Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 23 de julio de 2025

La teología moral


Dios nos ha creado por amor y nos ha capacitado para amar. Además, nos ha regalado el don precioso de la libertad. Este es el motivo por el que él nos propone un estilo de vida basado en el amor, cuyo modelo plenamente realizado es Jesús; pero no nos obliga a seguir ese camino, sino que nos lo ofrece para que podamos ser felices, para que se cumpla en nosotros su proyecto de amor.

La moral cristiana se resume en el camino del seguimiento de Jesús, identificándonos con sus actitudes vitales, revistiéndonos de sus propios sentimientos, con la meta de llegar a ser «otros cristos». Sin embargo, no podemos identificar la meta con el punto de partida o con el camino. Para alcanzar nuestro destino, partimos de una realidad de pecado e imperfección, por lo que son necesarias la paciencia y la perseverancia.

El primer objetivo de la teología moral es poner de relieve la grandeza y la belleza de la vocación cristiana: por gracia de Dios ya somos hijos suyos, ya hemos sido redimidos, ya podemos gustar anticipadamente la vida eterna. De hecho, el Catecismo comienza la parte dedicada a la moral con una cita de san León Magno, que dice: «Cristiano, reconoce tu dignidad. Puesto que ahora participas de la naturaleza divina, no degeneres volviendo a la bajeza de tu vida pasada. Recuerda a qué Cabeza perteneces y de qué Cuerpo eres miembro. Acuérdate de que has sido arrancado del poder de las tinieblas para ser trasladado a la luz del Reino de Dios» (n. 1691).

Los cristianos estamos llamados a llevar «una vida digna del evangelio de Cristo» (Flp 1,27), viviendo en el amor, que es el resumen de la ley (cf. Gál 5,14). En la entrega que el Padre ha hecho de su hijo y que el Hijo ha hecho de sí mismo, comprendemos hasta el fondo lo que es el amor: «En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él ha dado su vida por nosotros» (1Jn 3,16). Por eso santa Teresita de Lisieux afirmaba que «amar es darlo todo y darse uno mismo».

San Pablo dice: «Habéis sido llamados a la libertad. Pero no toméis la libertad como pretexto para vuestros apetitos desordenados; antes bien, haceos siervos unos de otros por amor» (Gál 5,13). En todas las épocas, la libertad ha sido el gran sueño de la humanidad. Pero la libertad no es hacer lo que a cada uno le da la gana, sino la capacidad de buscar la verdad y de realizarla. Los drogadictos dicen que toman drogas porque quieren, pero no es verdad: se han acostumbrado a tomar drogas y no pueden vivir sin ellas; por eso son esclavos, aunque digan lo contrario. Es verdaderamente libre quien es capaz de dominar su egoísmo y su pereza, quien no se deja dominar por los instintos, quien ama, comparte y perdona, aunque le cueste.

La moral cristiana consiste en comprender estos principios y en responder con el propio amor al amor de Dios. Pero el amor no es algo teórico, sino que tiene que demostrarse en obras concretas. Amamos cuando respetamos a los demás, cuando no les hacemos daño, cuando compartimos nuestras cosas, cuando perdonamos a los que nos ofenden, cuando trabajamos por su bien, cuando oramos por ellos. Y esto supone un aprendizaje dura toda la vida. En el famoso himno a la caridad, san Pablo enseña lo que es el verdadero amor cristiano:

«El amor es paciente y servicial; el amor no tiene envidia ni es presumido; el amor no es grosero ni egoísta; el amor no se irrita ni lleva cuentas del mal; el amor no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad. El amor todo lo excusa. El amor todo lo cree. El amor todo lo espera. El amor todo lo soporta. El amor no acaba nunca» (1Cor 13,4-8).

[Para saber más, consultar: Catecismo, “La vocación del hombre: la vida en el Espíritu” (nn. 1699-1986); y “Los diez mandamientos” (nn. 2052-2557)].


Texto tomado de mi libro Eduardo Sanz de Miguel, "Hablar de Dios y del hombre en el siglo XXI. Introducción a la Teología y sus contenidos", editorial Monte Carmelo, Burgos 2019, páginas 175-177.

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