Efectivamente, san Pablo presenta el bautismo como una participación en la muerte y resurrección de Cristo (cf. Rom 6,3-5). También dice que murió por su Iglesia, para ofrecerle un baño de purificación que la capacite para convertirse en su esposa (cf. Ef 5,25-27).
En el judaísmo estaba prescrito un baño purificador previo al matrimonio. Esta práctica era también común en el helenismo. Los primeros cristianos hicieron abundante uso de esta costumbre para presentar el bautismo como una participación esponsal en la Pascua de Cristo. Para ello unieron los textos que hemos citado de san Pablo con otros de san Juan, especialmente cuando dice que del costado de Cristo crucificado «manó sangre y agua» (Jn 19,34) y que «Este es el que vino con sangre y con agua, Jesucristo» (1Jn 5,6).
Como recordaba Benedicto XVI, «los Padres de la Iglesia consideraron estos elementos como símbolos de los sacramentos del bautismo y de la eucaristía» (Mensaje para la Cuaresma, 2007). En el agua que brota del costado de Cristo vieron el baño bautismal, purificación de la esposa para el matrimonio, y en la sangre vieron la participación en la eucaristía, banquete de bodas del Cordero y la Iglesia (cf. Ap 19,9).
Es significativo que el libro del Apocalipsis afirme que los redimidos son «los que vienen de la gran tribulación y lavaron sus mantos en la sangre del Cordero» (Ap 7,14). De hecho, los Padres unieron de tal manera la pasión de Cristo y la de los cristianos, que a la pasión de Cristo o de un discípulo suyo la llamaron «martyrion», y al relato que recoge el testimonio de un martirio lo llamaron «passio».
Además, unieron tan fuertemente el bautismo y la pasión de Cristo, que el martirio de los cristianos también era considerado bautismo, como podemos ver en este texto de Orígenes, comentado por el papa: «“Si Dios me concediera ser lavado en mi sangre para recibir el segundo bautismo, habiendo aceptado la muerte por Cristo, me alejaría seguro de este mundo” (Hom. Iud. 7,12). Estas frases revelan la fuerte nostalgia de Orígenes por el bautismo de sangre» (Audiencia general, 25-04-2007).
Durante las persecuciones, se relacionó el bautismo con la pasión de Cristo porque también se identificó su Pascua con su padecimiento. Esto cambió a partir del edicto de tolerancia religiosa, en que se subrayó la relación con la resurrección, tanto del bautismo como de la Pascua: «era natural que la Iglesia de la era constantiniana percibiera en la Pascua sobre todo el aspecto de la victoria, y que celebrase, en la resurrección y en el triunfo de su cabeza, la propia resurrección y el propio triunfo sobre los perseguidores».
Aunque el bautismo siempre se hizo derivar de la Pascua de Cristo (fuera interpretada como «padecimiento» o como «paso» de la muerte a la vida), en los escritos más antiguos no encontramos ningún testimonio de que se celebrara en la conmemoración litúrgica de la Pascua. Sin embargo, desde principios del siglo III, se unieron de manera tan íntima que en muchos casos esta llegó a ser la única fecha en que se administraba.
Tomado de mi libro "La fe celebrada. Historia, teología y espiritualidad del año litúrgico en los escritos de Benedicto XVI", Burgos 2012, pp. 266-268.
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