Hasta hace poco, en español se usaba el refrán que dice: "Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión". Nuestros antepasados incluso decían que el día del Corpus ni los pájaros se posan en el nido, por lo que es un día para no trabajar y dedicarlo a adorar al Señor. Pero estas cosas ya ni les suenan a muchos. Como sucede con la Ascensión, donde el jueves no es festivo, la Iglesia traslada la celebración del Corpus al domingo siguiente.
Pero, ¿qué celebramos exactamente en esta solemnidad?, ¿cuál es su contenido, más allá de que se realicen o no las procesiones y otros actos de devoción? En Navidad celebramos que el Hijo de Dios ha asumido un cuerpo mortal como el nuestro. Por amor a nosotros ha entrado en nuestra historia, se ha hecho pequeño y débil, ha querido padecer el hambre, la sed y el cansancio. Nunca tendremos palabras suficientes para darle gracias por un amor tan grande.
En Pascua celebramos que su amor le ha llevado a sufrir por nosotros una muerte atroz. Por amarnos ofreció su cuerpo al suplicio, fue sepultado y descendió a los infiernos. Si ya no teníamos palabras para agradecerle su encarnación, ¿qué podremos decir ahora?
En la fiesta del Corpus Christi celebramos que el Señor ha querido quedarse entre nosotros todos los días hasta el fin del mundo, bajo las especies del pan y del vino, porque su palabra es poderosa, y pasarán el cielo y la tierra, pero su palabra no pasará.
Cuando Dios dijo “sea la luz”, se creó la luz. Cuando Jesús decía a los ciegos “ve” o a los sordos “oye”, los enfermos recuperaban la visión y el oído. Sus palabras se cumplen siempre. Cuando él dice “Esto es mi Cuerpo”, en el pan consagrado se hacen realmente presentes el cuerpo, la sangre, la humanidad y la divinidad de Jesucristo. Es él, Jesús resucitado, el que se hace presente en el Santísimo Sacramento del altar.
La eucaristía es, al mismo tiempo, una actualización de la historia de Jesús (de su entrega por nosotros hasta la muerte) y un anticipo de la vida eterna (de la comunión perfecta con Dios en el cielo): el mismo que nació de María y que ahora vive glorioso y que volverá al fin de la historia es el que ahora se hace presente en el pan y en el vino para ser nuestro compañero de camino y alimento. ¿Cómo podremos agradecerle tanto amor?
Alabado sea Jesús Sacramentado. Por siempre sea bendito y alabado.
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