jueves, 29 de septiembre de 2016
La "confianza sin límites" de santa Teresita
Teresa vivía con desasosiego los retiros anuales de la comunidad. Los predicadores de la época no tenían reparo en aterrorizar a las almas insistiendo en el pecado, que veían en todo, en los tormentos del infierno que nos esperan y en el sufrimiento como único camino de purificación.
El mismo capellán de la comunidad era muy escrupuloso. Un día, sor Teresa de san Agustín, una religiosa muy observante, salió del confesionario deshecha en lágrimas y comentó a su priora: «madre mía, el capellán acaba de decirme que tengo ya un pie en el infierno». A lo que la priora le respondió: «Quédese tranquila, hermana, que a mí me ha dicho que ya tengo los dos en él».
El retiro de 1891, cuando Teresa tenía 19 años, no presagiaba nada bueno. El P. Benigno, provincial de los franciscanos, que debía predicarlo, se vio impedido y mandó en su lugar al P. Alejo Prou, que se dedicaba a predicar en las fábricas ante las multitudes y no estaba acostumbrada al trato con monjas contemplativas. Pero Teresa encontró en él una gran ayuda.
Teresa no comenta las conferencias, pero sí un encuentro personal con el sacerdote, cuando fue a confesarse con él, que la confirmó en algunas intuiciones que ella estaba desarrollando:
«Dios se sirvió precisamente de ese Padre, a quien solamente yo aprecié en la comunidad. Yo sufría por entonces grandes inquietudes interiores de toda clase y estaba dispuesta a callar acerca de mi estado, por no saber cómo expresarme, pero apenas entré en el confesionario, sentí que mi alma se dilataba. Después de haber pronunciado unas pocas palabras, fui comprendida de un modo maravilloso, y hasta adivinada. El padre me lanzó a velas desplegadas por los mares de la confianza y del amor, que me atraían tan fuertemente, pero por los que no me atrevía a navegar. Me dijo que mis faltas no desagradaban a Dios. ¡Qué dicha experimenté al escuchar estas consoladoras palabras! Nunca había oído decir que las faltas pudiesen no desagradar a Dios. Esta seguridad me colmó de alegría y me hizo soportar pacientemente el destierro de la vida. En el fondo de mi corazón estaba convencida de que era así, pues Dios es más tierno que una madre».
Teresa sabe que una madre no se enfada cuando su hijo pequeño, que está aprendiendo a caminar, cae al suelo; sino que se preocupa por si se ha hecho daño y le levanta con afecto, animándole a volver a intentarlo. Lo mismo hace Dios: él sabe que estamos aprendiendo a ser santos y no se enfada por nuestras faltas, porque nos ama y solo desea nuestro bien. Por eso nos ayuda a levantarnos después de cada caída y nos da ánimos.
Las últimas palabras que Teresa escribe en sus manuscritos autobiográficos, sirviéndose de un lapicero, ya que no tenía fuerzas para usar la pluma, son muy significativas:
«Sí, estoy segura de que aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que puedan cometerse, iría, con el corazón roto por el arrepentimiento, a arrojarme en los brazos de Jesús, porque sé muy bien cuánto ama al hijo pródigo que vuelve a él. Dios, en su misericordia preveniente, ha preservado a mi alma del pecado mortal; pero no es eso lo que me eleva a él, sino la confianza y el amor».
Hablando con sus hermanas, pocos días antes de morir, les pone este ejemplo: «Miren a los niños pequeños: no cesan de romper y rasgar cosas, de caerse, a pesar de amar mucho a sus padres. Cuando caigo, soy como un niño. Entonces toco con el dedo mi propia nada y mi debilidad, y pienso: ¿Qué sería de mí, qué haría si me apoyase en mis propias fuerzas?». Pero ella está convencida de que el Padre celestial siempre está pendiente de nosotros para levantarnos cada vez que caemos.
En definitiva, esa confianza radical y esa actitud de abandono en las manos de Dios brotan de su nueva percepción de la justicia divina, de su nueva comprensión del misterio de Dios y de su gracia. (Temas que hemos desarrollado en otras entradas como la titulada "La justicia y la misericordia de Dios" a la que se puede acceder haciendo un click).
Hoy, 29 de septiembre, se celebra la fiesta de los santos arcángeles Gabriel, Miguel y Rafael. En esta entrada hablo de ellos y enlazo con otras en las que trato de sus representaciones en el arte, entre otras cosas.
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