Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 26 de abril de 2024

Jesús es la vid y nosotros los sarmientos


En el evangelio del quinto domingo de Pascua, ciclo "b" (Juan 15,1-8), se lee: "El que permanece en mí y yo en él, da fruto abundante". La Iglesia está unida a Cristo y cada cristiano es un miembro de su Cuerpo místico o un sarmiento injertado en la vid. Así lo explica san Cirilo de Alejandría:

«El Señor, para convencernos que es necesario que nos adhiramos a él por el amor, ponderó los grandes bienes que se derivan de nuestra unión con él, comparándose a sí mismo con la vid y afirmando que los que están unidos a él e injertados en su persona, vienen a ser como sus sarmientos y, que, al participar del Espíritu de Cristo, este nos une con él. La adhesión de quienes se vinculan a la vid consiste en una adhesión de voluntad y de deseo; en cambio, la unión de la vid con nosotros es una unión de amor y de inhabitación» (Comentario al evangelio de san Juan 10,2).

Ciertamente, Jesús es la vid, y la luz del mundo, y el camino que lleva al Padre, y el pan de la vida, y el buen Pastor, y el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y el rey del universo, y el siervo por amor... Él es todo eso y mucho más. Nuestras palabras son insuficientes para explicar su misterio. Por eso necesitamos de todas esas imágenes.

Lo que está claro, tal como recuerda el evangelio de este domingo, es que sin él no podemos hacer nada bueno. Por nosotros mismos solo podemos ser sarmientos secos, pero unidos a él podemos dar frutos de vida eterna. ¡Unámonos cada día más íntimamente a él!

Dar frutos de vida eterna equivale a lo que pide la primera lectura: “No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad”. Si recibimos de Jesús la savia de la vida podremos amar con su mismo amor.

Este evangelio nos transmite una preciosa certeza: no somos seres aislados, abandonados a nuestra propia suerte, sin raíces ni identidad. por el contrario, estamos íntimamente vinculados a Cristo. Formamos parte de él y él forma parte de nosotros. Somos sarmientos y él es la vid, somos ovejas de su rebaño, somos miembros de su familia, somos piedras vivas en la construcción de su Iglesia.

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