El evangelio de la misa del domingo 25 del Tiempo Ordinario, ciclo "c", habla del administrador astuto que, con engaños, buscó asegurarse el futuro. Jesús concluye: “los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”.
La cuestión es directa: ¿para qué usamos nuestra inteligencia y nuestros talentos?, ¿para asegurar solo nuestro provecho, o para trabajar por un bien que no caduca?
El dinero y los bienes no son malos: son fruto del esfuerzo y necesarios para vivir. Pero son medios, no fines. Cuando ocupan el centro, nos convierten en sus siervos. Y como dice la Escritura, nadie puede servir a dos señores.
El profeta Amós (en la primera lectura) ya denunciaba la tentación de olvidarse de los pobres. Lo mismo ocurre hoy: la riqueza cierra el corazón si no se convierte en generosidad.
Quevedo lo dijo con ironía: “Poderoso caballero es don Dinero”. Pero no dejemos que nos gobierne. Usemos lo que tenemos como siervo y no como amo, construyendo con ello fraternidad y esperanza.
Al final, lo único que permanece es el amor compartido. Eso es lo que abre las puertas del Reino.
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