Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 7 de octubre de 2025

Santa Teresita: presentación de su vida en 500 palabras


Santa Teresa del Niño Jesús nació en 1873 en Alençon en el seno de una familia profundamente cristiana. Fue una niña alegre, inteligente y muy sensible, pero la muerte de su madre cuando tenía cuatro años la marcó profundamente, volviéndola introvertida y vulnerable. Su hermana Paulina asumió entonces el papel maternal, hasta que ingresó en el Carmelo, lo que provocó en Teresa una crisis emocional con síntomas depresivos, escrúpulos y regresiones infantiles.

A los diez años sufrió una enfermedad misteriosa que la llevó al borde de la muerte. Según su propio testimonio, sanó de modo repentino al sentir la sonrisa maternal de la Virgen María. Sin embargo, continuó luchando contra su hipersensibilidad y la inestabilidad emocional. Tras la entrada en el Carmelo de su hermana María, su fragilidad aumentó hasta el punto de que tuvo que abandonar la escuela y recibir clases particulares.

El punto de inflexión llegó en la Navidad de 1886, cuando experimentó lo que llamó «la gracia de Navidad»: una profunda conversión interior que la hizo salir del encierro en sí misma y le dio fuerza para amar gratuitamente a los demás. A partir de ese momento comenzó lo que describió como una «carrera de gigante», superando escrúpulos y debilidades y avanzando en madurez humana y espiritual.

Desde niña sintió el deseo de consagrarse a Dios en el Carmelo. Aunque encontró resistencia por su edad, insistió con determinación hasta obtener el permiso e ingresar en el convento a los quince años. Allí tuvo que afrontar muchas dificultades: incomprensión del confesor, celos de algunas hermanas, el clima espiritual jansenista de la comunidad y, sobre todo, la enfermedad y el deterioro mental de su padre, que algunos atribuyeron injustamente a su marcha.

Pese a todo, Teresa se integró con serenidad y alegría en la vida comunitaria. Era fervorosa en la oración, cumplía con sus oficios, escribía cartas llenas de sabiduría y humor, componía poemas y pequeñas obras teatrales y profundizaba en los escritos de santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz. Su madurez espiritual sorprendía a todos: a los veinte años era descrita como una joven serena, dueña de sí, capaz de provocar tanto lágrimas de devoción como carcajadas en los recreos.

Se le confió la formación de las novicias, tarea en la que demostró gran sensibilidad y pedagogía, guiando a cada una según su camino particular y enseñándoles a vivir la santidad en lo pequeño y cotidiano. Aunque su vocación era contemplativa, deseaba ardientemente ser misionera y sacerdote, y acompañó espiritualmente a dos misioneros, a quienes escribió sobre su «caminito» espiritual.

En 1895 formuló ese «caminito totalmente nuevo» al ofrecerse como víctima al Amor misericordioso de Dios, subrayando la confianza filial frente a la espiritualidad centrada en el temor y la penitencia. Esta entrega marcó la plenitud de su unión con Dios, lo que los místicos llaman «matrimonio espiritual».

Sus últimos dieciocho meses estuvieron marcados por el sufrimiento físico y espiritual debido a la tuberculosis. Murió el 30 de septiembre de 1897, a los veinticuatro años. Pocos días antes ofreció sus dolores por los niños recién nacidos, entre ellos Giovanni Battista Montini, futuro papa Pablo VI, quien siempre agradeció aquel gesto.

Aunque su vida exterior fue sencilla y sin grandes acontecimientos visibles, Teresa comprendió que su misión no era realizar obras espectaculares, sino mostrar la misericordia de Dios y abrir a todos un camino de santidad sencillo y accesible, el camino del amor confiado en lo pequeño.

Resumen del capítulo quinto de mi libro: Eduardo Sanz de Miguel, Santa Teresa de Lisieux, vida y mensaje. Editorial Monte Carmelo, Burgos 2017. ISBN 978-84-8353-839-5 (páginas 33-39).

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