Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 24 de julio de 2025

La teología espiritual


Partiendo de las enseñanzas de la Biblia y del ejemplo y doctrina de los santos, la teología espiritual estudia el dinamismo por el cual el creyente asume personalmente los contenidos de la revelación y de la teología para desarrollar una vida cristiana en el Espíritu. Es la dimensión práctica de todas las demás materias, la que nos hace tomar conciencia de nuestra vocación y de los medios para realizarla: oración, identificación con Cristo, vida en el Espíritu, relación filial con el Padre, compromiso eclesial, estado de vida, etc.

San Pablo repite en sus cartas que, por el bautismo, se realiza en nosotros una verdadera recreación: «Habéis sido lavados, santificados y justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios» (1Cor 6,11). Ya se nos ha dado lo que un día esperamos alcanzar en plenitud: la filiación divina, la misma vida del Hijo: «La señal de que ya sois hijos es que Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo» (Gál 4,6).

Por eso insiste en que vivamos conforme a la dignidad que ya hemos recibido. Sus escritos son una continua invitación a vivir como hijos de Dios, guiados por el Espíritu, a apropiarnos de los sentimientos de Cristo, a revestirnos de la mente de Cristo: «Os pido que caminéis según el Espíritu... Si vivimos gracias al Espíritu, procedamos también según el Espíritu» (Gál 5,16-26). «No viváis como los no creyentes... Renovaos espiritualmente y revestíos del hombre nuevo... Sed, pues, imitadores de Dios... a imitación de Cristo» (Ef 4,17-5, 2). «Tened los sentimientos que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús» (Flp 2,5). «Despojaos del hombre viejo y de sus acciones, y revestíos del hombre nuevo que, en busca de una sabiduría cada vez mayor, se va renovando a imagen de su Creador» (Col 3,9-10).

Esto significa que debemos «revestirnos de Cristo» (Gál 3,27), hacer todo lo posible para que «Cristo habite en nuestros corazones por la fe» (Ef 3,17), trabajar «hasta que Cristo se forme en vosotros» (Gál 4,19). De esa manera, tendremos «el pensamiento de Cristo» (2Cor 2,16), seremos «una criatura nueva en Cristo» (2Cor 5,17), seguiremos «el camino del amor, a ejemplo de Cristo» (Ef 5,2). De esto se trata: de «ser de Cristo» (2Cor 10,7), «pertenecer a Cristo» (Gál 3,29), «vivir en él» (Flp 1,21) y dejar que él «viva en nosotros» (Gál 2,20).

El hombre «viejo» o «carnal» es el que se deja guiar por sus instintos: deseos de posesión, egoísmo, violencia, venganza, etc. El hombre «nuevo» o «espiritual» es el que es capaz de actuar de una manera distinta, que no corresponde a nuestra naturaleza, sino que es don del Espíritu: practicando el compartir, la generosidad, el perdón, la misericordia, etc. El hombre viejo es el que refleja la figura del primer Adán; el hombre nuevo es el que se parece a Jesucristo en sus sentimientos y en su actuar.

San Juan de la Cruz enseña que ser espiritual consiste en «imitar a Cristo en todas sus cosas, conformándose con su vida, la cual debe considerar para saber imitarla y actuar en todas las cosas como actuaría él» . Lo que pide el santo no es una repetición literal de sus actos, sino comportarnos según sus actitudes: ¿cómo actuaba Jesús ante las autoridades civiles y religiosas, ante las instituciones, ante las tradiciones?, ¿cómo lo hacía frente a las mujeres, los enfermos, los extranjeros y los otros grupos que no eran considerados socialmente? Así debe actuar el cristiano. San Juan lo aclara cuando recomienda «no hacer ni decir palabra notable que no la dijera o hiciera Cristo si estuviera en el estado que yo estoy y tuviera la edad y salud que yo tengo» . No basta con repetir lo que hizo Cristo. Estamos llamados a hacer lo que él haría en las circunstancias concretas que nos toca vivir. Para poder hacerlo, hemos de «considerar» la vida de Jesús; es decir: estudiarla, reflexionarla personalmente, profundizar en su conocimiento.

Por lo tanto, la espiritualidad es la manera concreta en que los individuos y los grupos, dejándose guiar por el Espíritu Santo, asumen y realizan en su propio contexto el estilo de vida propuesto por Jesús. La teología espiritual reflexiona sobre este proceso de personalización de la vida cristiana en el Espíritu.

En principio, hay solo una espiritualidad cristiana (la que presenta los valores esenciales del cristianismo para que sean acogidos vitalmente, de forma experiencial, por cada creyente); pero, al mismo tiempo, hay muchas «espiritualidades» (porque los cristianos, que vivimos en el espacio y en el tiempo, somos limitados en nuestra capacidad de acoger el evangelio y vivimos nuestra fidelidad a lo esencial con mentalidades y de modos diferentes, poniendo el acento en determinados misterios de nuestra fe, en la práctica de algunas virtudes o en la realización de actividades concretas, según la propia vocación).

En el contexto plural contemporáneo, es importante subrayar que la espiritualidad no es un volverse sobre sí mismo para sentirse a gusto, ni se reduce a sentirse en comunión con el universo, ni mucho menos consiste en dejar que la propia individualidad se hunda en el gran océano del Ser. En la tradición cristiana, «la vida espiritual consiste en una relación con Dios que se va haciendo cada vez más profunda con la ayuda de la gracia, en un proceso que ilumina también la relación con nuestros hermanos».


Texto tomado de mi libro Eduardo Sanz de Miguel, "Hablar de Dios y del hombre en el siglo XXI. Introducción a la Teología y sus contenidos", editorial Monte Carmelo, Burgos 2019, páginas 179-182.

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