Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 21 de mayo de 2025

Por qué y para qué Jesús eligió 12 apóstoles


Entre los discípulos que Jesús reunió a su alrededor, escogió a doce con una misión especial: «Instituyó a los doce, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, con poder de expulsar los demonios. Estos son los doce que instituyó...» (Mc 3,14). El verbo «instituir» es un término técnico, que se usaba para los embajadores, que recibían el encargo de representar a un soberano ante otros. En el Antiguo Testamento se usa la misma palabra para referirse a la institución de los sacerdotes (cf. 1Re 12,31; 13,33). El uso de ese término apunta a un acontecimiento único, que tuvo lugar en un momento concreto. El sentido de esa acción quedó profundamente grabado en la mente de los creyentes, que se dieron cuenta de que era una acción profética de especial significación para Israel (un ôt). Por eso se detienen a contarlo en distintas ocasiones, incluyendo la lista de los doce.

¿Por qué doce? En principio, el doce es un número cósmico, que hace referencia a los signos del zodíaco, a los meses del año, por lo que tiene un sentido de plenitud, de totalidad. Además, en Mesopotamia se hablada de doce reyes mitológicos que habían inventado la cultura (el lenguaje, la música, la escritura, la alfarería, etc.). Los hebreos no querían ser menos, por lo que también situaron en los orígenes de su pueblo a los doce hijos de Jacob, que dieron origen a las doce tribus. Israel idealizó el reinado de David, que habría extendido sus fronteras (como nunca antes ni después, a lo largo de toda su historia) y habría unido las doce tribus en un reino con capital en Jerusalén.

En realidad, los reinos de Israel y Judá nunca estuvieron unidos, ni tampoco las doce tribus, pero entre los hebreos se generalizó el deseo de unidad y reconciliación entre los distintos grupos que formaban el pueblo y proyectaron sus deseos en unos orígenes idealizados.

Cuando ya no existía el reino del norte ni las tribus que lo componían, los habitantes del reino del sur (compuesto por las tribus de Judá, Benjamín y media de Leví, más algunos refugiados del norte, que lograron huir de la destrucción de Samaría), se generalizó la esperanza de que, cuando llegara el mesías, restablecería las doce tribus que podrían vivir finalmente unidas (cf. Ez 33-48). Por eso hablan de «nuevo» pueblo y de «nueva» alianza.

Con su gesto, Jesús indica que eso ya ha llegado. Los doce expresan de manera visible lo que Jesús realiza: el establecimiento del reino de Dios y la reunión de las tribus de Israel para formar la comunidad escatológica de la salvación. Hacen presente al nuevo pueblo de Dios y la nueva alianza. Se realiza anticipadamente lo que se anuncia para el futuro.

¿Para qué doce? «Instituyó a doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con poder de expulsar a los demonios» (Mc 3,14). En primer lugar, Jesús los llama para que estén con él. Es la única manera de conocerlo en profundidad. Los evangelios dicen en varias ocasiones que se los llevó a ellos solos y que los instruía: «Jesús les anunciaba el mensaje con muchas parábolas, acomodándose a su capacidad de entender. No les decía nada sin parábolas. A sus propios discípulos, sin embargo, se lo explicaba todo en privado» (Mc 4,33-34).

En segundo lugar, Jesús los llama para enviarlos a predicar. Solo estando con Jesús pueden aprender qué es lo que tienen que predicar y cómo tienen que hacerlo. Lo que tienen que predicar no son sus propias ideas ni el fruto de sus reflexiones. Su predicación, ante todo, será un testimonio: «Lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y tocado con nuestras manos acerca de la palabra de la vida…, os lo anunciamos» (1Jn 1,1-3).

En tercer lugar, los envía para expulsar a los demonios. La predicación va acompañada de la victoria sobre el príncipe de este mundo. San Pablo invita a encontrar la fuerza en Cristo, para vencer sobre las verdaderas dificultades: «Poneos las armas que Dios os da para poder resistir a las estratagemas del diablo, porque nuestra lucha no es contra los hombres de carne y hueso, sino contra las fuerzas sobrehumanas y supremas del mal, que dominan este mundo de tinieblas» (Ef 6,11-12).

La misión universal comenzó después de la resurrección, cuando los discípulos fueron enviados a todos los pueblos de la tierra. Entonces, a pesar de la importancia de los doce para Israel, esta institución perdió su sentido, por lo que el número de los apóstoles aumentó.


Tomado de mi libro:
Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d., «Qué bien sé yo la fonte que mana y corre. Teología espiritual». ISBN 978-84-220-2383-8. Editorial BAC, Madrid 2025. pp. 156-157.

La BAC tiene distribuidores en todo el mundo, por lo que el libro puede conseguirse en cualquier librería, si se dan los datos editoriales.

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