta de Dios y otros que es un embaucador. Los discípulos solo se atreven a exponer las positivas, que identifican a Jesús con un profeta. Pero a Jesús no le sirve lo que dice la gente. Por eso pregunta directamente a sus discípulos (y a cada uno de nosotros): ¿Quién soy yo para ti?, ¿qué lugar ocupo en tu vida? 

En los tres evangelios sinópticos, Pedro contesta en nombre de los doce: «Tú eres el mesías» (Mc 8,29), «Tú eres el mesías de Dios» (Lc 9,20), «Tú eres el mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). San Juan también recoge una confesión similar de Pedro, aunque en otro contexto: «Tú eres el Santo de Dios» (Jn 6,69). Vemos que hay una progresiva profundización en la identidad de Jesús por parte de los primeros cristianos, la cual queda reflejada en estos textos. El más antiguo se limita a reconocer a Jesús como «mesías» de Israel.

El mesianismo de Jesús

Después de que Pedro afirmó que Jesús es el mesías, él explicó qué tipo de mesianismo es el suyo. Sus contemporáneos esperaban un mesías poderoso, como David, que debía restablecer el reinado de Israel y acabar con la dominación romana. Pero Jesús se presenta como un mesías humilde, que viene a servir, que debe padecer y morir por los pecadores. Es el primer anuncio de la pasión, al que seguirán otros dos (Mc 9,30-32; 10,32-34). 

Esto provocará una crisis entre los discípulos, ya que iba contra sus ideas. Pedro rechaza que el mesías pueda sufrir, y se lo hace saber. Como la mayoría, esperaba un mesías triunfante, por lo pide a Jesús que se aparte de la vía del sufrimiento. Es la misma tentación que le había presentado el diablo después del bautismo. Por eso, Jesús le llama Satanás y le dice que esa manera de pensar corresponde a los hombres y no a Dios. 

Los otros discípulos no entendieron sus palabras, porque eran de la misma opinión que Pedro, pero tampoco tenían intención de profundizar en el tema: «No entendían este lenguaje y les daba miedo preguntarle» (Mc 9,32). 

Ellos también esperaban un mesías político, por eso discuten en varias ocasiones sobre quién será el más importante en el reino; es decir: quién conseguirá mayores beneficios cuando se establezca su gobierno. Podemos ver algunos ejemplos: 

- Por el camino discutieron quién sería el más importante cuando se estableciera el reino (Mc 9,34).

- Los Zebedeos quieren puestos de honor y piden a Jesús sentarse: «uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria» (Mc 10,35). Hoy lo podríamos traducir por: «Que uno sea ministro de economía y otro, ministro del interior».

- El domingo de Ramos, la gente aclama: «Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David» (Mc 11,10). Los discípulos comparten la opinión de que Jesús restablecerá el reino de David.

- Incluso el día de la ascensión preguntan a Jesús: «¿Es ahora cuando vas a establecer el reino de Israel?» (Hch 1,7). 

En nuestros días, algunos autores presentan a Jesús como un mesías político, movilizador de los pobres contra los ricos o comprometido en la lucha contra las autoridades judías y contra los romanos. Pero la interpretación de los evangelios es muy distinta. Jesús establece un reino «que no es de este mundo» y que solo se puede entender a partir de su predicación.

Si lo pensamos bien, el rechazo de Pedro y de los discípulos al sufrimiento del mesías sigue siendo la actitud ordinaria de los cristianos contemporáneos: ¿Por qué Jesús «debe» sufrir y morir?, ¿por qué Jesús insiste en que «es necesario» que él padezca para poder salvarnos? (cf. Mt 16,21, Mc 8,31, Lc 9,22), ¿por qué su muerte violenta corresponde al proyecto de Dios? Dos mil años después, la cruz sigue siendo escándalo para los hombres religiosos y necedad para los intelectuales, pero fuente de sabiduría y de fortaleza para los creyentes (cf. 1Cor 1,18-24). 

La Escritura da un testimonio firme de que no hay contradicción entre el mesianismo de Jesús y su sufrimiento, entre su filiación divina y su muerte. En la transfiguración veremos que dan un testimonio concorde Moisés y Elías; es decir, «la Ley y los profetas», el Antiguo Testamento. Testimonio avalado por la misma predicación de Jesús, de san Pablo y de la Iglesia desde sus orígenes hasta el presente.

La identidad de Jesús

Los discípulos solo comprendieron plenamente el misterio de Cristo cuando recibieron el Espíritu Santo. Entonces releyeron toda su historia a la luz de la Sagrada Escritura y comprendieron que murió «según las Escrituras» y que resucitó «según las Escrituras» (cf. 1Cor 15,3-4), es decir: cumpliendo un proyecto eterno de Dios, que se ha ido realizando en la historia y que recogen las Escrituras. 

San Marcos empieza así su evangelio: «Aquí comienza la buena noticia, que es Jesús, que es el mesías, que es el Hijo de Dios» (Mc 1,1). A lo largo del relato, la gente se pregunta continuamente por la identidad de Jesús: «¿Quién es este que habla con autoridad..., que camina sobre las aguas..., al que obedecen los espíritus inmundos..., que perdona los pecados..., que resucita a los muertos...?». Piensan conocerle y se extrañan por las cosas que hace y dice. 

La primera mitad de este evangelio comienza con el bautismo y va encaminada a una primera respuesta, ofrecida por la confesión de Pedro, cuando reconoce que Jesús es el mesías (Mc 8,29). 

La segunda mitad comienza con la transfiguración y va encaminada a la respuesta definitiva, que se manifiesta en la confesión de fe del centurión quien, viéndolo morir, exclama: «Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15,39). 

Así, en la vida y en la muerte de Jesús, se puede descubrir que él es el mesías, el Hijo de Dios, y que esto es una buena noticia, tal como anuncia san Marcos en el primer versículo de su evangelio.

Los otros evangelistas tienen el mismo convencimiento que Marcos. Por eso, san Juan dice al final de su obra: «Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este libro. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre» (Jn 20,30-31). Es decir, no pretende contar todo lo que hizo y dijo Jesús. Solo selecciona algunas de sus obras y enseñanzas; las que le parecen más importantes para transmitir su fe al lector, para hacerle comprender que Jesús es el mesías y el Hijo de Dios.

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