Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 23 de mayo de 2025

El envío de los 70 o 72 discípulos de Jesús


San Lucas (el evangelista griego) recoge un gesto de Jesús profundamente significativo. Además de los doce, en cierto momento, Jesús «designo otros setenta y los envió por delante, de dos en dos, a todos los pueblos que él pensaba visitar» (Lc 10,1), con la misión de sanar enfermos, expulsar espíritus inmundos y anunciar la llegada del reino.

¿Por qué setenta? Como el doce, también el setenta es un número simbólico, ya que es el fruto de multiplicar dos números perfectos: el siete (como los días de la semana o los brazos del candelabro que arde día y noche en presencia del Altísimo, la menorá) y el diez (como los diez mandamientos, el decálogo).

De hecho, setenta era el número de los pueblos que se consideraba que había en el mundo (cf. Gén 10), al igual que el número de los descendientes de Jacob al bajar a Egipto (cf. Éx 1,5). También Moisés eligió a setenta colaboradores para que le ayudaran a gobernar el pueblo. Dios les dio parte del Espíritu que había puesto en Moisés, para que pudieran ayudarle en su tarea (cf. Núm 11,26ss).

Por eso, la versión griega de la Biblia era llamada de los LXX, porque se pensaba que había sido traducida por setenta sabios, un representante de cada nación de la tierra. Así, de alguna manera, se prefiguraba la misión universal de la Iglesia, que nace en Israel (los doce) y tiene que alcanzar a todos los pueblos (los setenta).

Con estos presupuestos, podemos comprender que los doce y los setenta hacen referencia, al mismo tiempo, a instituciones del Antiguo Testamento (las doce tribus, los setenta colaboradores de Moisés) y abren a la novedad del Nuevo Testamento (nuevas tribus, nuevos colaboradores, porque se inaugura la nueva y definitiva alianza, de la que la anterior era solo anuncio y profecía).

¿Para qué setenta? Para indicar la «catolicidad» (= universalidad) de la Iglesia. Estos setenta discípulos son anticipo de todos los profetas (es decir «llamados»), apóstoles (es decir «enviados») y mártires (es decir «testigos») que él irá enviando a la Iglesia y al mundo a lo largo del tiempo.

Hay que subrayar que Jesús los manda sin seguridades humanas: «sin cartera, ni alforja, ni sandalias», confiando solo en la divina Providencia y en la solidaridad de los creyentes: «quedaos en la casa donde os acojan, comed y bebed de lo que os ofrezcan», con la prohibición explícita de establecerse permanentemente en ningún sitio, porque son anunciadores itinerantes, como Jesús mismo y los primeros misioneros cristianos.

Para evitar confusiones, es importante tener presente que tanto los manuscritos antiguos como las traducciones actuales oscilan entre el número setenta y el setenta y dos al hablar de los discípulos enviados por Jesús. Eso se debe a que el texto que habla de los descendientes de Noé es bastante confuso y pueden contarse setenta o setenta y dos naciones que surgen de él (Gén 10). A partir de ahí, la numeración cambia en todas las referencias posteriores (los descendientes de Jacob, los colaboradores de Moisés e incluso el número de los traductores de la Biblia hebrea al griego) dependiendo del texto que los autores tenían delante.


Tomado de mi libro:
Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d., «Qué bien sé yo la fonte que mana y corre. Teología espiritual». ISBN 978-84-220-2383-8. Editorial BAC, Madrid 2025. pp. 158-159.

La BAC tiene distribuidores en todo el mundo, por lo que el libro puede conseguirse en cualquier librería, si se dan los datos editoriales.

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