sábado, 26 de septiembre de 2015

Teresa de Lisieux: una maestra del evangelio


Al leer los escritos de santa Teresita se puede comprobar que ella está convencida de que el maestro divino la instruye cuando lee la Sagrada Escritura, en la que encontró la iluminación para sus intuiciones más profundas, a pesar de que ella nunca poseyó un ejemplar completo de la Biblia.

Sí que conocía las cartas de san Pablo y llevaba una copia de los evangelios en un bolsillo de su túnica, junto al corazón, y afirmaba que eran su consuelo y la fuente en la que ella saciaba su sed: «Lo que me sustenta durante la oración, por encima de todo, es el evangelio. En él encuentro todo lo que necesita mi pobre alma. En él descubro de continuo nuevas luces y sentidos ocultos y misteriosos». 

Del Antiguo Testamento solo tenía los textos que encontraba traducidos al francés en los libros que leía, especialmente un cuadernillo manuscrito en el que su hermana Celina había anotado algunas citas. En él encontró un tesoro que le permitió formular la propuesta de su «caminito». 

Habría querido estudiar griego y hebreo para comprender las Escrituras en su lengua original. Cita explícitamente 440 veces el Antiguo Testamento y 650 el Nuevo.

En sus escritos, allí donde brilla una intuición original, siempre cita una página de la Biblia que las ilumina: Así, en la llamada de Jesús a los discípulos (Mc 3,13) encuentra luz para clarificar el misterio de las vocaciones en la Iglesia, con lo que da inicio al manuscrito «a». En la teología de los carismas unificados en la caridad (1Cor 12-13) halla su vocación específica en la Iglesia. En la lectura de la oración sacerdotal de Jesús se siente investida de los mismos sentimientos de Cristo. En las páginas del Sermón de la Montaña penetra las riquezas y sutilezas del verdadero amor del prójimo. En otros textos proféticos y evangélicos intuye el valor de la pequeñez y de la pobreza que le abren el corazón a la confianza en Dios.

En su poesía «Jesús, amado mío, acuérdate», se compara con el evangelista Juan y se goza de conocer los secretos del Señor, como el evangelista, ya que posee los evangelios, que son su verdadera riqueza: «Acuérdate de que, en un trance santo / de divina embriaguez, tu apóstol virgen / descansó su cabeza sobre tu corazón. / ¡Señor, en su descanso / conoció tu ternura, comprendió sus secretos! / No me siento celosa del discípulo amado, / porque yo también conozco tus secretos, soy tu esposa. / Duermo sobre tu pecho, / divino Salvador. […] / En las cosas del cielo, Señor, hazme una experta, / muéstrame los secretos que tu evangelio esconde. / Haz que este libro de oro / sea mi gran riqueza».

Porque fue directamente a las fuentes, Teresa abrió su alma a los horizontes de una espiritualidad nueva, que rompía con los principios normales de la vida cristiana de su tiempo, tan amarrada por el pesimismo jansenista y casi reducida a un pietismo desencarnado. 

Si no tenemos en cuenta esta originalidad, no podremos comprender por qué su doctrina, a pesar de ser tan sencilla y elemental, en su tiempo fue saludada como un mensaje nuevo, una especie de revolución copernicana en el ámbito de la teología y de la espiritualidad.

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