Santa Teresita del Niño Jesús pertenece a esa minoría de santos cuyo mensaje trasciende el tiempo y el contexto histórico. Si bien la santidad suele expresarse en formas propias de una época, algunos elegidos (como Pablo de Tarso, Agustín, Francisco, Tomás de Aquino, Teresa de Ávila o la propia Teresa de Lisieux) abren horizontes nuevos a la comprensión del evangelio. Son auténticos “inventores del espíritu”, comparables a quienes transformaron la historia con sus descubrimientos técnicos. En ellos, la fe adquiere nuevas formas de expresión que iluminan a generaciones futuras.
Teresita no tuvo desde el principio conciencia de poseer una misión universal. Fue a medida que escribía sus manuscritos (especialmente el último, el “c”) cuando comprendió que su experiencia espiritual encerraba un mensaje de gran alcance. Por eso, poco antes de morir, expresó su deseo de que sus escritos fueran publicados, no para que se hablara de ella, sino para que el “caminito” que había descubierto ayudara a las “almas pequeñas”. Veía en ello una voluntad de Dios: comunicar un camino de confianza y amor, sencillo y radical, capaz de conducir a todos a la santidad.
Su insistencia en que sus escritos se difundieran no procede del orgullo, sino de la conciencia humilde de haber recibido una luz que no debía guardarse para sí. Sabía que ese mensaje podía hacer mucho bien y que las almas se sentirían agradecidas por ello. Su preocupación no era su propia fama, sino la felicidad de quienes pudieran beneficiarse de su enseñanza: lo importante no era el instrumento, sino la verdad del camino.
Hacia el final de su vida, Teresita percibe con claridad profética el alcance de su misión. Declara que su verdadera tarea comenzará después de su muerte: “mi misión es hacer amar a Dios como yo le amo y dar mi caminito a las almas”. Su vocación ya no se limita al Carmelo de Lisieux, sino que abarca toda la Iglesia. Promete pasar su cielo “haciendo el bien en la tierra”, intercediendo por los hombres y continuando así su obra de amor. Su audaz confianza llega al extremo de asegurar que, si su doctrina fuera errónea, pediría permiso a Dios para volver y corregirla. Esta seguridad serena revela la certeza interior de una mujer que ha descubierto, en la pequeñez y el abandono filial, un camino seguro hacia Dios.
Resumen del capítulo 23 de mi libro: Eduardo Sanz de Miguel, Santa Teresa de Lisieux, vida y mensaje. Editorial Monte Carmelo, Burgos 2017. ISBN 978-84-8353-839-5 (páginas 139-141).

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