El periodo patrístico se inicia en la época apostólica y termina con la caída del Imperio romano, provocada por las invasiones de los bárbaros y de los musulmanes. Sus últimos representantes son san Isidoro de Sevilla (†636) y san Ildefonso de Toledo (†669) en Occidente, y Beda el Venerable (†735) y san Juan Damasceno (†749) en Oriente.
Son considerados Padres de la Iglesia o Santos Padres los escritores cristianos que poseen cuatro características: antigüedad, doctrina ortodoxa, santidad de vida y aprobación de la Iglesia. Los autores de su época que no poseen alguna de esas características son llamados «escritores eclesiásticos antiguos» o «escritores cristianos antiguos».
La Iglesia es consciente de que en los Padres hay algo de especial, irrepetible y perennemente válido, que resiste a la fugacidad del tiempo ya que, sobre los fundamentos que ellos pusieron, sigue edificando su vida hasta el presente.
Frente a las primeras herejías, que intentaban reducir el cristianismo a otros presupuestos filosóficos o religiosos, los Santos Padres desarrollaron la idea de la "regula fidei" (la ‘regla de la fe’), que consiste en la defensa y transmisión de los contenidos de la revelación, recogidos en la Sagrada Escritura y conservados fielmente en la Iglesia por medio de la sucesión apostólica, que cristalizaron en el credo o símbolo de la fe. Esta transmisión inalterada de la fe recibida es el contenido de la Tradición, de la que ellos son los testigos primordiales.
Para los Padres, el núcleo inalterable de las verdades reveladas es la norma para juzgar la sabiduría humana, la cual debe ser usada para clarificar los conceptos con los que explicar los contenidos de la fe sin adulterarlos, tal como afirma san Agustín:
«Si los que se llaman filósofos dijeron algunas verdades […] no solo no hemos de temerlas, sino reclamarlas […] y aplicarlas a nuestro uso. Todas las ciencias de los gentiles no solo contienen fábulas […], sino también contienen las ciencias liberales, muy aptas para el uso de la verdad, ciertos preceptos morales utilísimos y hasta se hallan entre ellas algunas verdades tocantes al culto del mismo único Dios. […] Es lícito coger y retener para convertir en usos cristianos el vestido de ellos, es decir, sus instituciones puramente humanas, pero provechosas […]. ¿Pues qué otra cosa ejecutaron muchos y buenos fieles nuestros? […] Cipriano, Lactancio, Victorino, Optato e Hilario, sin citar a los que viven».
Como en la época patrística, en el actual clima socio cultural, la Iglesia debe dialogar con las distintas corrientes de pensamiento asumiendo sus metodologías de estudio, asimilando sus avances y purificando sus errores, iluminando la vida contemporánea a la luz de los contenidos irrenunciables de la revelación, para los cuales necesita encontrar siempre nuevas formulaciones, de manera que sean comprensibles en cada generación. En este campo, los Padres son un ejemplo que debemos seguir.
«Si quisiéramos resumir las razones que inducen a estudiar las obras de los Padres, podríamos decir que ellos fueron, después de los apóstoles, como dijo justamente san Agustín, los sembradores, los regadores, los constructores, los pastores y los alimentadores de la Iglesia, la cual pudo crecer por su acción vigilante e incansable. Para que la Iglesia continúe creciendo, es indispensable conocer a fondo su doctrina y su obra, que se distingue por ser al mismo tiempo pastoral y teológica, catequética y cultural, espiritual y social de un modo excelente y, se puede decir, único con respecto a cuanto ha sucedido en otras épocas de la historia. Es propiamente esta unidad orgánica de los diversos aspectos de la vida y misión de la Iglesia la que hace a los Padres tan actuales y fecundos incluso para nosotros».
Texto tomado de mi libro Eduardo Sanz de Miguel, "Hablar de Dios y del hombre en el siglo XXI. Introducción a la Teología y sus contenidos", editorial Monte Carmelo, Burgos 2019, páginas 135-137.
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