El 31 de mayo se celebra la fiesta de la Visitación de María a su prima Isabel, cuando ambas estaban embarazadas. María de Jesús e Isabel de Juan Bautista.
Después de la anunciación, María recorrió el mismo camino que había hecho 1000 años antes el arca de la alianza, desde las montañas de Galilea a las montañas de Judea.
En efecto, igual que se trasladó el arca desde Quiriat Yearín, en Galilea, hasta Jerusalén, hacia el año 1000 a. C. (cf. 2Sam 6); al llegar la plenitud de los tiempos, María realizó el mismo viaje desde Nazaret a Eim Karim (que estaba tan cerca de Jerusalén, que hoy es un barrio suyo).
Las reacciones de Isabel y de David son semejantes, subrayando que María es la nueva arca de la nueva alianza.
David dijo: «¿Cómo es posible que el arca de mi Señor venga a mi casa?» (2Sam 6,9) e Isabel dijo: «¿Cómo es posible que la Madre de mi Señor venga a mi casa?» (Lc 1,43).
David, lleno de alegría, saltaba delante del arca (2Sam 6,14) y Juan saltó lleno de alegría en el vientre de su madre, delante de María (Lc 1,44). Ante el saludo de María, Isabel siente cómo el niño, «lleno del Espíritu desde el seno de su madre» (Lc 1,15), saltó de gozo en su vientre (Lc 1,41).
El evangelista san Lucas dice que María se dirigió «aprisa» hacia la casa de su prima. Tenía tantas ganas de servir, de ayudar, que se puso en camino apenas supo por boca del ángel que su anciana pariente estaba embarazada. No pensó en sí misma ni en los peligros del viaje; la movía la caridad. María se presenta ante nuestros ojos como la mujer que sabe servir, que se dirige al encuentro de quien necesita ayuda.
En esta fiesta vemos que María es mujer de fe y de caridad, atenta siempre a la Palabra de Dios y a las necesidades de los hermanos, modelo de oración y de servicio. Santa Teresa de Jesús decía a sus hijas: «Pues tenéis tan buena madre, ¡Imitadla!» No me queda nada que añadir. Pues tenemos tan buena madre, ¡Imitémosla!
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