¡Oh mi glorioso guardián,
guardián del cuerpo y del alma,
que en el cielo estás brillando
hecho dulce y pura llama
junto al trono del Eterno!
Por mí bajas a la tierra
y me alumbras con tu luz,
te haces mi hermano, ángel bello,
mi amigo y consolador.
Conociendo que soy débil,
¡gran debilidad la mía!,
tú me coges de la mano,
y te veo, conmovida,
apartar de mi camino
la piedra que lo entorpece.
Me invita tu dulce voz
a no mirar más que al cielo.
Y cuanto más pequeñita
y más humilde me ves,
tanto más tu clara frente
irradia de puro gozo.
Tú que los espacios cruzas
más rápido que el relámpago,
vuela por mí muchas veces
al lado de los que amo.
Seca el llanto de tus ojos
con la pluma de tu ala,
y cántales al oído
cuán bueno es nuestro Jesús.
¡Oh, diles que el sufrimiento
tiene también sus encantos!
Y luego, murmúrales
quedo, muy quedo, mi nombre.
Yo quiero en mi breve vida
salvar a los pecadores,
mis hermanos.
¡Oh ángel bello de la patria!,
dame tus santos ardores,
para que en el mismo fuego
que tú te abrasas, me abrase.
Fuera de mis sacrificios
y de mi austera pobreza,
nada más tengo, ángel mío,
únelo todo a tus gracias
y ofréceselo al Dios Trino.
Para ti la gloria, el reino,
las riquezas del que es Rey,
Rey de los reyes del mundo.
Para mí el Pan del sagrario
y el tesoro de la cruz.
Con la cruz y con la hostia,
y con tu celeste ayuda,
espero en paz la otra vida,
la felicidad del cielo,
que nunca terminará.
Si amas, mi Señor, la pureza del ángel
-de ese brillante espíritu que nada en el azul-,
¿no amarás la blancura
del lirio que se eleva sobre el fango,
del lirio que tu amor
supo conservar limpio?
Si el ángel de alas rojas
goza de presentarse ante tus ojos
radiante de pureza,
yo me gozo también, porque ya en este mundo
el ropaje que visto al suyo se parece,
pues poseo el tesoro de la virginidad.
Junto a los angelitos jugáis al pie del altar,
vuestros cantos infantiles, ¡oh encantadoras ras falanges!,
son el encanto del cielo, ¡dulce encanto!
Dios os cuenta cómo hizo los pájaros y los vientos y las rosas.
Ningún genio hay en la tierra que sepa lo que vosotros, pequeñines.
El serafín se nutre de la gloria,
del puro amor y del perfecto gozo;
yo, pobre y débil niña, solo veo
en el copón sagrado
de la leche el color y la figura.
Mas la leche es un bien para la infancia.
Del corazón divino el amor no halla igual...
¡Oh tierno amor, potencia incalculable!
¡Mi hostia blanca es la leche virginal!
¡Oh ángel de mi guarda, cúbreme con tus alas,
que iluminen tus fuegos mi peregrinación!
Ven y guía mis pasos, ayúdame, ángel mío,
¡nada más que por hoy!
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