En esta carta, escrita en la ocasión del cumpleaños de su hermana Rebeca en 1916, Juanita Fernández (la futura santa Teresa de Jesús de los Andes) le revela su vocación y cómo se consagró privadamente a Dios y a María el 8 de diciembre, a la espera de entrar en el Carmelo. Tenía 14 años, pero tuvo que esperar a los 19 para realizar su proyecto. Murió a los 20.
Querida Rebeca, Aprovecho un instante del estudio para poderte dar mil felicidades en el día de tu cumpleaños, pues un año más de vida ha de hacerte más seria y formal y también ha de ser motivo para reflexionar sobre la vocación que Dios te ha confiado.
Créeme, Rebeca, que a los catorce y quince años uno comprende su vocación. Se siente una voz y una luz que le muestra la ruta de su vida.
Ese faro alumbró para mí a los catorce años. Cambié de rumbo y me propuse el camino que debía seguir y hoy vengo a hacerte confidencias de los proyectos ideales que me he forjado.
Hasta hoy nos ha alumbrado la misma estrella. Pero mañana quizás no estaremos juntas bajo su sombra protectora. Esta estrella es el hogar, es la familia. Es preciso separarnos y nuestros corazones, que habían formado uno solo, mañana quizás se separarán. Ayer me parece que no entenderías mi lenguaje; pero hoy ya tienes catorce años y puedes comprenderme. Así pues, creo que te inclinarás hacia mí y me darás la razón.
En pocas palabras, te confiaré el secreto de mi vida. Muy luego nos separaremos y ese deseo que siempre abrigamos en nuestra niñez de vivir siempre unidas, va a ser muy luego fracasado por otro ideal más alto de nuestra juventud. Tenemos que seguir distintos caminos en la vida. A mí me ha tocado la mejor parte, lo mismo que a la Magdalena. El Divino Maestro se ha compadecido de mí. Acercándose, me ha dicho muy por lo bajo: “Deja a tu padre y madre y todo cuanto tienes, y sígueme”.
¿Quién podrá rehusar la mano del Todopoderoso que se abaja a la más indigna de sus criaturas? ¡Qué feliz soy, hermanita querida! He sido cautivada en las redes amorosas del Divino Pescador. Quisiera hacerte comprender esta felicidad. Yo puedo decir con certeza que soy su prometida y que muy luego celebraremos nuestros desposorios en el Carmen. Voy a ser carmelita, ¿qué te parece? No quisiera tener en mi alma ningún pliegue escondido para ti. Pero tú sabes que no puedo decirte de palabra todo lo que siento y por eso he resuelto hacerlo por escrito.
Me he entregado a él. El ocho de diciembre me comprometí. Todo lo que lo quiero me es imposible decirlo. Mi pensamiento no se ocupa sino en él. Es mi ideal. Es un ideal infinito. Suspiro por el día de irme al Carmen para no ocuparme sino de él, para confundirme en él y para no vivir sino la vida de él: Amar y sufrir para salvar las almas. Sí, sedienta estoy de ellas, porque sé que es lo que más quiere mi Jesús. ¡Oh, le amo tanto!
Quisiera inflamarte en ese amor. ¡Qué dicha la mía si pudiera darte a él! ¡Oh, nunca tengo necesidad de nada, porque en Jesús encuentro todo lo que busco! Él jamás me abandona. Jamás disminuye su amor. Es tan puro. Es tan bello. Es la Bondad misma.
Pídele por mí, Rebequita. Necesito oraciones. Veo que mi vocación es muy grande: salvar almas, dar obreros a la Viña de Cristo. Todos los sacrificios que hagamos es poco en comparación del valor de un alma. Dios entregó su vida por ellas y nosotros cuánto descuidamos su salvación. Yo, como prometida, tengo que tener sed de almas, ofrecerle a mi Novio la sangre que por cada una de ellas ha derramado. ¿Y cuál es el medio de ganar almas? La oración, la mortificación y el sufrimiento.
Él viene con una Cruz, y sobre ella está escrita una sola palabra que conmueve mi corazón hasta sus más íntimas fibras: “Amor” ¡Oh, qué bello se ve con su túnica de sangre! Esa sangre vale para mí más que las joyas y los diamantes de toda la tierra.
Los que se aman en la tierra, mi querida Rebeca, como tú lo ves en Lucía y Chiro, no tratan sino de tener una sola alma y un solo ideal. Mas son vanos sus esfuerzos, pues las criaturas son tan impotentes.
Él viene con una Cruz, y sobre ella está escrita una sola palabra que conmueve mi corazón hasta sus más íntimas fibras: “Amor” ¡Oh, qué bello se ve con su túnica de sangre! Esa sangre vale para mí más que las joyas y los diamantes de toda la tierra.
Los que se aman en la tierra, mi querida Rebeca, como tú lo ves en Lucía y Chiro, no tratan sino de tener una sola alma y un solo ideal. Mas son vanos sus esfuerzos, pues las criaturas son tan impotentes.
Mas no pasa eso en nuestra unión. Jesús vive ya en mi corazón. Yo trato de unirme, asemejarme y confundirme en él. Yo soy la gota de agua que he de perderme en el Océano Infinito.
Hay un abismo que la gota no puede traspasar; mas el océano se desborda, con tal que la gota de agua permanezca en el más completo abandono de sí misma; que viva en un susurro continuo llamando al Océano Divino.
Yo no soy sino un pobre pajarito sin alas. ¿Y quién me las dará para irme a anidar para siempre junto a él? El amor. Oh, sí, le amo y quisiera morir por él. Es tanto lo que le quiero, que quisiera ser martirizada para demostrarle que le amo.
Sin duda que tu corazón de hermana se desgarra al oírme hablar de separación, al oírme murmurar esa palabra: adiós para siempre en la tierra para encerrarme en el Carmen. Mas no temas, hermanita querida. No existirá jamás separación entre nuestras almas. Yo viviré en él. Busca a Jesús y con él me encontrarás y allí los tres seguiremos los coloquios íntimos que hemos de continuar en la eternidad ¡Qué feliz soy! Te convido a pasar con Jesús en el fondo de tu alma.
Yo no soy sino un pobre pajarito sin alas. ¿Y quién me las dará para irme a anidar para siempre junto a él? El amor. Oh, sí, le amo y quisiera morir por él. Es tanto lo que le quiero, que quisiera ser martirizada para demostrarle que le amo.
Sin duda que tu corazón de hermana se desgarra al oírme hablar de separación, al oírme murmurar esa palabra: adiós para siempre en la tierra para encerrarme en el Carmen. Mas no temas, hermanita querida. No existirá jamás separación entre nuestras almas. Yo viviré en él. Busca a Jesús y con él me encontrarás y allí los tres seguiremos los coloquios íntimos que hemos de continuar en la eternidad ¡Qué feliz soy! Te convido a pasar con Jesús en el fondo de tu alma.
He leído en la vida de Isabel de la Trinidad que esta santita le había dicho a nuestro Señor que hiciera de su alma su casita. Hagamos nosotras otro tanto. Vivamos con Jesús dentro de nosotras mismas, mi pichita querida. Él nos dirá cosas desconocidas. Es tan dulce su arrullo de amor. Y así, como Isabel de la Trinidad, encontraremos el Cielo en la tierra, porque Dios es el Cielo.
Diremos a Jesús en la comunión que edifique en nuestras almas una casita; que nosotras pondremos el material que ha de ser nuestros actos de vencimiento y el olvido de nosotras mismas, haciendo desaparecer el yo, que es el dios que adoramos interiormente. Esto cuesta y nos arrancará gritos de dolor. Pero Jesús pide ese trono y hay que dárselo. La caridad ha de ser el arma para combatir a ese dios.
Ocupémonos del prójimo, de servirle, aunque nos cause repugnancia hacerlo. De esta manera conseguiremos que el trono de nuestro corazón sea ocupado por su Dueño, por Dios nuestro Creador.
Venzámonos. Obedezcamos en todo. Seamos humildes. ¡Somos tan miserables! Seamos pacientes y puras como los ángeles y tendremos la felicidad de ver que Jesús, que es un buen arquitecto, edifique una segunda casa de Betania, donde tú te ocuparás de servirlo en la persona de tus prójimos como lo hacía Marta, y yo como Magdalena permaneceré contemplándolo y oyendo su palabra de vida.
Diremos a Jesús en la comunión que edifique en nuestras almas una casita; que nosotras pondremos el material que ha de ser nuestros actos de vencimiento y el olvido de nosotras mismas, haciendo desaparecer el yo, que es el dios que adoramos interiormente. Esto cuesta y nos arrancará gritos de dolor. Pero Jesús pide ese trono y hay que dárselo. La caridad ha de ser el arma para combatir a ese dios.
Ocupémonos del prójimo, de servirle, aunque nos cause repugnancia hacerlo. De esta manera conseguiremos que el trono de nuestro corazón sea ocupado por su Dueño, por Dios nuestro Creador.
Venzámonos. Obedezcamos en todo. Seamos humildes. ¡Somos tan miserables! Seamos pacientes y puras como los ángeles y tendremos la felicidad de ver que Jesús, que es un buen arquitecto, edifique una segunda casa de Betania, donde tú te ocuparás de servirlo en la persona de tus prójimos como lo hacía Marta, y yo como Magdalena permaneceré contemplándolo y oyendo su palabra de vida.
Es imposible que, mientras estemos en el colegio, él exija de nosotras esa total unión que no consiste sino en ocuparnos de él. Pero podemos cada hora ofrecerle un ramillete de amor.
Amemos al divino Niño, que sufre tanto sin encontrar consuelo en las criaturas. Que él encuentre en nuestras almas un refugio, un asilo donde guarecerse en medio del odio de sus enemigos y un jardín de delicias que le haga olvidar el olvido de sus amigos.
Termino. Adiós. Contéstame esta carta y guárdame el más completo secreto. Tu hermana que te quiere en Jesús.
Amemos al divino Niño, que sufre tanto sin encontrar consuelo en las criaturas. Que él encuentre en nuestras almas un refugio, un asilo donde guarecerse en medio del odio de sus enemigos y un jardín de delicias que le haga olvidar el olvido de sus amigos.
Termino. Adiós. Contéstame esta carta y guárdame el más completo secreto. Tu hermana que te quiere en Jesús.
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