Poema escrito por santa Teresa de Jesús, musicalizado por el madrileño César García-Rincón de Castro (1966-) y cantado por él mismo y sus compañeros del trío "Alma di voices", conocidos por musicalizar e interpretar poemas clásicos y modernos.
Así presentó el poema José Antonio Méndez en el semanario Alfa y Omega:
Contemplar la Cruz. Contemplar al crucificado. Dejarse inundar y desbordar y emocionar y compungir por la presencia de Cristo muerto pendiendo de un áspero madero. Flagelado, escupido, burlado, ofendido. Sangrante. Dolorido. Humillado. Desnudo. Débil. Humano.
Este es uno de los consejos más «sabrosos» que da santa Teresa a quienes se quieren acercar al Señor. Y sabrosos pues da sabor, viveza, razón y sentido a nuestra fe. Como le ocurrió al centurión, o al ladrón Dimas, a Jesucristo se le reconoce bien en el madero. Aunque eso nos llene de congoja por puro amor.
Teresa de Jesús meditó muchas veces sobre este momento de la vida del Señor. Por eso, pudo descubrir detalles que pueden parecer imperceptibles para muchos. Por ejemplo, la suerte que tuvieron aquellos tablones de bastas maderas en los que se entregó el Cordero. O la gracia que tenemos nosotros, con nuestras pequeñas (o grandes) cruces cotidianas, al poder unirnos al Salvador de cada hombre.
Para santa Teresa, la cruz es un instrumento de tortura. Pero al descubrir en ella al Crucificado, pasa a verla como una llave que abre las puertas del cielo, como un carril de doble sentido desde el que nos llega el amor de Dios, y por el que podemos caminar para llegar a él.
Todos tenemos cruces (ya dijo Jesús aquello de «el que quiera venir conmigo, que cargue con su cruz y me siga»), porque el sufrimiento forma parte de la vida. Negarlo, mirar para otro lado o esperar ingenua e irresponsablemente que nada malo nos ocurra solo conduce a la frustración y al enfado infantil con Dios. Por eso, la Santa, que por algo es doctora de la Iglesia, nos enseña que mirar a la realidad de frente, mirar la evidencia del dolor y la contrariedad en nuestras cruces, mirar la debilidad de nuestros pecados y el dolor de nuestras heridas, para después dejar que sobre toda esa miseria gotee la misericordia que brota de las llagas del Crucificado.
Cruz, descanso sabroso de mi vida
vos seáis la bienvenida.
Oh bandera, en cuyo amparo
el más flaco será fuerte;
oh, vida de nuestra muerte,
qué bien la has resucitado.
Al león has amansado,
pues por ti perdió la vida.
Vos seáis la bienvenida.
Quien no os ama está cautivo
y ajeno de libertad;
quien a vos quiere allegar
no tendrá en nada desvío.
¡Oh, dichoso poderío,
donde el mal no halla cabida!
Vos seáis la bienvenida.
Vos fuisteis la libertad
de nuestro gran cautiverio;
por vos se reparó el mal
con tan costoso remedio;
para con Dios fuiste medio
de alegría conseguida.
Vos seáis la bienvenida.
Contemplar la Cruz. Contemplar al crucificado. Dejarse inundar y desbordar y emocionar y compungir por la presencia de Cristo muerto pendiendo de un áspero madero. Flagelado, escupido, burlado, ofendido. Sangrante. Dolorido. Humillado. Desnudo. Débil. Humano.
Este es uno de los consejos más «sabrosos» que da santa Teresa a quienes se quieren acercar al Señor. Y sabrosos pues da sabor, viveza, razón y sentido a nuestra fe. Como le ocurrió al centurión, o al ladrón Dimas, a Jesucristo se le reconoce bien en el madero. Aunque eso nos llene de congoja por puro amor.
Teresa de Jesús meditó muchas veces sobre este momento de la vida del Señor. Por eso, pudo descubrir detalles que pueden parecer imperceptibles para muchos. Por ejemplo, la suerte que tuvieron aquellos tablones de bastas maderas en los que se entregó el Cordero. O la gracia que tenemos nosotros, con nuestras pequeñas (o grandes) cruces cotidianas, al poder unirnos al Salvador de cada hombre.
Para santa Teresa, la cruz es un instrumento de tortura. Pero al descubrir en ella al Crucificado, pasa a verla como una llave que abre las puertas del cielo, como un carril de doble sentido desde el que nos llega el amor de Dios, y por el que podemos caminar para llegar a él.
Todos tenemos cruces (ya dijo Jesús aquello de «el que quiera venir conmigo, que cargue con su cruz y me siga»), porque el sufrimiento forma parte de la vida. Negarlo, mirar para otro lado o esperar ingenua e irresponsablemente que nada malo nos ocurra solo conduce a la frustración y al enfado infantil con Dios. Por eso, la Santa, que por algo es doctora de la Iglesia, nos enseña que mirar a la realidad de frente, mirar la evidencia del dolor y la contrariedad en nuestras cruces, mirar la debilidad de nuestros pecados y el dolor de nuestras heridas, para después dejar que sobre toda esa miseria gotee la misericordia que brota de las llagas del Crucificado.
Cruz, descanso sabroso de mi vida
vos seáis la bienvenida.
Oh bandera, en cuyo amparo
el más flaco será fuerte;
oh, vida de nuestra muerte,
qué bien la has resucitado.
Al león has amansado,
pues por ti perdió la vida.
Vos seáis la bienvenida.
Quien no os ama está cautivo
y ajeno de libertad;
quien a vos quiere allegar
no tendrá en nada desvío.
¡Oh, dichoso poderío,
donde el mal no halla cabida!
Vos seáis la bienvenida.
Vos fuisteis la libertad
de nuestro gran cautiverio;
por vos se reparó el mal
con tan costoso remedio;
para con Dios fuiste medio
de alegría conseguida.
Vos seáis la bienvenida.
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