jueves, 3 de diciembre de 2020
San Francisco Javier
San Francisco Javier nació en 1506 en el castillo de Javier, cerca de Pamplona. Trató poco a su padre, que era doctor en derecho civil y en derecho canónico por la universidad de Bolonia, y pasaba el tiempo en diversas cortes europeas en misiones diplomáticas. Pero recibió muchas influencias de su madre, que oraba con él en la capilla del castillo, ante la impresionante imagen del Cristo sonriente que la preside.
Pasó once años en París, primero como estudiante y después como maestro de su universidad. Allí conoció a san Ignacio de Loyola y al beato Pedro Fabro, y formó parte del grupo de siete amigos que fundaron la Compañía de Jesús.
Vivió algunos meses en Roma, como secretario de san Ignacio, y de allí partió hacia la India, enviado por el rey de Portugal y por el papa como legado pontificio «para la implantación, conservación y aumento de las nuevas cristiandades en Etiopía y desde el Cabo de Buena Esperanza hasta el último límite de los dominios y protectorados portugueses en las Indias orientales».
Evangelizó incansablemente en distintas zonas de la India y Japón, y convirtió muchos a la fe. Murió el año 1552 en la isla de Sanchón Sancián, a las puertas de China.
Fue canonizado en 1622, junto a san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Jesús (de Ávila), san Felipe Neri y san Isidro Labrador. Pronto se le declaró patrón de las misiones del Oriente. En 1927 fue declarado patrón universal de las misiones católicas, junto con santa Teresita del Niño Jesús (de Lisieux).
El oficio de lecturas recoge un texto tomado de sus cartas a san Ignacio de Loyola, que dice así:
Venimos por lugares de cristianos que ahora habrá ocho años que se hicieron cristianos. En estos lugares no habitan portugueses, por ser la tierra muy estéril en extremo y paupérrima. Los cristianos de estos lugares, por no haber quien les enseñe en nuestra fe, no saben más de ella que decir que son cristianos. No tienen quien les diga misa, ni menos quien los enseñe el Credo, Pater póster, Ave María, ni los mandamientos.
En estos lugares, cuando llegaba, bautizaba a todos los muchachos que no eran bautizados; de manera que bauticé una grande multitud de infantes que no sabían distinguir la mano derecha de la izquierda. Cuando llegaba en los lugares, no me dejaban los muchachos ni rezar mi Oficio, ni comer, ni dormir, sino que los enseñase algunas oraciones. Entonces comencé a conocer por qué de los tales es el reino de los cielos.
Como tan santa petición no podía sino impíamente negarla, comenzando por la confesión del Padre, Hijo y Espíritu Santo, por el Credo, Pater noster, Ave María, así los enseñaba. Conocí en ellos grandes ingenios; y, si hubiese quien los enseñase en la santa fe, tengo por muy cierto que serían buenos cristianos.
Muchos cristianos se dejan de hacer, en estas partes, por no haber personas que en tan pías y santas cosas se ocupen. Muchas veces me mueven pensamientos de ir a los estudios de esas partes, dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la universidad de París, diciendo en la Sorbona a los que tienen más letras que voluntad, para disponerse a fructificar con ellas: «¡Cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos!»
Y así como van estudiando en letras, si estudiasen en la cuenta que Dios, nuestro Señor, les demandará de ellas, y del talento que les tiene dado, muchos de ellos se moverían, tomando medios y ejercicios espirituales para conocer y sentir dentro de sus ánimas la voluntad divina, conformándose más con ella que con sus propias afecciones, diciendo: ·Aquí estoy, Señor, ¿qué debo hacer? Envíame adonde quieras; y, si conviene, aun a los indios. »
Oración
Señor y Dios nuestro, tú has querido que numerosas naciones llegaran al conocimiento de tu nombre por la predicación de san Francisco Javier; infúndenos su celo generoso por la propagación de la fe, y haz que tu Iglesia encuentre su gozo en evangelizar a todos los pueblos. Por nuestro Señor Jesucristo.
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