Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

sábado, 11 de octubre de 2025

Aprendamos a dar gracias. Domingo 28 del Tiempo Ordinario, ciclo c


El evangelio del domingo 28 del Tiempo Ordinario, ciclo "c", 
nos propone un relato profundamente revelador sobre la gratitud y el verdadero sentido de la fe: la curación de los diez leprosos (Lc 17,11-19).

En tiempos de Jesús, la lepra era más que una enfermedad: significaba exclusión social y religiosa. Los leprosos eran declarados impuros por los sacerdotes (cf. Lev 13) y expulsados de sus hogares, de sus ciudades y de sus comunidades; no podían acercarse a los sanos ni participar en el culto. Vivían marginados en cuevas o descampados, apartados de todo y de todos. Por eso, aquellos diez leprosos gritan desde lejos: «¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!».

Jesús escucha su súplica y les ordena ir a presentarse a los sacerdotes. Solo ellos podían firmar el certificado que declaraba su curación y les permitía reincorporarse a la vida social. El milagro ocurre en el camino: quedan sanos antes de llegar. Nueve de ellos siguen adelante, ansiosos por recuperar sus familias, sus casas y sus bienes. Uno solo, un samaritano —extranjero y despreciado por los judíos— vuelve atrás, alaba a Dios en voz alta y se postra a los pies de Jesús para darle gracias. A este, y solo a este, le dice el Señor: «Tu fe te ha salvado».

El contraste es elocuente. Los nueve reciben la curación del cuerpo y se quedan ahí; el samaritano, en cambio, descubre que el milagro no consiste solo en recuperar la salud, sino en encontrarse con Dios y responder con gratitud. Jesús había dicho a todos que fueran a los sacerdotes, pero él comprende que hay algo más grande que el rito: la gracia que ha irrumpido en su vida. Así, además de la salud, recibe la salvación.

También nosotros, marcados por el pecado, quedamos “fuera del campamento”, lejos de Dios y de los hermanos. Y, como los leprosos, gritamos desde nuestra pobreza pidiendo misericordia. El Señor no permanece indiferente: viene a nuestro encuentro, nos limpia, nos devuelve la dignidad y nos reintegra en la comunión. Sin embargo, con frecuencia reaccionamos como los nueve: recibimos sus dones y seguimos adelante sin detenernos a agradecer.

La Palabra nos invita a imitar al samaritano, a vivir con un corazón agradecido. La gratitud no es un mero sentimiento: es una forma de fe, el reconocimiento de que todo es gracia. Es también el camino de la verdadera adoración, que no se queda en las prácticas externas ni en las costumbres, sino que reconoce al Dios vivo que actúa en nuestra vida.

La primera lectura recoge el ejemplo de Naamán, el sirio curado por Eliseo (2Re 5), que refuerza esta enseñanza. Primero obedece al profeta con reticencia, pero al quedar sano, su gratitud lo transforma profundamente: reconoce al Dios de Israel como el único Señor y decide adorarlo. La curación exterior da paso a una conversión interior.

Hacer de la gratitud un estilo de vida es el camino del discípulo. Como enseña el apóstol Pablo: «Todo cuanto hagáis, de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él» (Col 3,17). Solo quien reconoce los dones de Dios, los acoge con humildad y vuelve a él con corazón agradecido, pasa de la simple curación a la salvación.

1 comentario:

  1. Riconoscere i doni del Signore significa vivere eucaristicamente. grazie P. Eduardo

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