El 8 de noviembre se celebra la fiesta de santa Isabel de la Trinidad, carmelita descalza y mística de profundo pensamiento. Aquí les propongo algunos pensamientos tomados de sus escritos.
He hallado mi cielo en la tierra pues el cielo es Dios y Dios está en mi alma.
Me gusta encontrarle aquí, en lo más profundo de mi ser, en el cielo de mi alma, porque él nunca se aparta de mí. Dios en mí y yo en él. Esto es mi vida.
Nada podrá distraerme de él. Cuando se obra por él y se permanece siempre en su santa presencia, bajo su mirada divina, que penetra hasta lo más íntimo del alma, se le puede escuchar incluso en medio del bullicio del mundo, en el silencio de un corazón que solo quiere ser suyo.
Jesús es totalmente mío y yo soy completamente suya. Es lo único que tengo. Él lo es todo para mí. Ahora ya solo me queda un deseo por cumplir: amarle, amarle siempre.
¡Amo tanto ese misterio de la Santísima Trinidad! Es un abismo en el que me pierdo.
El contemplativo es un ser que vive bajo el resplandor de la faz de Cristo, que penetra en el misterio de Dios impulsado no por la luz que proyecta el pensamiento humano sino por la claridad que produce la palabra del Verbo encarnado.
Creo que si él me ha amado tan apasionadamente y me ha hecho tantos favores es por verme tan débil.
Mi ideal consiste en ser la «Alabanza de su gloria».
Qué importa estar en el cielo o en la tierra. Vivamos en el amor para glorificar al Amor. Cuanto más cerca se vive de Dios, más se ama.
En el Carmelo el corazón se dilata y sabe amar mejor.
El contemplativo es un ser que vive bajo el resplandor de la faz de Cristo, que penetra en el misterio de Dios impulsado no por la luz que proyecta el pensamiento humano sino por la claridad que produce la palabra del Verbo encarnado.
Creo que si él me ha amado tan apasionadamente y me ha hecho tantos favores es por verme tan débil.
Mi ideal consiste en ser la «Alabanza de su gloria».
Qué importa estar en el cielo o en la tierra. Vivamos en el amor para glorificar al Amor. Cuanto más cerca se vive de Dios, más se ama.
En el Carmelo el corazón se dilata y sabe amar mejor.
Vive siempre con él dentro de ti. Cuando un alma es fiel a los menores deseos de su corazón, Jesús, en retorno, es fiel en guardarla y se establece entre ellos una dulce intimidad. Él me ha amado. Él se entregó por mí. Esto es lo único importante.
Me parece que mi misión en el cielo consistirá en atraer las almas al recogimiento interior... Presiento que mi misión en el cielo consistirá en atraer las almas, ayudándolas a salir de ellas mismas, para unirse al Señor a través de un movimiento sencillo y amoroso, y conservarlas en ese gran silencio interior que permite a Dios imprimirse en ellas, transformarlas en él mismo.
Me parece que mi misión en el cielo consistirá en atraer las almas al recogimiento interior... Presiento que mi misión en el cielo consistirá en atraer las almas, ayudándolas a salir de ellas mismas, para unirse al Señor a través de un movimiento sencillo y amoroso, y conservarlas en ese gran silencio interior que permite a Dios imprimirse en ellas, transformarlas en él mismo.
Poesía 51. Confianza en la divina Providencia. Compuesta mientras esperaba para entrar en el Carmelo.
Yo tengo en tu divina Providencia
una fe y confianza inquebrantables.
Oh Jesús, llévame y tráeme,
yo me abandono entera a tu talante.
Cuando tú me dijiste: «Ven a mí»,
a tu voz respondí, Jesús amante.
Desde entonces, mi bien, cuánto he llorado,
¿no recuerdas, Señor, mis ansiedades?
¿No recuerdas, Jesús, mi santo celo
por responder a tu llamar constante,
por vivir solitaria en el Carmelo
y por mi frágil vida consagrarte?
Perdona mis momentos de impaciencia.
Seguro que he faltado en confiárteme,
pero mira, ¡me acucia tal deseo
de sufrir, dejar todo y entregarme!
Ya nunca sentiré más desaliento,
Jesús, te lo prometo, en adelante.
Me abandono a tu santa Providencia,
mi confianza opongo a todo lance.
Jesús, mi salvador, bondad suprema,
pese a mi ardor extremo en el combate,
solo a cumplir por siempre tus deseos
aspiro, mi hermosura inigualable.
Jesús, en quien se funda mi esperanza,
si respuesta a tu voz no puedo darle,
¡quién me podrá impedir en este mundo
el entregarme a ti en tantos detalles…!
Jesús, divino Esposo, mi alma y vida,
¡quién logrará tu amor arrebatarme!
Amarte y devolverte ese tu amor,
tal fue siempre el buen fin de mi coraje.
¡Cálmate ya, oh impaciencia mía!
Alma mía, tus santos ideales
abandona en su santa Providencia.
En verte así sufrir Dios se complace.
En este mundo, en este valle umbroso,
Jesús, tú te has dignado reservarme
un lote dulce, una porción dichosa
que el mundo no podrá jamás quitarme.
Por la parte que tú me has destinado,
oh mi buen Dios, del corazón me sale
gritarte «muchas gracias» de por vida.
Sí, gracias mil, mi amigo incomparable.
Ahora me abandono a ti, Jesús,
con una confianza que a Dios sabe.
¡Gloria a ti, oh divina Providencia,
gloria al Señor, por siempre confiable!
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