En los tres casos compartí con las hermanas momentos de oración y de reflexión. Los ratos que me quedaban libres los aprovechaba para pasear por los alrededores de los monasterios.
El otoño viste de colores espléndidos los paisajes del norte de Italia. Estas son algunas de las preciosas vistas que disfruté en los parques de esas ciudades y en los desplazamientos en tren de un sitio a otro.
¿Con qué palabras podré dar gracias a Dios por lo que me concedió vivir en estos lugares y que conservo grabado en lo más profundo de mi corazón?
Me uno a la alabanza de la tierra, que da gracias a Dios por los colores del otoño.
Lo mismo que hice con estas fotos italianas, otros años he publicado fotos del otoño en Lérida, Soria y otros lugares por los que he pasado.
En todos los sitios, el otoño es bellísimo, con sus hojas amarillas y rojas, sus castañas y sus calabazas.
Dicen que la vida religiosa en África vive una primavera y en Europa está viviendo un otoño. Puede ser verdad, pero la vida religiosa en Europa aún puede escribir páginas bellísimas, como estos paisajes italianos en la estación otoñal.
Quienes hemos consagrado nuestra vida al servicio de Cristo y de los hermanos decimos con santa Teresita: «No me arrepiento de haberme entregado al amor», mi vida ofrecida al Señor ha merecido la pena.
Las hojas que caen de los árboles de follaje caduco durante el otoño se convierten en abono para los árboles, permitiendo así que surjan otras hojas nuevas cuando llega la primavera. Quiera Dios aceptar la ofrenda de nuestras vidas y transformarla en bendiciones para muchos en su santa Iglesia. Amén.
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