Las semanas pasadas he dedicado varias entradas a recoger capítulos de mi libro "La alegría de creer. El Credo explicado con palabras sencillas", editorial Monte carmelo, Burgos, 2017. De manera resumida, les recuerdo los temas que hemos tratado:
- PRESENTACIÓN. Prólogo a la segunda edición. Vivimos momentos de incertidumbre. Todos somos conscientes de que nuestro mundo evoluciona a una velocidad vertiginosa, mientras continuamente se repite una consigna: «Estamos en crisis» (ecológica, política, educativa, eclesial, de relaciones humanas). Si no queremos naufragar en estas aguas revueltas, hemos de conocer mejor los contenidos de nuestra fe, distinguiendo lo esencial de lo accesorio, lo que debe permanecer y lo que puede cambiar. En este escrito no hago un análisis sociológico de la práctica religiosa contemporánea ni hablo de las manifestaciones externas del cristianismo. Me centro únicamente en sus contenidos fundamentales, tal como están recogidos en el Credo, intentando exponerlos con sencillez y claridad, usando un lenguaje comprensible para los creyentes del siglo XXI.
- INTRODUCCIÓN. Prólogo a la primera edición. En este libro comparto lo que da sentido a mi existencia: la buena noticia de que Dios ha mandado al mundo a su Hijo Jesucristo para salvarme y que ha enviado a mi corazón el Espíritu Santo para que me convierta en hijo suyo; la certeza de que estas no son historias pasadas, porque Cristo está vivo y obra maravillas en cuantos se abren a su gracia; la esperanza de participar un día de su vida gloriosa.
1- LOS ORÍGENES DE LA TEOLOGÍA. San Anselmo de Canterbury (1033-1109) escribió que «la teología es la fe que busca entenderse a sí misma». Lo que queda claro es que en este campo lo primero no es la reflexión (como en el caso de la filosofía), sino la fe. Dice san Pablo que «la fe entra por el oído» (Rom 10,17). Por lo tanto, en primer lugar viene la predicación del evangelio, el anuncio de Cristo muerto y resucitado, de su vida y de sus enseñanzas. Nadie puede inventar los contenidos de la fe, sino que debe recibirlos como un don que viene de Dios por Cristo en su Iglesia. Cuando ya hemos acogido a Cristo en nuestra vida, inmediatamente nos llega el deseo de profundizar en sus enseñanzas, de conocer mejor los contenidos de nuestra fe. La falta de interés de muchos de nuestros contemporáneos por formarse cristianamente viene de su débil fe. Lo normal es que quien la posee, desee cultivarla y acrecentarla. Estas páginas responden a ese deseo de profundizar en los contenidos esenciales de la fe cristiana.
2- LA PRETENSIÓN CRISTIANA. Los cristianos creemos que, «cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer» (Gál 4,4). Jesús no es un mensajero entre otros, no es un visionario que nos hace partícipes de lo que ha descubierto en Dios. Él es el Hijo, por lo que sus palabras sobre Dios son distintas de cualquier otra palabra. No transmite lo que él cree o imagina, sino lo que ha visto desde el principio. Lo afirma claramente san Mateo cuando dice: «Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar» (Mt 11,27). Y lo profundiza san Juan cuando afirma: «A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer» (Jn 1,18). La palabra que traducimos como «lo ha dado a conocer» es exegheomai, que literalmente significa «nos ha hecho la exégesis»; es decir, nos lo ha explicado como un profesor que analiza un texto antiguo con sus alumnos, explicándoles el sentido de los términos, su contexto, la etimología de las palabras… para que puedan entender su significado. Eso es lo que Jesús ha hecho con nosotros: nos ha «explicado» a Dios.
3- EL TIEMPO DE LA GRACIA. Con Cristo se establece en nuestra historia el tiempo de la salvación. Desde que él entró en nuestra historia, todos los días son tiempo de gracia, ya que él permanece con nosotros «todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Puede sucedernos como a los discípulos de Emaús, que no somos capaces de comprender que él camina a nuestro lado, pero tenemos la certeza de que es así y le pedimos que abra nuestros ojos para que sepamos descubrir su presencia.
4- LA FE ES DON Y CONQUISTA. Hemos oído muchas veces que la fe es un don, pero no debemos olvidar que Dios no niega sus dones a nadie. Lo que pasa es que la fe es también una conquista, por lo que hay que esforzarse para protegerla y cultivarla, de manera que se conserve y crezca. En nuestros días sigue siendo actual la pregunta de Jesús: «Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?» (Lc 18,8). Yo no puedo responder por los demás. No sé si mis vecinos o mis parientes conservarán o rechazarán la fe, pero tengo la responsabilidad de hacer todo lo posible para conservarla yo; y si puedo ayudar a que otros también la reciban y la acrecienten, tanto mejor.
5- LOS ORÍGENES DEL CREDO, EL CREDO DE LOS APÓSTOLES Y EL CREDO NICENO-CONSTANTINOPOLITANO. El «Credo de los apóstoles» surgió en la Iglesia primitiva unido al rito del bautismo. El Credo «largo», que normalmente se proclama en la celebración de la misa, se llama «Credo niceno-constantinopolitano» porque fue formulado durante los concilios ecuménicos de Nicea (año 325) y de Constantinopla (año 381), como respuesta de los creyentes a las primeras herejías, que falsificaban la fe cristiana.
6- CREO EN DIOS. Creer en Dios no es solo afirmar que él existe, ni basta con aceptar como verdadero lo que él nos ha revelado. Creer en Dios significa relacionarse personalmente con él: abrirse a su amor, confiar en su misericordia, acoger su Palabra, esperar en sus promesas, aceptar sus enseñanzas, intentar vivir como él nos pide.
7- DIOS ES PADRE. Los cristianos no podemos hacer referencia a un dios en abstracto, sin rostro ni figura, sino al único Dios verdadero, que se ha manifestado en Jesús de Nazaret: vivo y amigo de la vida, misericordioso, amante de los hombres, especialmente de los más débiles, Padre amoroso, siempre dispuesto a acogernos y a perdonarnos cuando nos volvemos a él.
8- DIOS ES TODO PODEROSO Y DÉBIL. Como Dios es omnipotente y totalmente perfecto, en él no debería haber dolor ni sufrimiento. Pero la Biblia nos dice que «Dios es amor» (Jn 4,16) y el amor es vulnerable porque no se impone, solo se propone, y puede ser acogido o rechazado por parte de las personas amadas. Dios sufre nuestros rechazos y nuestros fracasos porque nos ama, porque no es indiferente a lo que nos sucede.
9- DIOS ES CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA. Dios ha creado todo lo que existe y que el ser humano (hombre y mujer) ha sido hecho «a su imagen y semejanza» para que pueda entrar en una relación de amor con Dios desde la libertad. En la medida en que aceptamos esta vocación, somos felices. Si la rechazamos y nos alejamos de Dios, somos infelices. San Agustín lo expresó así: «Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».
10- CREO EN JESUCRISTO, SU ÚNICO HIJO, NUESTRO SEÑOR. Demasiado a menudo se presentan en mi vida personas que pretenden ser señores de ella, que me miran desde arriba y se comportan como «señoritos». Yo creo en un «Señor» que nació en la pobreza de un establo, que ocupó voluntariamente el último lugar, que tuvo que emigrar a un país extranjero y ganarse el pan con el sudor de su frente, que conoció el hambre y la sed. Yo creo en un rey que lava los pies de sus discípulos, que no ha venido a ser servido, sino a servir, que entregó su vida por los pecadores y que es fuente de libertad. Creo en un Señor que me invita a vivir como vivió él, porque quiere compartir conmigo su reino, que no tendrá fin, y no se puede llegar allí si no es siguiendo sus huellas, ya que solo el que ha venido del cielo sabe el camino de regreso. Aunque no siempre lo consigo y a veces se me hace cuesta arriba, quiero seguir sus enseñanzas, quiero ser su discípulo, quiero que él sea siempre mi único Señor.
11- CONCEPCIÓN Y NACIMIENTO DE JESÚS. Los evangelios afirman que María era virgen en el momento de su concepción y que esta se realizó sin concurso de varón. Esta verdad no es un dato sin importancia, ya que en el nacimiento virginal de Jesús se revela su identidad: Jesucristo no es fruto de la evolución o del esfuerzo de los hombres (cf. Jn 1,13), sino don generoso de Dios que, llevando la historia a su plenitud, envió a su propio Hijo al seno de una mujer, como afirma san Pablo: «Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer» (Gál 4,4). El Salvador viene de lo alto. Jesús es el Hijo eterno de Dios, que se hizo hombre verdadero al encarnarse en el seno de María: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14).
12- PASIÓN, MUERTE Y SEPULTURA DE JESÚS. San Pablo, reflexionando sobre la muerte de Cristo, añade que «murió por nuestros pecados, según las Escrituras» (1Cor 15,3). Que «murió según las Escrituras» significa que estaba cumpliendo un proyecto eterno de Dios, tal como se recoge en la Biblia. Que «murió por nuestros pecados» significa que la muerte de Cristo es la manifestación de un amor que nos desborda, ya que él ha muerto por nosotros, para darnos el perdón y la vida eterna, tal como afirma san Pedro: «Cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado» (1Pe 2,23-24). En el Credo se recogieron estas dos afirmaciones sobre la muerte de Cristo: que lo hizo «según las Escrituras» (es decir, cumpliendo un proyecto eterno de Dios) y que fue «por nuestros pecados» (a causa de nuestros pecados y para perdonarlos).
13- JESUCRISTO RESUCITÓ Y NOS ABRIÓ EL CAMINO DE LA INMORTALIDAD. En la resurrección de Jesús se cumplen todas las Escrituras. Aunque pueda sorprendernos, la pasión, muerte y resurrección de Jesús entraban en el proyecto de salvación de Dios, preparado desde toda la eternidad y revelado desde antiguo. Por eso, los apóstoles hicieron un uso abundante del Antiguo Testamento para explicar el misterio de Jesús, especialmente el de su muerte y resurrección.
14- LA GLORIFICACIÓN DE JESÚS. En el Antiguo Testamento, «ascensión», «elevación» y «glorificación» son tres palabras sinónimas para indicar la entronización de un rey, la toma de posesión de su reino. Eso es lo que queremos decir cuando afirmamos que Jesús «subió a los cielos»: el triunfo definitivo del Señor resucitado sobre el pecado y sobre la muerte, el cumplimiento de su misión salvadora, la manifestación de su gloria, su entronización «a la derecha del Padre». Como a la derecha del rey se sentaba el príncipe heredero, esto significa que Jesús comparte el poder y la gloria de Dios.
15- CREO EN EL ESPÍRITU SANTO. En el Nuevo Testamento, como en el Antiguo, el Espíritu es la fuerza de Dios que actúa en los hombres, pero que no puede ser dominado por ellos. Es libertad absoluta y fuente de libertad: «El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu» (Jn 3,8). Como novedad, descubrimos que el Espíritu es constantemente puesto en relación con Jesús. Está presente en su nacimiento y en su vida pública, en sus promesas y en su donación pascual, hasta el punto de ser llamado «Espíritu de Cristo» (Rom 8,9), «Espíritu de Jesucristo» (Flp 1,19), «Espíritu del Señor» (2Cor 3,17), «Espíritu del Hijo» (Gál 4,6).
16- CREO EN LA IGLESIA: UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA. «Creo en la Iglesia católica», que no es de este mundo, lo que significa que no ha sido proyectada por los hombres, sino por Dios mismo, aunque él respeta la libertad de los creyentes para darse las estructuras oportunas en cada época histórica. Sé que muchas de las actuaciones concretas de los hombres de Iglesia son discutibles, así como sus inclinaciones políticas, su forma de vestir o el idioma que usan en sus liturgias. Pero no es ese el contenido de mi fe, por lo que no la hacen tambalear ni tampoco la reafirman.
17- LA COMINÓN DE LOS SANTOS. La Iglesia es más grande de lo que podemos ver. De ella formamos parte todas las personas que hemos puesto nuestra confianza en Cristo, tanto los que estamos vivos como los que ya han muerto. La tradición llama «Iglesia peregrinante» a los que caminamos en este mundo, viviendo en fe y en esperanza. Entre los difuntos, algunos han vivido con heroísmo las virtudes cristianas y ya han alcanzado la plenitud de la vida eterna: son los santos, que nos sirven de modelo en la vida y que interceden por nosotros ante el Señor. La tradición dice que forman la «Iglesia triunfante». Otros aún necesitan purificarse antes de poder vivir la plenitud de la vida eterna. La tradición los llama «Iglesia purgante». Santos y pecadores, cristianos vivos y difuntos estamos en comunión porque, entre todos, formamos la única Iglesia.
18- EL PERDÓN DE LOS PECADOS. Jesús perdonó los pecados y encargó a la Iglesia que hiciera lo mismo: «A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20,23). El perdón de los pecados va íntimamente unido al anuncio del evangelio, que no es una filosofía o una moral, sino la buena noticia del amor de Dios por los hombres, que está dispuesto a perdonar sus pecados y a darles nueva vida.
19- ESPERO LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE Y LA VIDA ETERNA. Los cristianos creemos que la muerte no es el final de nuestra existencia. Dios nos ha dado la vida por amor y su amor es más fuerte que la muerte, por lo que no puede acabar. La Iglesia ha confesado siempre que Cristo resucitado «es primicia de los que han muerto» (1Cor 15,20). Todos los que creemos en él esperamos participar un día de su misma vida en el cielo, cuando seremos revestidos de un cuerpo glorioso como el suyo. Mientras tanto, pregustamos la vida eterna, viviendo ya en amistad con Cristo, «vida nuestra».
20- AMÉN. Con la última palabra del Credo afirmamos como verdadero todo lo que acabamos de confesar, y lo reconocemos como válido y seguro para nuestra vida. En hebreo, la palabra «amén» proviene de la misma raíz que la palabra «creer». En ambos casos tiene que ver con la confianza que depositamos en algo sólido y estable, sobre lo que podemos construir nuestra existencia. Aunque mejor que en «algo», deberíamos decir en «Alguien».
El libro continúa con una conclusión y dos apéndices: 1. La fe en san Juan de la Cruz. 2. Comentario al poema La Fonte
Les recuerdo lo que ya he dicho otras veces: La editorial Monte Carmelo tiene distribuidores en todo el mundo por lo que, si alguien está interesado en el libro, basta con que dé estos datos en cualquier librería religiosa y ellos se lo hacen llegar. Eduardo Sanz de Miguel, "La alegría de creer. El Credo explicado con palabras sencillas", editorial Monte carmelo, Burgos, 2017, ISBN: 978-84-8353-865-4
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