El evangelio del próximo domingo nos recuerda una verdad radical: no se puede servir a dos señores. Jesús contrapone el servicio al Dios vivo con la esclavitud a un ídolo: el dinero convertido en “mammón”.
El Señor no desprecia las cosas materiales. Son necesarias: necesitamos techo, comida, ropa, trabajo. La Escritura misma dice: “el que no trabaja, que no coma”. El problema no está en tener, sino en hacer del tener el centro de la vida. Cuando los bienes dejan de ser medios y se convierten en dioses, ya no nos sirven: nos encadenan.
El evangelio de este domingo nos presenta la parábola del administrador astuto. Ese hombre buscó salvarse con artimañas humanas; supo asegurar su futuro terrenal. Jesús nos invita a aprender la lección: si algunos son tan listos para asegurarse un mañana que pasa, ¿cómo no vamos a serlo nosotros para trabajar por un mañana que no termina?
Lo que de verdad cuenta no es cuánto poseemos, sino cómo lo usamos. Dios llama sabios a los que saben compartir, a los que convierten lo poco o lo mucho que tienen en pan para otros, en alivio para el pobre, en ayuda para el necesitado.
Por eso, la advertencia de Jesús no es condena, sino llamada:
– No pongas tu corazón en lo que se oxida y se rompe.
– Ponlo en lo eterno, en el amor que se da y se comparte.
– Haz de tus bienes, pocos o muchos, un puente hacia el cielo y no un muro que encierre tu vida.
Al final, lo que llevaremos con nosotros no serán las cuentas del banco, sino las cuentas del corazón: las veces que dimos, que tendimos la mano, que supimos desprendernos.
Quien tenga oídos para escuchar, que escuche…
No hay comentarios:
Publicar un comentario