Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 30 de abril de 2025

La Teología Fundamental


Como su nombre indica, trata de los fundamentos o cimientos de la teología, intentando responder a estas preguntas: ¿cuál es el origen de las religiones?, ¿son todas iguales?, ¿cuáles son los principios fundamentales de cada una de ellas?, ¿la fe es irracional?, ¿por qué hay personas que no creen en Dios?, ¿qué es la teología?, ¿cuáles son sus fuentes y su método?, ¿es posible un discurso humano sobre Dios?, ¿qué son la inspiración y la revelación?

La teología fundamental sirve de introducción a los estudios teológicos y se centra en la revelación de Dios, su transmisión y su credibilidad, así como en la respuesta del hombre por medio de la fe. Aborda los fundamentos de la religión cristiana, permitiéndonos «dar razón de nuestra esperanza» (1Pe 3,15). Estudia las relaciones entre la fe y la razón, la religión y la cultura, el cristianismo y las otras religiones. Por lo tanto, se elabora en diálogo con la filosofía y las ciencias.

La filosofía habla de Dios como de un ser omnipotente, inmutable, feliz en la contemplación de sus perfecciones, motor inmóvil, causa increada, principio sin principio... Las distintas religiones también hablan de Dios, de los dioses o de lo divino como aquel ser o aquellas fuerzas que gobiernan el universo, las estaciones, la vida sobre la tierra…, que justifican o mantienen el orden establecido o que remedian las necesidades de los hombres. A lo largo de los siglos se han escrito páginas sublimes sobre Dios y sobre el culto que debemos ofrecerle; otras son verdaderamente deplorables. Al fin y al cabo, son cosas que los hombres –normalmente con buena voluntad– han dicho o escrito sobre Dios.

Aunque valoramos las distintas reflexiones sobre Dios e intentamos apreciar sus aportes, no podemos olvidar que la Biblia afirma que «a Dios nadie lo ha visto nunca» (Jn 1,18) y que, por lo tanto, todos nuestros pensamientos sobre él son meras suposiciones.

San Juan de la Cruz, para hablar de nuestra relación con Dios y de nuestras reflexiones sobre él, usa la imagen de la «noche oscura», no porque el contenido de la fe (Dios) sea oscuro, sino porque su exceso de luz excede nuestras capacidades. En un texto que ya hemos citado en la introducción de este estudio, el santo insiste en que, así como podemos ver los objetos de nuestro entorno iluminados por la luz del sol, pero no podemos mirar directamente al astro rey porque su brillo nos deslumbra, así podemos comprender las obras de Dios (la creación y la historia de la salvación), pero Dios es más grande que todas sus obras y permanece siempre por encima de nuestras capacidades. Por eso debe ser siempre acogido en oscuridad de la fe:

«Dicen los teólogos que la fe es un hábito del alma cierto y oscuro. Y la razón de ser hábito oscuro es porque hace creer verdades reveladas por el mismo Dios, las cuales son sobre toda luz natural y exceden todo humano entendimiento sin alguna proporción. De aquí es que, para el alma, esta excesiva luz de la fe le es oscura tiniebla, porque lo más priva (y vence) lo menos, así como la luz del sol priva las otras luces, de manera que no parezcan luces cuando ella luce, y vence nuestra potencia visiva, de manera que antes la ciega y priva de la vista que se la da, por cuanto su luz es muy desproporcionada y excesiva a la potencia visiva. Así, la luz de la fe, por su gran exceso, oprime y vence la del entendimiento» (2 Subida al Monte Carmelo, 3,1ss).

Este es el principal motivo por el que, al hacer teología cristiana, no nos quedamos en lo que los hombres han dicho sobre Dios a lo largo de los siglos –por muy interesante que sea–, sino que partimos de la revelación: lo que Dios ha dicho sobre sí mismo, sobre el mundo y sobre nuestro origen y nuestro destino.

La Sagrada Escritura afirma que Dios ha tenido una paciencia infinita con los hombres porque los ama como un padre a sus hijos. Ya antiguamente se manifestó de formas muy variadas a aquellas personas de buena voluntad que buscaron sinceramente su rostro y, de manera progresiva, se fue revelando. Eso era una preparación para su manifestación definitiva. Finalmente, en Cristo se ha dado del todo, de manera directa, sin intermediarios: «Muchas veces y de muchas maneras habló Dios a nuestros antepasados por medio de los profetas. Ahora, en estos tiempos finales, nos ha hablado por medio de su Hijo» (Heb 1,1-2).

Como ya hemos indicado, la pretensión cristiana es que, «al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su propio Hijo, nacido de una mujer» (Gál 4,4). En su infinita misericordia, Dios nos ha hablado: primero, por medio de mensajeros que preparaban y prometían una revelación más plena; finalmente, de una manera definitiva, haciéndose uno de nosotros, usando nuestro propio lenguaje para que podamos entenderle.


Texto tomado de mi libro Eduardo Sanz de Miguel, "Hablar de Dios y del hombre en el siglo XXI. Introducción a la Teología y sus contenidos", editorial Monte Carmelo, Burgos 2019, páginas 121-124.

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