El Cántico espiritual es la obra cumbre de san Juan de la Cruz, tanto en la poesía como en los comentarios a la misma, en los que desarrolla el itinerario del creyente que se encuentra con Cristo, descubre su amor y responde devolviendo amor a quien le ha amado primero.
31 estrofas las compuso en la cárcel de Toledo, transformando las humillaciones y sufrimientos en versos de gran belleza y hondura. Más tarde, redactó otras en Beas de Segura (34-35) y en Granada (36-40 y, más tarde, la 11, que añadió en la segunda redacción).
El 40 es un número que indica plenitud en la Biblia (aparece más de 100 veces y nunca con valor matemático) y se conserva en la tradición cristiana posterior (por ejemplo, también son 40 las estrofas de las Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique).
Los críticos literarios quieren encontrar un orden y estructura en el Cantar de los cantares bíblico, dividiéndolo en bloques temáticos y secciones (que van desde 5 a 52, según los autores), pero es difícil reducir a esquemas escolares un texto apasionado, que habla de dos enamorados que se buscan, se encuentran, se separan, se echan de menos, se recuerdan y celebran la unión final, con deseo de que sea permanente. Argumentos presentes en las poesías y en los cantos de amor de la antigüedad y de todos los tiempos.
Lo mismo sucede con el Cántico espiritual de san Juan de la Cruz, que los críticos dividen en bloques temáticos y buscan la lógica interna, cuando es mejor disfrutar del poema, dejando que fluyan las imágenes, que suscitan emociones en el lector aunque no las entienda todas.
San Juan de la Cruz, al inicio y al final de Llama de amor viva recuerda que las palabras ordinarias no sirven para explicar al misterio de Dios (cf. Ll prólogo, 1; 4,17). Sin embargo, él hace el esfuerzo de contar lo que siente y entiende en la unión mística con el lenguaje menos inapropiado, sirviéndose de «figuras, comparaciones y semejanzas» (C prólogo, 1).
Él es consciente de las limitaciones de nuestro lenguaje, por lo que invita a «echar de ver cuán bajos y cortos y en alguna manera impropios son todos los términos y vocablos con que en esta vida se trata de las cosas divinas» (2N 17,6). Y en otra ocasión, afirma: «La delicadez del deleite que en este toque se siente es imposible decirse, ni yo querría hablar en ello, porque no se entienda que aquello no es más de lo que se dice, que no hay vocablos para declarar cosas tan subidas de Dios» (Ll 2,21).
También advierte que sus explicaciones no agotan los contenidos de los misterios cristianos ni de la experiencia mística, como tampoco lo han conseguido los que le han precedido ni lo lograrán los que vendrán detrás. Por eso, ofrece algunas claves de lectura de sus versos, pero los deja abiertos e invita a los lectores a que exploren sentidos nuevos, asumiendo el riesgo de que puedan entrar en contradicción con sus intenciones originales (como hacen algunas lecturas limitadamente eróticas o esotéricas).
Si queremos conocer el alcance que Juan de la Cruz da a sus símbolos, hemos de leer sus comentarios o «declaraciones» de los poemas. Pero, si hacemos caso de sus advertencias, no podemos detenernos en ellos; hemos de volver a sus versos y hacer nuestra interpretación, actualizándolos. La del santo nos ayuda, nos prepara, pero no nos dispensa de la personal. Si no la hacemos, privamos a la obra de su potencial interpelante.
Muchos podríamos añadir, pero mejor dejamos hablar al santo a partir de aquí:
Declaración de las canciones que tratan del ejercicio de amor entre el alma y el Esposo Cristo.
Prólogo. Por cuanto estas canciones parecen ser escritas con algún fervor de amor de Dios, [...] no pienso yo ahora declarar toda la anchura y copia que el espíritu fecundo del amor en ellas lleva; antes sería ignorancia pensar que los dichos de amor e inteligencia mística, cuales son los de las presentes canciones, con alguna manera de palabras se pueden bien explicar. […] Porque los dichos de amor es mejor dejarlos en su anchura, para que cada uno de ellos se aproveche según su modo y caudal de espíritu, que abreviarlos a un sentido a que no se acomode todo paladar; y así, aunque en alguna manera se declaran, no hay para qué atarse a la declaración; porque la sabiduría mística, la cual es por amor, de que las presentes canciones tratan, no ha menester distintamente entenderse para hacer efecto de amor y afición en el alma, porque es a modo de la fe, en la cual amamos a Dios sin entenderle claramente. […]
Argumento. El orden que llevan estas canciones es desde que un alma comienza a servir a Dios hasta que llega al último estado de perfección, que es el matrimonio espiritual. […]
Canción 1, anotación. Cayendo el alma en la cuenta de lo que está obligada a hacer. […] Conociendo, por otra parte, la gran deuda que a Dios debe en haberla criado solamente para sí, por lo cual le debe el servicio de toda su vida; y en haberla redimido solamente por sí mismo, por lo cual le debe todo el resto y correspondencia del amor de su voluntad, y otros mil beneficios en que se conoce obligada a Dios desde antes que naciese; […] dando de mano a todo negocio, sin dilatar un día ni una hora, con ansia y gemido salido del corazón, herida ya del amor de Dios, comienza a invocar a su Amado, y dice:
1. ¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste
habiéndome herido;
salí tras ti clamando y eras ido.
2. Pastores, los que fuereis
allá por las majadas al otero,
si por ventura viereis
a aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.
3. Buscando mis amores
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré a las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.
4. ¡Oh, bosques y espesuras
plantadas por la mano del Amado!,
¡oh prado de verduras
de flores esmaltado!,
decid si por vosotros ha pasado.
(Las criaturas)
5. Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura;
y, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura.
(La esposa)
6. ¡Ay!, ¿quién podrá sanarme?
Acaba de entregarte ya de vero;
no quieras enviarme
de hoy más ya mensajero
que no saben decirme lo que quiero.
7. Y todos cuantos vagan
de ti me van mil gracias refiriendo,
y todos más me llagan,
y déjame muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo
8. Mas, ¿cómo perseveras,
¡oh vida!, no viendo donde vives,
y haciendo porque mueras
las flechas que recibes
de lo que del Amado en ti concibes?
9. ¿Por qué, pues has llagado
aqueste corazón, no le sanaste?
Y, pues me lo has robado,
¿por qué así lo dejaste,
y no tomas el robo que robaste?
10. Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshacerlos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre de ellos,
y solo para ti quiero tenerlos.
11. Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor, ya no se cura
sino con la presencia y la figura.
12. ¡Oh, cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados!
13. ¡Apártalos, Amado,
que voy de vuelo!
(El Esposo)
Vuélvete, paloma,
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma
al aire de tu vuelo, y fresco toma.
(La esposa)
14. Mi Amado, las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos,
15. la noche sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.
16. Cazadnos las raposas,
que está ya florecida nuestra viña,
en tanto que de rosas
hacemos una piña,
y no aparezca nadie en la montiña.
17. Detente, cierzo muerto;
ven, austro, que recuerdas los amores,
aspira por mi huerto,
y corran tus olores,
y pacerá el Amado entre las flores.
18. ¡Oh, ninfas de Judea!,
en tanto que en las flores y rosales
el ámbar perfumea,
morá en los arrabales,
y no queráis tocar nuestros umbrales.
19. Escóndete, Carillo,
y mira con tu faz a las montañas,
y no quieras decirlo;
mas mira las compañas
de la que va por ínsulas extrañas.
(El Esposo)
20. A las aves ligeras,
leones, ciervos, gamos saltadores,
montes, valles, riberas,
aguas, aires, ardores,
y miedos de las noches veladores:
21. Por las amenas liras
y canto de sirenas os conjuro
que cesen vuestras iras
y no toquéis el muro,
porque la esposa duerma más seguro.
(Coro)
22. Entrado se ha la esposa
en el ameno huerto deseado,
y a su sabor reposa,
el cuello reclinado
sobre los dulces brazos del Amado.
(El Esposo)
23. Debajo del manzano,
allí conmigo fuiste desposada;
allí te di la mano,
y fuiste reparada
donde tu madre fuera violada.
(La esposa)
24. Nuestro lecho florido,
de cuevas de leones enlazado,
en púrpura tendido,
de paz edificado,
de mil escudos de oro coronado.
25. A zaga de tu huella
las jóvenes recorren el camino,
al toque de centella,
al adobado vino,
emisiones de bálsamo divino.
26. En la interior bodega
de mi Amado bebí, y, cuando salía
por toda aquesta vega,
ya cosa no sabía,
y el ganado perdí que antes seguía.
27. Allí me dio su pecho,
allí me enseñó ciencia muy sabrosa,
y yo le di de hecho
a mí, sin dejar cosa;
allí le prometí de ser su esposa.
28. Mi alma se ha empleado,
y todo mi caudal, en su servicio;
ya no guardo ganado,
ni ya tengo otro oficio,
que ya solo en amar es mi ejercicio.
29. Pues ya si en el ejido
de hoy más no fuere vista ni hallada,
diréis que me he perdido,
que, andando enamorada,
me hice perdidiza, y fui ganada.
30. De flores y esmeraldas,
en las frescas mañanas escogidas,
haremos las guirnaldas,
en tu amor florecidas
y en un cabello mío entretejidas.
31. En solo aquel cabello
que en mi cuello volar consideraste,
mirástele en mi cuello
y en él preso quedaste,
y en uno de mis ojos te llagaste.
32. Cuando tú me mirabas,
su gracia en mí tus ojos imprimían;
por eso me adamabas,
y en eso merecían
los míos adorar lo que en ti vían.
33. No quieras despreciarme,
que, si color moreno en mí hallaste,
ya bien puedes mirarme
después que me miraste,
que gracia y hermosura en mí dejaste.
(El Esposo)
34. La blanca palomica
al arca con el ramo se ha tornado,
y ya la tortolica
al socio deseado
en las riberas verdes ha hallado.
35. En soledad vivía,
y en soledad ha puesto ya su nido,
y en soledad la guía
a solas su querido,
también en soledad de amor herido.
(La esposa)
36. Gocémonos, Amado,
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte y al collado,
do mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura.
37. Y luego a las subidas
cavernas de la piedra nos iremos
que están bien escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas gustaremos.
38. Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía,
y luego me darías
allí tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día.
39. El aspirar el aire,
el canto de la dulce filomena,
el soto y su donaire
en la noche serena,
con llama que consume y no da pena.
40. Que nadie lo miraba,
Aminadab tampoco aparecía
y el cerco sosegaba,
y la caballería
a vista de las aguas descendía.
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