sábado, 8 de octubre de 2022

Aprendamos a dar gracias


El evangelio del domingo 28 del Tiempo Ordinario, ciclo "c", nos explica lo que significa ser agradecidos.

Un día diez leprosos gritaron a Jesús desde lejos que tuviera piedad de ellos. En aquella sociedad, los leprosos eran expulsados de los pueblos y ciudades, perdían sus familias y sus propiedades, y no podían acercarse a los sanos, ni tocar sus animales ni sus sembrados. Por eso suplican desde lejos.

No podían vivir entre los sanos, por lo que se acomodaban en las cuevas de las montañas, formando una especie de comunidad de miseria y de exclusión. De hecho, vemos que entre los diez leprosos hay nueve judíos y un samaritano que viven juntos, cosa que no sucedía entre los sanos.

Jesús les dice que vayan a presentarse a los sacerdotes de Jerusalén. De hecho, los sacerdotes eran los que declaraban impuros a los leprosos, pero también los que expedían un certificado que les permitía volver a reincorporarse a la vida social y a recuperar sus bienes, si quedaban sanados (Lev 13,11-16).

Los nueve judíos van donde los sacerdotes, deseosos de obtener su certificado y regresar a su vida de antes. Han sido “sanados”, pero no han comprendido quién es Jesús ni la novedad que significa encontrarse con él.

Al samaritano, extranjero y despreciado por los contemporáneos de Jesús, no parece importarle tanto conseguir su certificado y volver a su vida de antes. Cuando descubre que está sano, vuelve adonde está Jesús, para darle gracias, alabando a Dios a grandes voces. Este hombre ha sido “sanado” y “salvado”.

A cada uno de nosotros el pecado nos llena de impureza y nos expulsa de la asamblea de los santos. Formamos parte de la comunidad de los excluidos, de los que no tienen derecho a acercarse al trono de la gracia.

Por eso, gritamos desde lejos a Jesús, para que tenga misericordia, y él se conmueve, viene a nuestro encuentro y nos abraza, nos sana ofreciéndonos su perdón y su amistad.

Muchas veces, nosotros también tenemos prisa por alejarnos de él, por volver a la vida de antes, por olvidar los efectos de nuestro encuentro con su gracia.

Pero algunos son capaces de regresar a su lado, de darle gracias, de bendecir a Dios con sus palabras y con su vida. A esos tenemos que imitar.

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