Llévame contigo, ¡corramos!; condúzcame el rey a su alcoba; disfrutemos y gocemos juntos, saboreemos tus amores embriagadores. ¡Con razón te aman las doncellas! (Cant 1,4)
«¡Lo busqué y no lo encontré! Me encontraron los centinelas que hacen la ronda por la ciudad: "¿Han visto al amado de mi alma?". Apenas los había pasado, encontré al amado de mi alma. Lo agarré, y no lo soltaré hasta que lo haya hecho entrar en la casa de mi madre, en la habitación de la que me engendró». (Cant 3,2-4)
«¡Despierta, viento del norte, ven, viento del sur! ¡Soplen sobre mi jardín para que exhale su perfume! ¡Que mi amado entre en su jardín y saboree sus frutos deliciosos!». (Cant 4,16)
«Son sesenta las reinas, ochenta las concubinas, e innumerables las jóvenes. Pero una sola es mi paloma mi preciosa. Ella es la única de su madre, la preferida de la que la engendró: al verla, la felicitan las jóvenes, las reinas y concubinas la elogian». (Cant 6,8-9)
«Abrí a mi amado, pero él ya había desaparecido. ¡El alma se me fue detrás de él! ¡Lo busqué, y no lo encontré, lo llamé y no me respondió! Me encontraron los centinelas que hacen la ronda en la ciudad; los guardias de las murallas me golpearon y me hirieron, me arrancaron el manto. Júrenme, hijas de Jerusalén, que si encuentran a mi amado, le dirán... ¿qué le dirán? Que estoy enferma de amor». (Cant 6,6-8)
«¡La voz de mi amado! Ahí viene, saltando por las montañas, brincando por las colinas. Mi amado es como una gacela, como un ciervo joven. Ahí está: se detiene detrás de nuestro muro; mira por la ventana, espía por el enrejado». (Cant 2,8-9)
«En mi lecho, durante la noche, busqué al amado de mi alma. ¡Lo busqué y no lo encontré! Me levantaré y recorreré la ciudad; por las calles y las plazas, buscaré al amado de mi alma». (Cant 3,1-2)
«Yo duermo, pero mi corazón vela. Oigo a mi amado que golpea y dice: ¡Abreme, hermana mía, mi amada, paloma mía, mi preciosa! Porque mi cabeza está empapada por el rocío y mi cabellera por la humedad de la noche». (Cant 5,2)
«Te desperté debajo del manzano, allí donde tu madre te dio a luz, donde te dio a luz la que te engendró». (Cant 8,5)
«¡Tú que habitas en los jardines!, mis compañeros prestan oído a tu voz; deja que yo te oiga decir: Apúrate, amado mío, como una gacela, como un ciervo joven, sobre las montañas perfumadas». (Cant 8,13-14)
«¡Despierta, viento del norte, ven, viento del sur! ¡Soplen sobre mi jardín para que exhale su perfume! ¡Que mi amado entre en su jardín y saboree sus frutos deliciosos!». (Cant 4,16)
«Son sesenta las reinas, ochenta las concubinas, e innumerables las jóvenes. Pero una sola es mi paloma mi preciosa. Ella es la única de su madre, la preferida de la que la engendró: al verla, la felicitan las jóvenes, las reinas y concubinas la elogian». (Cant 6,8-9)
«Abrí a mi amado, pero él ya había desaparecido. ¡El alma se me fue detrás de él! ¡Lo busqué, y no lo encontré, lo llamé y no me respondió! Me encontraron los centinelas que hacen la ronda en la ciudad; los guardias de las murallas me golpearon y me hirieron, me arrancaron el manto. Júrenme, hijas de Jerusalén, que si encuentran a mi amado, le dirán... ¿qué le dirán? Que estoy enferma de amor». (Cant 6,6-8)
«¡La voz de mi amado! Ahí viene, saltando por las montañas, brincando por las colinas. Mi amado es como una gacela, como un ciervo joven. Ahí está: se detiene detrás de nuestro muro; mira por la ventana, espía por el enrejado». (Cant 2,8-9)
«En mi lecho, durante la noche, busqué al amado de mi alma. ¡Lo busqué y no lo encontré! Me levantaré y recorreré la ciudad; por las calles y las plazas, buscaré al amado de mi alma». (Cant 3,1-2)
«Yo duermo, pero mi corazón vela. Oigo a mi amado que golpea y dice: ¡Abreme, hermana mía, mi amada, paloma mía, mi preciosa! Porque mi cabeza está empapada por el rocío y mi cabellera por la humedad de la noche». (Cant 5,2)
«Te desperté debajo del manzano, allí donde tu madre te dio a luz, donde te dio a luz la que te engendró». (Cant 8,5)
«¡Tú que habitas en los jardines!, mis compañeros prestan oído a tu voz; deja que yo te oiga decir: Apúrate, amado mío, como una gacela, como un ciervo joven, sobre las montañas perfumadas». (Cant 8,13-14)
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