Estudiando la Sagrada Escritura, descubrimos que Dios se revela, se manifiesta, sale al encuentro de los hombres. Esta revelación tiene unas características:
1- Es progresiva. Dios no se revela por completo de una vez, sino con un ritmo compuesto de intervenciones, ausencias y promesas, en el que se adapta a las capacidades del hombre y manifiesta su pedagogía de condescendencia. Dios, que sale al encuentro del hombre, no lo fuerza, sino que respeta siempre su libertad y tiene paciencia infinita con él. San Juan de la Cruz dice que «si lo hiciera al paso de Dios lo haría todo de una vez, pero como se adapta al paso de los hombres, lo hace poco a poco».
2- Está guiada por una tensión hacia el futuro. La revelación está continuamente incompleta, por eso tiende hacia su plenitud, hacia su realización definitiva, de la que cada etapa es adelanto, anuncio, prefiguración, promesa. Todo el Antiguo Testamento se dirige hacia Cristo y culmina en él, perfecto revelador del misterio de Dios. La revelación de Cristo nos dirige hacia el encuentro final y definitivo con Dios, cuando «lo veremos tal cual es» (1Jn 3,2).
3- Hay una coherencia interna en la revelación. A pesar de que se realiza a lo largo de muchos siglos y los libros bíblicos se escriben en varios lugares, por personas distintas, cada etapa presupone las anteriores y las desarrolla. Los textos bíblicos se iluminan mutuamente y mantienen una profunda unidad interna. Aunque notemos fuertes diferencias en las imágenes, siempre podemos encontrar unos temas fundamentales y una coherencia interna que dan cohesión al conjunto. No presentan una serie de acontecimientos aislados, sino orgánicamente vinculados entre sí. Por eso, cada texto debe ser interpretado a la luz del conjunto de libros que forman la Biblia.
4- Los destinatarios son los individuos y la colectividad. Por lo tanto la revelación es, al mismo tiempo, personal (afecta a la libertad y al conocimiento de cada uno de sus protagonistas) y comunitaria (está destinada al conjunto y madura a través de la implicación de todo el pueblo). En el Antiguo Testamento Dios se dirige a Abrahán, Moisés, Elías... como mediadores ante el pueblo de Israel que, a su vez, está llamado a convertirse en el transmisor para que la revelación de Dios llegue a todos los pueblos y a todos los hombres. En el Nuevo Testamento Dios, que «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tim 2,4), invita a todos los seres humanos a formar parte de la Iglesia.
5- La iniciativa siempre parte de Dios. El hombre busca, natural y sobrenaturalmente, a Dios como el sentido último de su vida, y todas las religiones manifiestan esta búsqueda de Dios. Tal como ya hemos dicho, representan un movimiento «ascendente» de los hombres hacia Dios. Pero Israel y la Iglesia no se encuentran con Dios, en primer lugar, a partir de una reflexión intelectual o del estudio de la naturaleza, sino a partir de su historia, en la cual Dios interviene haciendo alianza con el pueblo, salvando. La revelación manifiesta el movimiento «descendente» de Dios hacia los hombres.
[Para saber más, consultar: Catecismo 1ª Parte, 1ª sección, capítulo 2º: “Dios al encuentro del hombre”. Artículo 01: “La revelación de Dios” (nn. 51-73), artículo 02: “La transmisión de la revelación divina” (nn. 74-100) y artículo 03: “La Sagrada Escritura” (nn.101-141)].
Texto tomado de mi libro Eduardo Sanz de Miguel, "Hablar de Dios y del hombre en el siglo XXI. Introducción a la Teología y sus contenidos", editorial Monte Carmelo, Burgos 2019, páginas 124-125.
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