El domingo 12 del Tiempo Ordinario, ciclo "a" se proclaman estas lecturas bíblicas en la misa:
La primera está tomada de Jeremías (20,10-13) y es un desahogo del profeta, que se queja ante Dios de las persecuciones de sus enemigos, aunque él sigue confiando en el Señor: "El Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo".
La respuesta al salmo responsorial (Sal 68), dice así: "Que me escuche tu gran bondad, Señor".
La segunda lectura está tomada de la carta de san Pablo a los Romanos (5,12-15) y nos anuncia una gran alegría: Todos somos solidarios en el pecado, pero el amor de Cristo es más grande que todos los pecados del mundo: "No hay proporción entre la culpa y el don: si por la culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos".
El evangelio de san Mateo (10,26-33) nos invita a no tener miedo de las dificultades y contradicciones de la vida: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma". También nos invita a confiar en Dios, que tiene contados hasta los cabellos de nuestra cabeza; es decir, que conoce todas nuestras cosas y se interesa por nosotros.
Ser cristianos en nuestros días no es fácil. No lo es para los hermanos que sufren persecución y martirio en distintos lugares del mundo, pero tampoco lo es para los que vivimos en países de tradición cristiana.
Ciertamente, nuestra vida no está ordinariamente en peligro, pero muchas veces somos objeto de burlas e incomprensiones por parte de quienes no comparten nuestra fe.
Además, nuestras existencias son frágiles y estamos sometidos a la enfermedad, al fracaso y a la muerte. La vida humana es una experiencia maravillosa, pero frágil.
El Señor ya nos advertía de esto y nos invitaba a no tener miedo, a vivir con confianza en medio de las contradicciones, a perseverar en la fe hasta el final, sabiendo que "si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo".
Dios se interesa por nosotros, conoce nuestras penas y sufrimientos, tiene contado hasta el último cabello de nuestras cabezas, ¿qué más podemos desear? Como dice san Pablo en otro lugar: ¿Quién puede separarnos del amor de Dios? Nada ni nadie (cf. Rom 8,35s).
En este día les invito a recitar la oración de confianza y abandono del místico Carlos de Foucauld (1858-1916):
Padre mío, me pongo en tus manos,
haz de mí lo que quieras.
Sea lo que sea, te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo,
con tal que tu voluntad se cumpla en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Dios mío.
Te ofrezco mi vida,
te la doy con todo el amor de que soy capaz;
porque te amo y deseo darme,
ponerme en tus manos,
sin medida, con infinita confianza,
porque tú eres mi Padre.
El Señor ya nos advertía de esto y nos invitaba a no tener miedo, a vivir con confianza en medio de las contradicciones, a perseverar en la fe hasta el final, sabiendo que "si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo".
Dios se interesa por nosotros, conoce nuestras penas y sufrimientos, tiene contado hasta el último cabello de nuestras cabezas, ¿qué más podemos desear? Como dice san Pablo en otro lugar: ¿Quién puede separarnos del amor de Dios? Nada ni nadie (cf. Rom 8,35s).
En este día les invito a recitar la oración de confianza y abandono del místico Carlos de Foucauld (1858-1916):
Padre mío, me pongo en tus manos,
haz de mí lo que quieras.
Sea lo que sea, te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo,
con tal que tu voluntad se cumpla en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Dios mío.
Te ofrezco mi vida,
te la doy con todo el amor de que soy capaz;
porque te amo y deseo darme,
ponerme en tus manos,
sin medida, con infinita confianza,
porque tú eres mi Padre.
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