Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

lunes, 10 de noviembre de 2025

Santa Teresita y la Virgen María


Santa Teresa del Niño Jesús confiesa en sus escritos que no le agradaban las “vidas imaginadas” de la Virgen María, llenas de prodigios y privilegios extraordinarios. No necesitaba escuchar esos relatos para amarla. Lo que más la atraía de la Madre de Jesús era su vida sencilla, su humildad cotidiana y su fe profunda. Le gustaba contemplarla más como madre que como reina, más cercana que inaccesible. Para Teresa, lo admirable de María no son sus prerrogativas, sino su modo ordinario de vivir las virtudes humanas: la laboriosidad, la escucha, el servicio y, sobre todo, la fe.

Fiel a su principio de que “solo puedo alimentarme con la verdad”, Teresa rechazaba los discursos piadosos que deformaban la figura de la Virgen. En una conversación con su hermana Paulina, expresó con claridad su pensamiento: si hubiera sido sacerdote, habría predicado una sola vez sobre María para decirlo todo, mostrando su vida real y no imaginaria. Le molestaban los sermones que inventaban episodios o sentimientos imposibles.

Teresa prefería que se hablara de la Virgen de manera veraz y evangélica, como una mujer que “vivía de fe igual que nosotros”. Recordaba que el evangelio mismo muestra a María sin entender del todo el misterio de su Hijo: “No comprendieron lo que les decía” o “sus padres estaban admirados por lo que se decía de él”. Esa actitud de fe y asombro la hacía cercana y ejemplar, modelo del creyente que avanza sin ver, fiándose de Dios.

Para Teresa, María es más madre que reina, y decía que a ella “le sienta mejor un delantal que una corona”.

Consciente del valor de su visión mariana, Teresa quiso dejarla por escrito en su poema "Por qué te amo, María" (Poesía 54), verdadero tratado evangélico sobre la sencillez y la fe de la Madre de Dios. En él presenta a María como la creyente que camina en la oscuridad confiando plenamente en el amor de Dios, modelo accesible y cercano para todos los discípulos de Jesús. Veamos algunas de sus estrofas:

1. Cantar, Madre, quisiera: ¡por qué te amo, María!,
por qué tu dulce nombre de alegría estremece
mi corazón, por qué de tu suma grandeza
la idea no le inspira temores a mi mente.
Si yo te contemplase en tu sublime gloria
eclipsando el fulgor de todo el cielo junto,
no podría creer que yo soy hija tuya;
bajaría los ojos sin mirar a los tuyos.

2. Para que un niño pueda a su madre querer,
debe ella compartir su llanto y sus dolores.
¡Madre mía querida, para atraerme a ti,
pasaste en esta tierra amargos sinsabores!
Contemplando tu vida según los evangelios,
ya me atrevo a mirarte y hasta a acercarme a ti;
y me resulta fácil creer que soy tu hija,
pues te veo mi igual en sufrir y morir. […]

6. Tú me haces comprender que no es cosa imposible
caminar tras tus huellas, oh Reina de los santos;
al practicar tú siempre las virtudes humildes,
el camino del cielo dejaste iluminado.
Quiero ante ti, María, permanecer pequeña,
es pura vanidad lo grande de aquí abajo;
al verte visitar a tu prima Isabel,
aprendo caridad ardiente en sumo grado. […]

9. Luego en Belén os veo, ¡oh, María y José!,
rechazados de plano por todos sus vecinos.
Nadie quiere admitir en sus alojamientos
a pobres, solo aceptan a nobles peregrinos.
Solo para los grandes hay sitio; en un establo
la Reina de los cielos engendrará a Dios-Niño.
¡Oh, mi Madre querida, te encuentro tan amable,
te encuentro tan sublime en ese pobre sitio! […]

11. Te amo porque te mezclas con las demás mujeres. […]

17. Yo sé que en Nazaret, Madre llena de gracia,
viviste pobremente sin ambición de más.
¡Ni éxtasis, ni raptos, ni sonoros milagros
tu vida embellecieron, Reina del santoral!
Muchos son en la tierra los pequeños y humildes:
sus ojos hacia ti pueden sin miedo alzar.
Madre, te place andar por la vía común,
para guiar las almas al feliz más allá. […]

25. Yo escucharé muy pronto esa dulce armonía,
iré muy pronto a verte en el hermoso cielo.
Pues viniste a sonreírme de mi vida en la aurora,
¡sonríeme en la tarde, que ya va oscureciendo!
No temo el resplandor de tu gloria suprema,
he sufrido contigo, y ahora yo deseo
cantar en tus rodillas, María, por qué te amo,
¡y quiero repetir por siempre que soy tu hija!

Resumen del capítulo 21 de mi libro: Eduardo Sanz de Miguel, Santa Teresa de Lisieux, vida y mensaje. Editorial Monte Carmelo, Burgos 2017. ISBN 978-84-8353-839-5 (páginas 127-131).

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